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La violencia de los colonos judíos se extiende en Cisjordania: “La situación cada vez es más peligrosa”

La decisión de Donald Trump de levantar las sanciones que Biden había aplicado a varios miembros de este colectivo les da vía libre para intensificar sus ataques en aldeas palestinas

West Bank
Mohamed Mlihat, de 60 años, se prepara para dar de comer a sus ovejas en el pueblo de Mu'arrajat, el pasado 4 de febrero.Luis de Vega
Luis de Vega

Una caravana de todoterrenos de la Policía de Fronteras de Israel junto a un 4x4 particular se detiene en el cruce que da acceso a Mu’arrajat, aldea palestina de población beduina ubicada a pocos kilómetros al norte de Jericó (Cisjordania), en el valle del río Jordán. Desde lo alto del pedregoso promontorio, contempla la escena, sentado en la puerta de su casa, Mohamed Mlihat, de 60 años, que salta de su silla de plástico de inmediato. “¡Aquí están!”, alerta. Casi a la vez, su hija Aaliyah, de 28, corre al interior de la vivienda y sale en pocos segundos con una cámara de vídeo. Es la herramienta con la que suele grabar pruebas de los constantes ataques que sufren por parte de colonos judíos amparados por uniformados israelíes. Tras unos segundos, la hilera de coches se aleja. “Se dirigen a la granja de Zohar Sabah”, aclara ella refiriéndose a unas instalaciones ilegales que llevan el nombre de un colono sancionado en 2024 por el presidente Joe Biden y que, ahora, el presidente Donald Trump ha perdonado junto a otros activistas israelíes violentos a favor de la ocupación.

“El ambiente general después de que Trump haya llegado al poder es que todo es posible, y por eso vemos repetidos ataques en las zonas de la Autoridad Palestina”, valora el único beduino con asiento en el Parlamento de Israel, Walid al Hwashla, integrante de la Lista Árabe Unida, de carácter conservador e islamista. “Si la política estadounidense e israelí hacia los colonos no cambia, los extremistas seguirán imponiendo su política y agresiones. Y las cosas pueden empeorar”, pronostica en respuestas enviadas por escrito.

Coincidiendo con el alto el fuego desde hace un mes en Gaza, el cerco israelí se ha estrechado en Cisjordania. Por un lado, con prolongadas y devastadoras incursiones militares en localidades como Yenín o Tulkarem, donde fuerzas israelíes han matado hace unos días a una mujer de 23 años embarazada de ocho meses, según fuentes sanitarias de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Por otro, con ataques contra vehículos, cultivos y propiedades palestinas por parte de los colonos. Esa ofensiva es una manera de compensar por parte del primer ministro Benjamín Netanyahu al sector supremacista del nacionalismo religioso contrario a la tregua, pero que sostiene la coalición gubernamental.

Mohamed Mlihat con algunas de sus ovejas, el pasado 4 de febrero.
Mohamed Mlihat con algunas de sus ovejas, el pasado 4 de febrero.Luis de Vega

El domingo 2 de febrero Mu’arrajat es escenario de otro ataque más. A las 1.53, dos jóvenes prenden fuego a la mezquita del pueblo. Todo queda grabado —con fecha y hora— por la cámara instalada en una de las esquinas de la precaria construcción de chapa, que es el único lugar de culto de los vecinos y los atacantes lo sabían. También queman un tractor, como muestra Suleiman Mlihat, de 44 años y hermano de Mohamed, que fue el que dio la voz de alarma en el pueblo esa noche, cuando las llamas ya estaban fuera de control. Junto al vehículo medio chamuscado, Suleiman reclama que los colonos “rindan cuentas en grupo”, al tiempo que deplora que las denuncias que interponen en comisaría —de la Policía israelí— tienen “cero resultados”.

“Ha sido otro ataque más”, suspira Mohamed Mlihat, que tiene también instaladas cámaras en el exterior de su vivienda, aunque las grabaciones solo sirvan para denunciar en redes sociales y medios de comunicación el acoso sistemático. Los ataques a comunidades como esta se han incrementado especialmente desde que estalló la guerra en Gaza en octubre de 2023, señalan los informes de diferentes organizaciones humanitarias, algunas israelíes. Mlihat también teme que la espiral violenta empeore con Trump, pues va a dar alas a supremacistas como el ministro “terrorista” de Finanzas, Bezalel Smotrich, también él un colono. Prueba de ello es la referida derogación de las sanciones, que ejecutó el nuevo presidente de EE UU el primer día que regresó a la Casa Blanca. Otros países, entre ellos España, las mantienen.

Robo y envenenamiento de ganado

Los Mlihat se quejan además de amenazas, disparos y el robo y envenenamiento de ganado, sobre todo ovejas, principal sustento económico de una comunidad en la que habitan unas 200 personas. Se repite el nombre de Zohar Sabah, acusado de ser el líder e instigador. En decenas de vídeos que muestra Aaliyah, se observan escenas en las que los asaltantes judíos intimidan a los vecinos, se ponen a rezar entre las viviendas o llegan armados en compañía de militares y cargan amenazantes los rifles a escasos centímetros de niños y adultos. “Reconstruiremos nuestra mezquita hasta la muerte”, afirma Aaliyah decidida. Hasta el lugar llega un vehículo de la ONU cuyo personal inspecciona el interior de la construcción vandalizada antes de explicar que tratan de documentar cada uno de los ataques.

Por una de las ventanas envueltas en hollín se asoma poco después Ben Z. Eshel, de 60 años, colono israelí durante un cuarto de siglo reconvertido hoy en activista contra la ocupación. Ahora, con una kefiya (pañuelo tradicional palestino) al cuello, trata de expiar esos años de su vida que califica de “vergonzosos”. Sus recuerdos van desde el ingreso en una yeshiva (escuela religiosa) “muy radical” de Hebrón, en la Cisjordania ocupada, a tener un amigo que desenfundó la pistola y disparó contra trabajadores palestinos que regresaban a su casa cerca de Belén. “Entonces le cayó una condena de seis años y pasó cuatro en la cárcel. Hoy en día ni siquiera entraría en prisión. Israel les pertenece”, sostiene refiriéndose al creciente poder e influencia de los colonos radicales. Eshel va acompañado de otras dos activistas israelíes que graban vídeos a los vehículos de la Policía de Fronteras dando pasadas por delante de Mu’arrajat. “Lo más gracioso es que conozco la Torá mucho mejor que ellos”, comenta él, jocoso, en referencia a la exigencia bíblica que esgrimen los colonos violentos para expulsar a los palestinos de sus tierras.

Una niña regresa a casa del colegio en el pueblo de Mu'arrajat, escenario de constantes ataques de colonos judíos.
Una niña regresa a casa del colegio en el pueblo de Mu'arrajat, escenario de constantes ataques de colonos judíos. Luis de Vega

Los “deseos genocidas” se están extendiendo entre la sociedad israelí, especialmente durante estos meses de contienda en Gaza, explica por teléfono Dror Etkes, un israelí de la ONG Kerem Navot con amplia experiencia en asentamientos. La llegada de Trump, adereza con “cierta legitimidad” esta espiral de violencia y casos como el de Zohar Sabah “dan miedo”. “Nunca imaginé que llegaríamos al grado de violencia de hoy”, lamenta Etkes. Solo desde el pasado diciembre, las autoridades de Israel han impulsado la construcción de más de 4.000 viviendas en asentamientos de la Palestina ocupada, donde el número de colonos —más de 500.000 solo en Cisjordania en la actualidad— nunca ha dejado de aumentar, según la organización israelí Peace Now.

“Estamos intentando en la medida de lo posible presionar a los funcionarios del Gobierno para que detengan los ataques de los colonos”, pero “hay partidos con Netanyahu que dan cobertura y no detienen estas violaciones, y, por eso, creo que las cosas bajo este Gobierno son difíciles”, señala el parlamentario Hawashla. “Las voces moderadas” en el Ejecutivo “no hablan de la situación en Cisjordania por temor a su futuro político”, agrega.

“La violencia de los colonos contra los palestinos es parte de la estrategia empleada por el régimen de apartheid de Israel, que busca apoderarse de más y más tierras de Cisjordania”, señala Shai Parnas, portavoz de la organización israelí B’Tselem, que vigila y denuncia desde hace años estos abusos y que reconoce el peligro de deportación que sufren los habitantes de Mu’arrajat al igual que decenas de comunidades palestinas. “El Estado apoya y asiste plenamente estos actos de violencia, y sus agentes a veces participan en ellos directamente”, señala, en una política destinada a que “las condiciones de vida sean miserables e intolerables para que los residentes se vayan, aparentemente por su propia voluntad”. Crear ese caldo de cultivo para que renuncien y acaben abandonando sus tierras es algo parecido a lo que las autoridades de Israel, espoleadas ahora por Trump, buscan con los habitantes de Gaza.

A mediodía, la pista que trae de vuelta de la escuela de Mu’arrajat es un reguero de niños y niñas que regresan a sus casas. Todas son construcciones precarias que salpican el monte entre placas solares bajo las que buscan sombra las gallinas. El colegio del que acaban de salir fue escenario el pasado 16 de septiembre de un ataque que quedó también registrado en vídeos. Aparecen escenas de algunos alumnos aterrorizados, encerrados en las aulas tratando de ser calmados por las profesoras. En el patio, un grupo de colonos, algunos encapuchados y con palos y un hacha, toman las instalaciones y agreden a algunos de los responsables, causando varios heridos, como reflejaron los medios y la denuncia de B’Tselem. Los agentes israelíes detuvieron a dos de los empleados de la escuela, entre ellos el director, que tuvo que ser hospitalizado, pero fueron puestos en libertad. En una decisión poco común, acabaron detenidos cinco colonos, dos menores y tres adultos, uno de ellos el conocido Zohar Sabah. Fueron acusados de agresión, secuestro —intentaron llevarse al director—, allanamiento de morada y amenazas a palestinos y activistas.

“El objetivo es expulsarnos”, sentencia Aaliyah, recordando aquellos hechos a unos metros de donde su padre da de comer al centenar de ovejas con las que, explica la mujer, Mohamed consigue pagar los estudios de sus hijos. “La situación es cada vez más peligrosa y el Gobierno de Israel no controla a los colonos”, añade el hombre mientras esparce un saco de grano en el comedero. Parte de la persecución institucional es también la prohibición de levantar nuevas viviendas bajo amenaza de demolición. Pese a todo, van a tratar de resistir en el poblado. “Es imposible que aceptemos irnos a otro sitio”, zanja Aaliyah.

Cámaras colocadas en una de las viviendas de Mu'arrajat para tratar de grabar los ataques de colonos.
Cámaras colocadas en una de las viviendas de Mu'arrajat para tratar de grabar los ataques de colonos. Luis de Vega

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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