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Nacer en Gaza, huir de Gaza: la familia del bebé Amín, de dos semanas, logra escapar a Egipto

“Hijo mío, naciste cuando miles de vidas se pierden por esta guerra cruel”, comenta el padre. La familia ha recaudado dinero a través de una petición en internet

Tres recién nacidos palestinos, en una incubadora del hospital Al Emirati, en Rafah, en el sur de Gaza, el pasado 21 de abril.
Tres recién nacidos palestinos, en una incubadora del hospital Al Emirati, en Rafah, en el sur de Gaza, el pasado 21 de abril.Mohammed Salem (REUTERS)
Luis de Vega

Amín nació el 14 de abril en la maternidad del hospital Al Emirati de Rafah, en el sur de Gaza. En ese centro, desbordado por la guerra, falta de todo y hasta cuatro bebés comparten incubadora. El niño vio por vez primera la luz ayudado por las manos de una de sus tías, que es matrona. Pesó 2,7 kilos y desde el principio aceptó tranquilo el pecho salvador de la madre, cuenta el padre, Ahmed (nombre ficticio, como el de su hijo), de 34 años, consciente de que su caso “es una gota en medio del océano”. “Hijo mío, naciste cuando miles de vidas se pierden por esta guerra cruel. Sufrimos mucho, querido, enfrentándonos a la muerte todos los días, pensando que podríamos ser los siguientes objetivos del ejército de Israel”, comenta el padre en un intercambio de mensajes.

Superada la prueba del nacimiento, el siguiente objetivo de la familia ha sido huir de la contienda con destino al vecino Egipto. Este jueves llegaron a El Cairo procedentes de Rafah, una localidad que acoge en torno a 1,5 millones de desplazados y que Israel asegura que va a invadir. Ahmed y su familia han seguido los pasos de entre 80.000 y 100.000 gazatíes que han escapado por el paso fronterizo de esa localidad, según informó el embajador palestino en El Cairo, Diab Allouh, a la agencia AFP.

La vida y la muerte van de la mano en el Al Emirati de Rafah. En esa misma maternidad, casi en los mismos días en los que nació Amín, permaneció cinco días en una incubadora la pequeña Sabreen al Sakani. Fue extraída del vientre de su madre, Sabreen también, embarazada de siete meses y medio en el momento en que un bombardeo israelí la mató junto a su marido y su otra hija. La imagen de los médicos con la niña prematura en brazos tras la crítica cesárea como única superviviente de la familia dio la vuelta al mundo. Se convirtió en un símbolo de la supervivencia en medio de un sistema sanitario devastado por la contienda. Pero el 25 de abril murió y fue enterrada junto a su madre.

“El nacimiento de niños representa un rayo de esperanza en un mundo lleno de terror y destrucción”, reconoce Ahmed, que además de padre de Amín lo es de dos niñas, de cinco y ocho años, sin olvidar otras preocupaciones cotidianas. Se refiere al encarecimiento y escasez de los alimentos o la creciente tensión ante el anuncio por parte de Israel de invadir por tierra Rafah.

En medio de esa enorme crisis humanitaria acuciada por los bombardeos, que se producen a diario en Rafah, los hay que recurren a la única salida al exterior posible, la de Egipto, “en busca de una mejor vida en paz y seguridad”, explica el padre. “Vivimos una época en la que los países árabes nos han dejado atrás. Han hecho oídos sordos ofreciendo su apoyo al ejército de Israel para completar su misión de borrar a nuestra gente de la faz de la tierra”, lamenta Ahmed, que prefiere que no se publiquen datos concretos ni fotos de la familia.

Una muestra, sin embargo, de que la vida también se abre paso en el enclave palestino, aunque sea a trompicones, es que Ahmed mantiene activas otras inquietudes que uno podría pensar que se aletargan con la guerra. Cuando, tres días después del 14 de abril, confirmaba al reportero de EL PAÍS el nacimiento de Amín, su mensaje fue seguido de inmediato de otro muy diferente: “He tenido una muy mala noche por la derrota del Barcelona”, escribe refiriéndose al 1-4 frente al PSG francés.

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En memoria de Rachel Corrie

El fútbol es su pasión y, como habitante de Gaza, la vive sin poder separarla del conflicto. Ahmed es uno de los organizadores del torneo anual que se celebra en memoria de la activista estadounidense Rachel Corrie. La joven murió en 2003 con 23 años, aplastada por una excavadora militar israelí cuando trataba de frenar la destrucción de la vivienda de la familia de Ahmed en Rafah. Un juez exculpó al conductor en 2012. El campeonato solo ha dejado de disputarse en pandemia y durante la actual escalada bélica.

Para cruzar al país vecino, la familia ha contado con ayuda de amigos en el extranjero que en marzo abrieron una petición en internet gracias a la que han recaudado más de 80.000 dólares. Con ello, afirman quienes les dan soporte, Ahmed, su mujer, sus hijos y otros miembros de la familia ―hasta 16 han huido― podrán pagar alquileres, estancia y estudios en Egipto. En algunos casos, a los que Ahmed no se refiere, cruzar la frontera depende de aparecer en una lista a través de oscuras redes a las que hay que abonar grandes sumas de dinero.

“Los niños se llevan la peor parte, pierden a sus familias y se convierten en huérfanos en medio de esta amarga realidad”, deplora el padre de Amín. Espejo de la “brutalidad” de la guerra es que un niño es asesinado o herido en Gaza cada 10 minutos, admitió en Ginebra en enero Tess Ingram, portavoz de Unicef, el Fondo de la ONU para la infancia. Solo en Rafah hay más de 600.000 menores, según esta agencia que ha llegado a calificar Gaza como “cementerio de niños”.

Esos tres o cuatro niños que llegan a convivir en cada incubadora del hospital Al Emirati eleva mucho el riesgo a contagios e infecciones, alerta a través del teléfono Jonathan Crickx, portavoz de Unicef. “Hemos llegado a un punto en el que no sabemos qué bebés vivirán”, advertía hace un mes en un vídeo el doctor Ahmed al Shaer, subdirector de la unidad de incubadoras, donde han pasado de tener 10 tener bebés a casi 70 que llegan de todo Gaza.

A lo largo de la Franja, donde hay unas 50.000 embarazadas expuestas a los rigores bélicos, vienen al mundo cada día una media de 180 niños, según la ONU. Eso eleva el total de nacimientos desde el pasado 7 de octubre a más de 36.000 en un territorio donde solo 10 de los 36 hospitales existentes funcionan y lo hacen de manera parcial por los ataques del ejército de Israel. La guerra, además, mantiene a unos 17.000 niños solos, es decir, huérfanos o separados de sus familias, según Unicef.

Los más pequeños son también víctimas de la hambruna, que se cierne como un negro nubarrón añadido, especialmente en el norte de Gaza, alerta Jonathan Crickx. La malnutrición aguda severa afecta al 4,5% de los niños en esa zona de la Franja. Son niños, insiste, que, por su estado, no pueden ser alimentados de manera normal, necesitan una alimentación terapéutica específica. Eso ha hecho que, según el Ministerio de Sanidad del gobierno de Hamás, hayan muerto ya 25 niños menores de dos años por malnutrición.

En uno de los casos más dramáticos, los cuerpos de, al menos, cuatro bebés aparecieron abandonados en la UCI del hospital Al Naser, en Ciudad de Gaza, en estado de putrefacción, comidos por gusanos y moscas y unidos todavía a cables y respiradores. Transcurría el mes de noviembre, días después de que las instalaciones fueran asediadas, atacadas y evacuadas por orden del ejército israelí. Otros han corrido más suerte y han sido evacuados, aunque solos y sin identificar, desde el hospital Shifa hasta El Cairo.

Una vez en Egipto, Ahmed no deja de pensar en dónde acabarán instalados tras la acogida de emergencia por familiares unos días y cómo conseguirá que sus dos hijas retomen el colegio. Tampoco olvida el objetivo marcado del regreso irrenunciable a Gaza en cuanto sea posible. Mientras tanto, el progenitor se aferra a la llegada de su primer hijo varón, Amín: “Eres la luz de nuestras vidas, tienes que mantenerte fuerte y luchar para tener una vida mejor en el futuro. Hasta entonces, solo mantén la buena fe en que ese día llegará. La luz derrotará a la oscuridad, y nosotros, como palestinos, reclamaremos la victoria”.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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