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Amenazados de muerte, torturados y endeudados con las mafias: quiénes son los 12 deportados a Albania

Las historias de los migrantes que fueron recluidos en el campo de internamiento de Gjadër, reconstruidas a través de los testimonios de quienes hablaron con ellos

Los primeros 12 migrantes que Italia envió a un centro de tramitación de asilo recién abierto en Shengjin, Albania, desembarcan en el puerto de Bari, en el sur de Italia, el sábado 19 de octubre de 2024.
Los primeros 12 migrantes que Italia envió a un centro de tramitación de asilo recién abierto en Shengjin, Albania, desembarcan en el puerto de Bari, en el sur de Italia, el sábado 19 de octubre de 2024.Valeria Ferrario (AP)
Íñigo Domínguez

Nada se sabe de los 10 bangladesíes y los seis egipcios que fueron deportados por Italia a Albania el miércoles, a pesar de que han acaparado las noticias durante una semana, y han estrenado el primer campo de internamiento de la UE fuera de sus fronteras. Solo hubo imágenes de ellos de lejos, al bajar del barco que los llevó, y al subir al que les trasladó a Italia el sábado. EL PAÍS ha podido reconstruir algunas de sus historias, a través de los testimonios de cinco personas que hablaron con ellos, en la delegación parlamentaria italiana que les visitó en el centro de Gjadër. Son historias duras y de extrema brutalidad. “Lo peor es Libia, es lo que dicen todos, lo describen como un infierno”, resume uno de estos interlocutores. Todos zarparon desde este país africano.

Muchos bangladesíes acaban en Libia, en avión, a través de Dubai, buscando trabajo, con falsas promesas de futuro, o es el destino de quien huye por algún motivo. Uno de los migrantes relató que lo hizo porque había defendido a su padre en una pelea por un terreno, cuando le estaban pegando, y la otra persona lo denunció por homicidio, según él de forma injusta. Le iban a detener y decidió escapar. Otro se marchó porque su hermano, en un conflicto político, mató a un hombre y escapó para esconderse, según relató. Luego le ordenó que él mismo matara a otra persona, pero él se negó. Entonces le amenazó a él y acabó dejando el país. Un tercero aseguró que era de una minoría hindú, hostigada en donde vivía, con destrucción de templos y estatuas, y él sufrió amenazas de muerte. Un cuarto estaba desesperado porque no conseguía mantener a su familia y tenía muchos parientes enfermos, con gastos médicos. Como último recurso decidió emigrar para intentar mandarles dinero. “Dijo que si volvía a su país se suicidaría”, resume uno de los que le entrevistó.

Una quinta persona no huía de nada, y dijo que la verdad es que no quería ir a Italia. Pero dice que viajó a Libia engañado para trabajar, con un préstamo con intereses muy altos que luego nunca conseguía pagar, trabajaba gratis solo para devolverlo. Ya solo pensó en huir de Libia como fuera, aunque al escapar dejó su deuda pendiente, y allí no puede regresar o lo matarían.

La situación en Libia es muy peligrosa, como han denunciado en numerosas ocasiones organizaciones de derechos humanos y miles de migrantes de otros países que quieren embarcarse rumbo a Italia acaban en manos de mafias locales, esclavizados. También hay grupos criminales de bangladesíes que explotan a sus propios compatriotas. Todos los deportados a Albania afirman que cayeron en poder de mafias. “Es muy frecuente, los secuestran, los encierran en una habitación y piden un rescate a su familia”, relata quien habló con ellos. Uno de estos bangladesíes cuenta que lo secuestraron al subirse a un taxi. El propio taxista lo vendió a un grupo criminal. Pasó cuatro meses en una habitación, encerrado con otras personas. Varios de ellos refieren que estaban a oscuras, con las manos atadas, y no les daban ni comida ni bebida durante días.

Torturas grabadas

Las familias se endeudan, hipotecan la casa, hacen lo que sea para salvarlos. Si no llega el dinero exigido, los captores torturan a sus víctimas. Los bangladesíes de Gjadër han relatado palizas a palos, a veces atados de pies y manos, o colgados boca abajo, y en ocasiones con descargas eléctricas aplicadas con un cable. También les arrancaban las uñas. Estas escenas a menudo son grabadas para mandar el vídeo a sus familias, y presionarles para que envíen dinero. Aun así, el riesgo es que cuando son liberados, en realidad les vendan a otro grupo mafioso, o caigan en manos de otro en cuestión de días. A veces encuentran trabajo, pero a menudo son esclavizados, no les pagan o solo sueldos ínfimos.

Entre los deportados egipcios, quienes los han visitado citan el caso de un desertor, un joven al que pararon por la calle en un control y le llevaron a hacer el servicio militar, con una duración de tres años. Entonces huyó a Libia, trabajó sin cobrar en el campo y en la construcción, esclavizado, con palizas frecuentes. Mostraba una cicatriz en el puente nasal, roto por un golpe de kaláshnikov de sus vigilantes. En total, entre el viaje a Libia, su liberación y el pasaje a Italia, se gastó el equivalente a 8.500 euros. Otro egipcio relata que ha huido porque corría peligro de ser asesinado: su tío había matado a un hombre, y como no tenía hijos, la venganza de la familia del fallecido debía recaer sobre él, según las costumbres locales que ha referido. Contó que si le repatriaban a Egipto, le matarían.

“Al final estas personas quieren salir de Libia como sea, pero no pueden volver a su país, también porque las mafias les han quitado el pasaporte. Les queda el mar e Italia. Están siempre entre la vida y la muerte. En el mar pueden morir, pero al menos hay una esperanza”, explica este interlocutor. Embarcarse rumbo a Italia puede costar entre 4.000 y 5.000 euros. Sumado a lo que se hayan gastado en llegar a Libia, y los rescates que hayan tenido que pagar.

Sobre la travesía hacia Italia, algunos deportados que iban en la misma barca cuentan que al cabo de un tiempo se quedaron sin gasolina y a la deriva. Después de unas horas, apareció un dron en el cielo, que interpretaron como una señal de salvación. Les habían localizado. Más tarde llegó una nave italiana, que los rescató. Algo que todos los deportados de Gjadër decían en sus coloquios era dar las gracias a Italia por haberles salvado. Ya solo poder ducharse, tomar un café y fumar un cigarrillo fue el primer momento de calma en meses. Algunos pasaron en Libia hasta nueve meses, un año o dos años. “Uno de ellos decía: ‘Ahora no puedo volver a mi país, mi vida corre peligro. En Italia podría ser libre’”. Ya están en Italia.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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