El Partido Comunista se cita para decidir el rumbo de China mientras su economía se ralentiza
Arranca en Pekín el llamado tercer plenario, en el que los líderes esbozarán las directrices políticas y económicas para los próximos años
A puerta cerrada, lejos de los focos y aún más lejos de la prensa, arranca en China el cónclave del Partido Comunista destinado a alicatar las directrices políticas y económicas de los próximos años en la segunda potencia del planeta. El llamado tercer plenario del Comité Central, un órgano que junta a los más de 370 máximos dirigentes del país, se celebra desde este lunes y hasta el jueves en medio de un paisaje internacional turbulento y una economía interna que no da muestras de recuperar su plena forma.
Numerosos analistas aguardan ansiosos signos que puedan indicar el rumbo de Pekín en todo tipo de ámbitos, de las finanzas al campo militar o la lucha contra la corrupción. Quizá incluso haya pistas sobre el aún desaparecido exministro de Exteriores, Qin Gang, más de un año después de su última fotografía conocida. Del contenido de la reunión no ha trascendido apenas nada. La controladísima prensa estatal ha asegurado, con su habitual lenguaje oficialista, que el plenario “marcará una época” y que habrá deliberaciones en torno a un “documento político clave” que versará sobre “la profundización de la reforma en todos los ámbitos y el avance de la modernización china”. Esto es: poco se sabe.
El tercer plenario es a menudo considerado el más importante de los siete que celebra el Comité Central durante sus cinco años de mandato. La reunión llega con más de seis meses de retraso de lo habitual. No se han dado explicaciones, lo que no es más que otra incógnita abierta a la especulación: puede ser una señal de que la cúspide comunista ha querido dar tiempo a que mejorara la economía —no ha sucedido: este mismo lunes se ha publicado el dato del crecimiento trimestral, un 4,7%, por debajo de lo esperado; continúa el lastre del sector de la vivienda y el consumo persiste en su atonía— o de que las reformas pactadas han llevado más tiempo del esperado. Quizá se trate de una mezcla de ambas. O de ninguna.
Para Alexander Davey, del instituto Merics, con sede en Berlín, el foco del cónclave en “la modernización china” denota la preocupación del liderazgo comunista por la marcha económica y sus consecuencias sociales. “El hecho de que el partido lo mencione demuestra que es muy consciente de los problemas de desigualdad y la igualdad de oportunidades. Y al ponerlo en el título, muestra que es algo que quieren abordar”, contaba el experto la semana pasada en una conferencia telemática. La percepción ciudadana sobre esa desigualdad está cambiando, asegura, lo que obliga al partido a tomar algún tipo de medidas.
Hay una “falta de claridad en la dirección de la política en China” y “mucha incertidumbre que alimenta un sentimiento muy bajo de los consumidores”, añadía a principios de julio Bert Hofman, profesor del Instituto de Asia Oriental de la Universidad Nacional de Singapur, en un encuentro en línea con corresponsales. La inversión del sector privado no remonta, hay “algo“ de capital huyendo al extranjero, “y un montón de gente rica tratando de salir de China”, añadía. “Este es un momento en que China tiene que mostrar sus cartas”. En su opinión, el “crecimiento de alta calidad” podría ser el gran asunto de la cita, concepto que maneja Pekín para hablar del cambio de un modelo de manufacturas baratas a otro guiado por la innovación. Prevé debates sobre las “nuevas fuerzas productivas”, el término de moda, una síntesis de marxismo de viejo cuño proyectado hacia un futuro hipertecnológico, lanzado el año pasado por el presidente, Xi Jinping. La producción masiva de coches eléctricos es una de las patas sobre las que gravita esta nueva política.
Este es precisamente uno de los puntos críticos de fricción con la UE y con Estados Unidos, que han comenzado a protegerse de la exportación de productos chinos vinculados a la transición ecológica. Desde principios de julio, los vehículos eléctricos fabricados en China pagan hasta un 47,6% de aranceles provisionales al llegar a los puertos de los Estados miembros de la Unión; Estados Unidos impuso previamente tarifas del 100%. Otros países, como Brasil, Turquía e Indonesia también han tomado medidas proteccionistas. Tanto la UE como Estados Unidos reclaman a China que corrija sus desequilibrios macroeconómicos, que lastran la demanda interna y abocan a la exportación como vía de escape.
Otro de los puntos de fricción es la guerra en Ucrania. La semana pasada, en la cumbre de la OTAN en Washington, Jens Stoltenberg, secretario general de la organización, reservó palabras duras para Pekín: lo consideró un “facilitador decisivo” de la guerra de Rusia contra Ucrania. “China no puede seguir alimentando el conflicto militar más grande de Europa sin que esto afecte los intereses de Pekín”, dijo en una conferencia de prensa. “Necesitamos recordar de qué tipo de regímenes estamos hablando, de máquinas tiranas. China está oprimiendo a su propio pueblo, tomando medidas enérgicas contra las voces democráticas en Hong Kong, teniendo un comportamiento más asertivo en el mar de la China meridional, amenazando a sus vecinos y amenazando a Taiwán”, denunció.
En Pekín se viven tiempos marcados por un doble mensaje: el Gobierno repite un discurso de apertura al mundo, relaja sus políticas de visados, pide ser visitado por turistas, empresarios y académicos, reclama inversiones extranjeras; a la vez, profundiza el control sobre los sectores económicos, Xi habla de un mundo en fase de turbulencias donde se viven cambios como no se han visto en 100 años, y pide a sus ciudadanos un espíritu de lucha. El documento que salga del encuentro puede ser una oportunidad de ver cómo va esa pugna entre seguridad nacional y autonomía en sectores tecnológicos estratégicos, por un lado, y la búsqueda de la llamada “prosperidad común” y la apertura al exterior, por otro.
Max J. Zenglein, economista jefe de Merics, ve improbable un cambio de rumbo a pesar de que la economía se enfrenta a “vientos en contra”. “Xi Jinping ha redoblado sus políticas económicas”, contaba en la citada conferencia en línea. En el tercer plenario de 2013, el primero bajo la batuta de Xi, aún quedó reflejado un debate entre aquellos que buscaban “un camino más liberal, reformista” y los que defendían “el retorno del partido” y “fortalecer” su control sobre la economía, cuenta. Pero ahora, con el líder al frente de la formación por un tercer mandato sin precedentes y después de haber cambiado la Constitución para permanecer en el poder, ya “hay una fuerte convicción de que el partido debe controlar la economía”. La idea, cree, será “intentar alinear a los actores económicos con las prioridades estratégicas nacionales”.
En la caja negra de la política china, a menudo imprevisible, puede pasar de todo. Los terceros plenarios han sido el origen de políticas que han cambiado profundamente el país. Algunos observadores le atribuyen incluso cualidades “mitológicas”, señalan Neil Thomas y Jing Qian en un análisis elaborado la semana pasada para Asia Society. En el cónclave de 1978 se lanzó la política de reforma y apertura de la economía china orientada al mercado del presidente Deng Xiaoping. En el primero de la era de Jiang Zemin, en 1993, se consolidó la decisión de establecer una “economía socialista de mercado”. A menudo la interpretación de los cónclaves no se hace evidente hasta tiempo después, y numerosos analistas yerran el tiro en su interpretación inmediata. En el primero de Xi, en 2013, muchos creyeron leer signos de una mayor apertura económica y liberalización política. “Pero su verdadera importancia fue permitir la centralización del poder de Xi”, dicen los autores.
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