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El búnker frigorífico que salva vidas de enfermos de cáncer en Ucrania

La ONG Mission Kharkiv, creada por un joven matemático que antes de la guerra vivía en España, ha entregado ya más de 180 toneladas de medicamentos y atendido a más de 60.000 pacientes

Rostislav Filippenko
Rostislav Filippenko, fundador de la ONG Mission Kharkiv, junto a algunas de las medicinas para pacientes oncológicos que mantienen refrigeradas en un antiguo refugio soviético, el 8 de mayo en JárkovLuis de Vega
Luis de Vega (Enviado Especial)

Lúgubres, mugrientos y destartalados. Numerosos edificios de la Ucrania soviética guardan en sus sótanos refugios que en aquella época eran preceptivos como escudo ante posibles ataques. Pero en uno de esos lugares, bajo un supermercado de la ciudad de Járkov, se ha habilitado ahora un espacio impolutamente blanco de 60 metros cuadrados. Un remanso de limpieza luminosa que acoge un revolucionario búnker frigorífico único en el país. En su interior se almacenan unos seis millones de euros en medicamentos bajo una estricta cadena de frío. Casi todos están destinados a pacientes oncológicos que han de seguir siendo atendidos en medio del rigor bélico. El impulsor de la iniciativa es Rostislav Filippenko, un matemático español de 32 años nacido en Ucrania al que, por accidente, la guerra pilló en su ciudad de nacimiento preparando el trabajo de fin de máster de la Universidad Autónoma de Madrid al calor de la chimenea de sus abuelos.

Absorbido por el tsunami de solidaridad que inundó Ucrania desde los primeros días de la gran invasión rusa que comenzó el 24 de febrero de 2022, Filippenko acudió a un hospital a preguntar qué necesitaban. A partir de ahí, espoleado por muchos de sus amigos y contactos en España, fundó la ONG Mission Kharkiv tan solo cuatro días después con el objetivo de facilitar la distribución de medicinas. Detrás de los muertos, los heridos, los que han perdido su casa, los que pasan hambre y sed o los desplazados, existe una serie de víctimas olvidadas. Son aquellas que, por culpa también del conflicto armado, han visto interrumpido el tratamiento médico del que depende su vida. “Algunos no tienen ni la documentación porque un misil ha destruido su casa”, lamenta Filippenko.

Pero la quimioterapia no puede ofrecerse por los pueblos. En la ciudad de Járkov, la segunda del país (1,4 millones al iniciarse la invasión), atienden a 30 pacientes oncológicos al día de lunes a viernes. Cada uno acude a la cita con su termo bolso para que no se rompa esa cadena de frío de los medicamentos. La distribución tiene lugar en el Instituto Nacional de Radiografía Médica y, desde allí, los enfermos se desplazan a otros hospitales para recibir el tratamiento.

“Todos los recursos de nuestro país se redirigen al ejército porque queremos sobrevivir”, reconoce el doctor Arman Kacharian, responsable del control del cáncer en el Ministerio de Sanidad de Ucrania, en declaraciones publicadas el viernes por HealthDay durante una visita a Estados Unidos.

Filippenko abandona las viejas instalaciones del refugio soviético donde se ha habilitado el búnker refrigerado para los medicamentos en Járkov.
Filippenko abandona las viejas instalaciones del refugio soviético donde se ha habilitado el búnker refrigerado para los medicamentos en Járkov.Luis de Vega

Desde febrero del año pasado, Mission Kharkiv ha entregado ya más de 180 toneladas de medicamentos, la mayoría llegados desde España, y atendido directamente a más de 60.000 pacientes. En su base de datos disponen ya de más de 1.200 enfermos oncológicos. “Esta cajita aquí equivale al salario de una persona”, afirma mientras sostiene en una de las cámaras independientes refrigeradas a entre dos y ocho grados una caja de Rituximab, un medicamento para enfermos de cáncer.

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Pacientes en la línea del frente

Algunos de los beneficiarios permanecen en localidades lejos de la ciudad de Járkov y, en algunos casos, cerca de la línea del frente. En total, calcula Filippenko, hay unos 70 diseminados por esas zonas rurales. “Esto es lo más difícil para nosotros, porque somos una ONG que acude directamente al paciente. Lo más complicado es conseguir en el pueblo alguien con conocimientos médicos”. El protocolo establecido, detalla, les obliga a preparar paquetes individualizados, con el nombre del paciente al que hay que entregarle la medicación en mano. Coordinar en una zona de guerra ese proceso no es sencillo. “En el caso de oncología, requerimos ocho documentos, siete del paciente y uno del médico”, explica.

Su alma de matemático ―hasta ahora no había tenido que ver con la medicina o la farmacia― le llevó a recopilar los datos de los pacientes oncológicos de la región de Járkov, una de las que fue en gran parte invadida desde el principio por el ejército ruso y todavía hoy uno de los escenarios del frente de batalla. Asegura que disponen de mejor información que el propio Gobierno, pero que el objetivo de su organización es colaborar con las autoridades y nunca sustituirlas “para salvar cuantas más vidas, mejor”.

Uno de los objetivos, comenta, es estrechar esa colaboración y echar raíces más allá de Járkov. Superar el impulso que supuso el nacer en medio de los bombardeos de esta ciudad y desarrollar planes a largo plazo. En este sentido, Filippenko no oculta que, aunque acabó el pasado octubre a distancia aquel trabajo de máster, a corto plazo no tiene pensado volver a las matemáticas. La ONG se está consolidando con un equipo de una docena de personas, algunas de ellas trabajando desde el extranjero.

Filippenko muestra el búnker refrigerado, que dispone de cuatro cámaras independientes.
Filippenko muestra el búnker refrigerado, que dispone de cuatro cámaras independientes.Luis de Vega

“Colaboramos con otras ONG como Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo y otras de Estados Unidos. A ver si podemos replicarlo en otros países cuando esta guerra acabe”, comenta sin dejar de pensar en grande. “Aunque es una necesidad replicarlo primero en otras ciudades ucranias y para ello necesitamos financiación”. Ante la llegada de pacientes de otras ciudades del país, recientemente los empleados de Mission Kharkiv han conducido una ambulancia cargada de medicamentos oncológicos hasta Lviv, a unos 1.100 kilómetros de Járkov. “Lo ideal sería tener allí otro búnker. Con 30.000 dólares podemos hacerlo en cualquier ciudad”, añade citando las crecientes necesidades en la capital, Kiev, y en otros lugares como la citada Lviv, Odesa o Zaporiyia.

Aunque no para de repetir que lo que más necesitan son medicamentos oncológicos porque en esa parcela “había problemas antes de la guerra y los seguirá habiendo después”, por su cabeza no dejan de rondar nuevas necesidades que han de atender. Así es como han desarrollado un programa de reparto de kits de primeros auxilios específicos para hemorragias para empleados en infraestructuras críticas como centrales eléctricas o térmicas, objeto frecuente de bombardeos por parte de los rusos. “Sorprendentemente, también hacen falta para los servicios de emergencias. Ya estamos cubriendo las tres centrales más importantes de Járkov y tenemos demanda desde Kiev y Zaporiyia. Disponen de sus botiquines, pero no son adecuados para tiempos de guerra”, señala Rostislav Filippenko mientras cierra la puerta del búnker frigorífico.

En extremo contraste con las instalaciones que acaba de dejar atrás, su sombra avanza a través de los pasillos del viejo sótano adonde la remodelación no ha llegado y su voz es amplificada entre las estrechas profundidades. La mayoría de estos refugios presentan hoy enormes portones de hierro oxidados que no aíslan lo más mínimo en caso de emergencia nuclear. Pese a todo, muchos de ellos aún sirven para que la población se proteja de los bombardeos.

El fundador de Mission Kharkiv prefiere no referirse a los altos índices de corrupción que sacuden Ucrania y que son señalados como uno de los lastres para cumplir los objetivos de su integración en las instituciones europeas. Pero, al mismo tiempo, destaca que la transparencia y la buena reputación son dos pilares esenciales sobre los que está creciendo la ONG. “La transparencia es uno de los aspectos más importante en el mundo humanitario”, subraya. En este sentido, han establecido un sistema en el que en todo momento los donantes pueden acceder a la información, salvo los datos personales de cada paciente, para los que se requieren unos permisos especiales. “Somos una organización muy pequeñita, pero confían en nosotros porque estamos elevando los estándares de otras ONG ucranias”, destaca orgulloso.

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Sobre la firma

Luis de Vega (Enviado Especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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