Las bombas de racimo: el arma con la que Ucrania confía en romper las líneas defensivas rusas
Washington suministra a Kiev este tipo de munición que causará estragos entre la población civil durante las décadas posteriores al fin de la guerra
Estados Unidos no incluyó bombas de racimo en los primeros 41 paquetes de ayuda militar que aprobó para Ucrania desde el inicio de la invasión rusa. Sí lo hizo en el último, anunciado la semana pasada por el Pentágono, en el que se dio luz verde al envío de un tipo de armamento prohibido por más de un centenar de países y que causará víctimas civiles en las décadas posteriores al fin de la guerra. Joe Biden, presionado por Kiev, congresistas republicanos y el Consejo de Seguridad Nacional, cedió a principios de mes y argumentó que estas bombas son necesarias para paliar la escasez de munición de artillería. “No fue una decisión sencilla”, sostuvo el presidente estadounidense al justificar un paso criticado por algunos aliados, como Alemania, España y Canadá. Ucrania confía en que el uso de este armamento, que ya ha comenzado a recibir, permita romper las poderosas fortificaciones que se expanden por los más de 1.000 kilómetros de frente.
El Gobierno ucranio reclamaba a Washington desde febrero del año pasado la entrega de municiones de racimo. Este tipo de bombas, de caída libre o dirigidas, pueden lanzarse desde aviones, buques o piezas de artillería. Los artefactos contienen un dispositivo que libera en el aire decenas de submuniciones que se esparcen por una superficie similar a un campo de fútbol. Las bombas de racimo que EE UU se ha comprometido a suministrar a Ucrania serán empleadas únicamente en artillería. El Pentágono dispone de ingentes reservas de las llamadas municiones convencionales mejoradas de doble uso (Dpcim, por sus siglas en inglés). Las Dpcim que Washington entregará a Kiev se disparan desde cañones con un calibre de 155 milímetros y cada una contiene 88 submuniciones diseñadas para matar al mayor número de tropas enemigas y destruir vehículos blindados.
Mark Cancian, coronel estadounidense retirado e investigador en Washington del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), sostiene por teléfono que son tres los principales motivos que han provocado el reciente cambio de posición de Biden. Por un lado, la escasez de munición de artillería en los arsenales occidentales y “la incapacidad de aumentar la producción al ritmo que requiere Ucrania”. El ejército ucranio quema entre 2.000 y 7.000 proyectiles cada día, frente a los entre 20.000 y 50.000 que disparan las fuerzas invasoras. Valeri Zaluzhni, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, declaró hace unos días a The Washington Post que sus tropas emplean “10 veces menos artillería” que las rusas. Washington ha entregado ya a Kiev más de dos millones de proyectiles y otros aliados occidentales han suministrado cientos de miles más, pero son insuficientes para una guerra con tal intensidad de fuego artillero. Estados Unidos ha anunciado que multiplicará por seis su producción de munición de artillería antes de 2028, pero hasta ahora solo ha conseguido elevarla desde los 14.000 proyectiles mensuales de antes de la guerra a los poco más de 20.000 actuales.
La segunda razón que cita Cancian es el compromiso del Gobierno ucranio de utilizar las municiones de racimo únicamente contra objetivos militares y en zonas alejadas de núcleos de población. Las autoridades ucranias argumentan que el terreno en el que las lanzará ya está absolutamente infestado de minas antipersona y submuniciones de racimo rusas. Y que el riesgo de que civiles ucranios sufran a largo plazo las consecuencias del uso de las bombas racimo es menor al de que permanezcan bajo ocupación. El tercer motivo que cita el investigador del CSIS es la presión que han ejercido sobre Biden sus asesores militares y varios destacados congresistas republicanos. “Esa presión es la misma que le hizo ceder con el paso del tiempo a la entrega de otros tipos de armamento sofisticado, como las baterías de misiles antiaéreos Patriot, los lanzamisiles múltiples Himars, los tanques Abrams o los aviones de combate F-16″, apunta Cancian.
“Un punto de inflexión”
Oleksi Reznikov, ministro de Defensa de Ucrania, declaró hace unos días que las bombas de racimo supondrán “un punto de inflexión” en el curso de la contraofensiva lanzada en junio en el sur y el este del país. El ejército de Kiev está intentando superar en varios puntos del frente las tres líneas defensivas rusas. Los soldados ucranios tratan de avanzar unos 30 kilómetros plagados de minas antipersona y obstáculos antitanque mientras son atacados por drones y artillería rusa. “Las bombas de racimo permitirán tener una eficacia mucho mayor contra las tropas enemigas atrincheradas”, considera Cancian, que agrega que también servirán como fuego de cobertura para que los zapadores ucranios limpien los campos de minas. Washington sostiene que las bombas de racimo posibilitarán que el ejército ucranio pueda hacer frente a la superioridad artillera y de personal del ejército ruso, a la vez que reducirán el uso de proyectiles convencionales y el desgaste de los obuses.
El subsecretario de Defensa estadounidense, Colin Kahl, declaró que las bombas de racimo destinadas a Ucrania tienen una tasa de fallo del 2,35%, según cálculos extraídos de unos ensayos realizados entre 1990 y 2020 cuyos resultados son confidenciales. El Pentágono afirma que más del 40% de las submuniciones de las bombas de racimo rusas no llegan a explotar.
El Kremlin respondió al anuncio de Washington con la amenaza de empezar a usar este tipo de armamento en Ucrania. Sin embargo, el ejército ruso ha empleado municiones de racimo desde el inicio de la guerra. La Coalición contra las Bombas de Racimo, una ONG con sede en Ginebra, calcula que las armas de este tipo lanzadas por Rusia mataron a casi 700 civiles en los primeros seis meses de guerra en Ucrania. El ataque más mortífero fue el de la estación de tren de Kramatorsk, en abril de 2022 en la provincia de Donetsk, en el que murieron 61 personas y más de 150 resultaron heridas.
Kiev se ha comprometido a guardar un registro en el que se describa cada uso de munición de racimo en el campo de batalla, con la finalidad de priorizar esas zonas si finalmente son liberadas y llega la fase de desminado. Aun así, el ejército ucranio niega haber empleado hasta ahora bombas de este tipo, a pesar de que distintos organismos internacionales sostienen que sí ha usado las de origen soviético que conservaba en sus arsenales. Human Rights Watch asegura que una bomba de racimo lanzada por Ucrania mató a ocho civiles e hirió a 15 en un ataque en Izium (región de Járkov) en la primavera de 2022.
Más de un centenar de países han ratificado el Convenio sobre las Municiones de Racimo de 2008, incluidos la mayoría de los miembros de la OTAN. Ni Ucrania, ni Rusia ni Estados Unidos son firmantes, pero sí algunos de los aliados que han criticado públicamente la decisión de Biden, como Canadá, España, Alemania o, de manera más tibia, el Reino Unido. Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza, declaró que la organización euroatlántica no tiene una postura formal sobre el uso de bombas de racimo en el campo de batalla. Finlandia, Letonia, Estonia, Polonia o Rumania, algunos de los aliados más próximos a Rusia, tampoco han ratificado el convenio que prohíbe la producción, distribución y uso de este armamento.
Las bombas de racimo se han empleado en infinidad de guerras desde que la aviación de la Alemania nazi lanzara un prototipo en el bombardeo de Gernika, en 1937. En los últimos años, han sido usadas en Libia, Siria, Yemen o Nagorno Karabaj —tanto por Armenia como por Azerbaiyán—. Entre 55.000 y 90.000 civiles han muerto en el mundo a causa de submuniciones de racimo que quedaron sin explotar, según distintos cálculos.
Los gobiernos de Laos y Camboya, dos de los países con mayor proporción de terreno contaminado por las bombas de racimo, han expresado su preocupación por el uso de este armamento en Ucrania. Al menos 20.000 laosianos, la mayoría niños, han muerto o sufrido una amputación a causa de las submuniciones de racimo desde que concluyó la guerra de Vietnam, en 1975. La aviación estadounidense lanzó más de dos millones de toneladas de bombas de este tipo sobre Laos, y la mayoría de las víctimas han sido civiles que nacieron tras el fin de la guerra. La Coalición contra las Bombas de Racimo estima que se tardará otros 100 años en eliminar todas las cargas explosivas que sembró Estados Unidos en este país del sudeste asiático.
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