El enviado del Papa se reúne en Moscú con el patriarca Kiril y con la comisaria por la infancia
El cardenal Zuppi, designado por Francisco para guiar una misión de paz, llega en un momento muy convulso y se verá con María Lvova-Belova, acusada de crímenes de guerra
El Vaticano sigue insistiendo en su misión de mediación entre Ucrania y Rusia para alcanzar algo parecido a un acuerdo de paz, aunque ambos bandos hayan rechazado tal proceso y que la propia Santa Sede asegure que es todavía demasiado temprano. Mientras tanto, el hombre designado por Francisco para esa función, el cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, Matteo Zuppi, ha aterrizado en Moscú para tratar de mejorar las relaciones y avanzar en el proceso de acercamiento. Zuppi ya estuvo en Ucrania el pasado 5 de junio, donde se reunió con el presidente Volodímir Zelenski.
Zuppi, que habla ruso, se reunió el martes con Yuri Ushakov, consejero del presidente Vladímir Putin. Pero según la oficina de prensa de Moscú, “ningún acuerdo específico fue alcanzado”. Nada fuera de lo esperado. La posición de Francisco fue vista en varias ocasiones por las autoridades ucranias como demasiado equidistante. Algo que no ha ayudado a que la misión fuera bien recibida. Además, algunos ven con extrañeza que la Santa Sede se acerque a las autoridades de Moscú justo en el momento en el que el mundo trata de aislarlas y están más debilitadas. “El objetivo principal de la iniciativa es fomentar gestos de humanidad, que puedan contribuir a favorecer una solución a la trágica situación actual y encontrar vías para alcanzar una paz justa”, informó el Vaticano en una breve nota. Sin embargo, la misión primordial ahora mismo está centrada en el tema de la violencia contra miles de niños ucranios, que habrían sido deportados a Rusia.
El cardenal se reunió primero con el patriarca Kiril, máxima autoridad religiosa del país, autor de la cobertura espiritual de la invasión rusa a Ucrania y excolaborador de los servicios secretos del país. Pero también con la comisaria de la presidencia rusa para los derechos del niño, María Lvova-Belova (Penza, 38 años), que está en el punto de mira por las denuncias de Ucrania por el traslado forzoso de menores del país a Rusia. Pesa contra ella, como en el caso del presidente ruso, una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional (TPI) por crímenes de guerra. En concreto, “por ser presuntamente responsable de la deportación ilegal de la población (niños) y transferencia ilegal de la población de los territorios ocupados de Ucrania a la Federación de Rusia”.
El problema de estas reuniones es la legitimación en cuestiones humanitarias que se hace de algunos interlocutores, opinan quienes no ven con buenos ojos esta mediación. De hecho, Lvova-Belova declaró tras el encuentro que se habían tratado “cuestiones humanitarias ligadas a las operaciones militares y a la protección de los derechos de los niños”. “Estoy segura de que la virtud cristiana de la caridad y de la misericordia ayudarán al diálogo y a la comprensión recíproca”. Un mensaje que contrasta enormemente con lo que opinan los países de la OTAN.
Entrevistada por EL PAÍS hace apenas dos semanas, Lvova-Belova rechazó las acusaciones en la cuestión de los derechos infantiles vulnerados y aseguró que esa supuesta persecución le “dio fuerza”, le hizo comprender que estaba “en el camino correcto”. Y ese camino correcto, justamente, es lo que denuncia Ucrania y que el Vaticano se ha propuesto contribuir a revertir con su mediación. Desde Kiev se asegura que al menos 19.499 menores han sido deportados ilegalmente a Rusia desde el inicio de la guerra, aunque Moscú señala que unos 744.000 niños han cruzado la frontera. “La mayoría eran niños con sus padres, con representantes legales, y cuando llegaron a Rusia muchos se fueron a Bielorrusia o a países de la Unión Europea”, afirmaba Lvova-Belova en la entrevista.
El encuentro con Kiril también tuvo una relevancia simbólica, después de un brusco alejamiento entre él y el Papa en los pasados meses a propósito de la guerra. Las posiciones ultra de Kiril, que ha llegado a decir que la invasión era una cruzada contra los homosexuales, terminaron por enfrentarle a Francisco. De hecho, Bergoglio advirtió al ruso de que no debía convertirse “en el monaguillo de Putin”. Algo que, obviamente, terminó de liquidar la relación entre ambos. El encuentro fue cordial y el patriarca ruso aseguró que “las iglesias pueden trabajar juntas para servir a la causa de la paz y de la justicia”. “Es importante que todas las fuerzas del mundo se unan para prevenir un gran conflicto armado”, añadió.
El historial de Zuppi es largo y relativamente exitoso en este tipo de negociaciones. Más allá de Guatemala o Burundi, también participó junto al metodista irlandés Harold Good, que fue testigo del desarme del IRA, en el acto que se celebró en el Ayuntamiento de Bayona el 8 de abril de 2017, donde se entregaron los documentos con las localizaciones de los depósitos de armas de ETA a los integrantes de la Comisión Internacional de Verificación (CIV). El arzobispo de Bolonia había intentado con la comunidad de San Egidio —conocida como la ONU del Trastevere— una mediación entre ETA y el Gobierno español, que, sin embargo, fracasó porque el grupo terrorista nunca llegó a fiarse.
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