De copas y pendientes de los avisos de Telegram: “Un misil está a punto de llegar a Járkov”

Esta etapa del recorrido por el frente de Ucrania discurre entre la anormal normalidad de la segunda ciudad del país y las ruinas de localidades junto a la primera línea de guerra, como Kupiansk

Ukraine war
Una pareja camina delante de una vivienda bombardeada en Kupiansk.Luis de Vega

Grupos de jóvenes toman cervezas en el Duf Pub, también nachos con guacamole, bolitas de queso. Todo parece tranquilo. Como si fuera un bar cualquiera de una ciudad cualquiera de un país cualquiera de Europa. Pero es Járkov, y es Ucrania. Y a las 20.43 aparece un mensaje en el canal de Telegram TLk News:

— Ракета [20.43]

Pantallazos Telegram Ucrania

Ракета significa cohete. La cuenta de la red social alerta de que un misil ha salido de Rusia con Járkov como objetivo. Tres o cuatro minutos después, se escucha una explosión. Los clientes del bar siguen comiendo y bebiendo, pero atentos a lo que puede llegar. El canal de Telegram lanza una batería de avisos, todos en mayúsculas:

— AL REFUGIO [20.43]

— SALIDA [20.43]

— SEGUNDA SALIDA JUSTO AHORA [20.45]

Poco después, se oye otra explosión. Lera, de 21 años, que está tomando una copa de vino, empieza a ponerse nerviosa. Vive en Kiev y está visitando a su novio. La capital está más lejos de Rusia y allí este tipo de alarmas llegan mucho antes que el misil, hay más tiempo para asumir la amenaza. En Járkov, apenas a 30 kilómetros de las posiciones rusas, todo pasa muy rápido.

— UN TERCERO ACABA DE SALIR [20.47]

— CUARTO [20.49]

— DIRECCIÓN: DISTRITOS DEL OESTE DE LA CIUDAD [20.50]

Pantallazos Telegram Ucrania

El Duf Pub está en el centro, no en el oeste, lo cual tranquiliza un poco. Pero no del todo. El canal de Telegram sigue lanzando mensajes. No falla ni una sola vez. Tras cada aviso, llega el sonido atronador. Mucha gente sale del bar. Los que tienen que volver a casa a pie esperan un poco. Algunos parecen tensos, pero otros muchos están tan tranquilos. Los que tienen coche salen a toda velocidad hacia sus casas, entre ellos Lera y su novio. La ciudad se llena de vehículos circulando todo lo rápido que pueden, como hacen los militares cuando atraviesan carreteras peligrosas: es la forma más segura de llegar a destino.

A las 3.35 de la madrugada llega por fin un mensaje de calma a la cuenta:

— NO HAY MÁS SALIDAS

Las sirenas de la ciudad no vuelven a sonar hasta las seis de la mañana. El canal de Telegram, como muchos otros similares que funcionan en toda Ucrania desde hace meses, lo gestiona gente que cuenta con ayuda de información militar.

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Las autoridades locales confirman las seis explosiones, sin dar muchos detalles. No se informa de que haya habido heridos, pero esto solo se hace cuando las víctimas son civiles. Los misiles eran S-300, proyectiles defensivos antiaéreos que ahora Rusia usa para atacar objetivos terrestres por la escasez de armamento. Dado que tienen una menor precisión, pueden causar más daños y elevar el número de víctimas colaterales. La peor matanza provocada por los S-300 fue en septiembre de 2022 en Zaporiyia: 32 personas muertas y un centenar de heridos que formaban parte de una caravana de civiles.

Járkov es la segunda ciudad ucrania más poblada (cerca de 1,5 millones de habitantes antes de la invasión), un floreciente centro universitario, cultural e industrial hace tan solo un año y medio y, ahora, una de las más castigadas por Rusia. A pesar de todo, podría parecer a primera vista un lugar en paz. El bullicio en torno al centro comercial Nikolski es chocante. Casi todas las tiendas de ropa, comida, electrónica o perfumes están abiertas. Hay niños jugando en un campito de fútbol dibujado en la primera planta. El 10 de marzo de 2022, 15 días después de la invasión rusa, una bomba provocó daños en el edificio, pero, como casi todo en el país, se renovó enseguida para que la vida siga.

Interior del centro comercial Nikolski, en la ciudad de Járkov.
Interior del centro comercial Nikolski, en la ciudad de Járkov.Luis de Vega

Jóvenes vestidos para lucirse pasean por unas calles que a simple vista parecerían normales, pero que con una mirada más atenta muestran otra realidad. Los cristales rotos, las planchas de metal y de madera en las ventanas y los daños visibles en muchos edificios delatan el infierno que la ciudad ha vivido, aunque sus ciudadanos intenten olvidar la amenaza permanente que supone vivir tan cerca del invasor. Cuando la violencia forma parte de la realidad cotidiana, en muchos momentos acaba por olvidarse.

Kupiansk, zona roja

Pero, a medida que el frente está más cerca, la violencia empieza a estar presente a cada momento. A 80 kilómetros de Járkov está Kupiansk, una ciudad que contaba con unos 30.000 vecinos hasta 2021 y a la que Rusia no da tregua. Es zona roja, cerca de la primera línea, a unos 10 kilómetros de las posiciones rusas.

Ocupada a finales de febrero de 2022, apenas comenzada la invasión, su alcalde, vendido a Moscú, puso alfombra roja a las tropas invasoras. Los rusos la convirtieron durante seis meses en capital de la Járkov ocupada.

Desde la expulsión de las tropas del Kremlin, el pasado septiembre, un goteo incesante de proyectiles sacude la localidad. El sonido de explosiones es constante. La destrucción aparece por doquier: el mercado, los juzgados, edificios de apartamentos, el hospital, la Casa de la Cultura, incluso el estadio de fútbol. La artillería rusa se encuentra a 10 kilómetros.

Uno de los últimos objetivos ha sido el Museo de Historia. Los rostros de veteranos locales de la II Guerra Mundial permanecen en las paredes cubiertos de polvo, entre los escombros. Representan un imperialismo que empezó a diluirse con la independencia de Ucrania en 1991 y que la actual guerra, más que resucitar, como anhela el presidente ruso, Vladímir Putin, ha acabado por enterrar. Cada bomba es una piedra más en el muro entre Ucrania y Rusia.

Vídeo | Un museo destruido por las bombas rusas

“Así aprecia Rusia la cultura de la URSS”, lamenta un trabajador. Los funcionarios extraen con cuidado todo aquello que puede aprovecharse. Uno de ellos sonríe mientras toca por unos segundos las teclas de un piano en medio de la destrucción, en la que asoman un calendario de 1985, libros o carteles. Un legado cultural arrasado. Rusia ha bombardeado hasta 60 museos y galerías de arte en toda Ucrania, según denunció el presidente, Volodímir Zelenski, tras el ataque de Kupiansk.

“Como siempre, habíamos regado las plantas y estábamos encendiendo los ordenadores cuando sonó una explosión. Cada uno corrió hacia donde pudo. Yo me caí”, recuerda Svetlana, una empleada del museo de 55 años que prefiere no dar su apellido. Aquella mañana de abril el caos se apoderó de la quincena de personas que trataban de ponerse a salvo de los misiles. Dos de ellas, la directora de la institución, Osadcha Irina Anatoliivna, y su ayudante, Olena, perdieron la vida.

Svetlana relata el ataque en el estadio municipal, donde un enorme cráter de una decena de metros de diámetro atraviesa el terreno de juego. Sobre las gradas, parcialmente destruidas también por los ataques rusos, aparece el rostro impertérrito de Lenin en uno de los libros que Svetlana y sus compañeros han puesto a secar tras rescatarlo del museo.

Kupiansk fue liberada por Ucrania en septiembre, pero no ha recuperado la paz. La vida transcurre a trompicones con el mercado local reubicado en tenderetes callejeros y las colas cotidianas de vecinos que acuden a recoger ayuda humanitaria. Otros esperan a que abra la entrega de comida caliente organizada por la ONG del cocinero español José Andrés. Hoy, el menú es sopa borsch, macarrones y carne. Huele todo muy bien.

Un alcalde en un búnker

Este frente del noreste de Ucrania es clave para que el ejército de Kiev logre romper las posiciones militares del Kremlin en Lugansk, una de las dos regiones que integra Donbás, bastión minero e industrial anhelado por Moscú y que vive en guerra desde 2014. Lo explica el alcalde, Andrii Besedin, desde el búnker que ocupan las oficinas municipales a las que se acaban de mudar. Tienen que cambiar de localización cada poco para no ser detectados y bombardeados.

“Kupiansk es un centro ferroviario grande que une Donbás con el resto de Ucrania”, recuerda Besedin. Este papel será determinante para recuperar los territorios que libere la contraofensiva: “Con la desocupación, vamos a tener que transportar por esta vía mucha cantidad de ayuda, materiales de construcción, ayuda humanitaria para garantizar su vida y su supervivencia. Kupiansk va a ser un punto estratégico y logístico para hacerse cargo de estas comunicaciones”.

Vídeo | El alcalde de Kupiansk, Andrii Besedin, entrevistado por EL PAÍS.

La comarca de Kupiansk tiene otra función clave para la seguridad nacional, incluso para la contraofensiva: detectar a colaboradores de las fuerzas ocupantes rusas. En la localidad de Shevchenkove se ubica un “campo de filtración”, un edificio administrativo por el que tiene que pasar, para ser interrogado por los servicios de inteligencia, todo aquel que llega de los territorios que habían sido ocupados.

“Cada día hay una gran cantidad de personas que salen o entran en el municipio de Kupiansk y pasan por estos controles”, explica Besedin. “Una persona puede disimular alguna vez, pero al pasar por los controles 10 u 11 veces, finalmente acabamos por detectar a los que ayudan o colaboran con el enemigo de una u otra forma”.

Besedin subraya que Ucrania es un Estado de derecho y que son los tribunales los que deben determinar quién ha trabajado para Rusia. Pero él de entrada exime a funcionarios públicos o a médicos que durante los meses de ocupación continuaron en sus cargos para dar un servicio a la ciudadanía. Personas como Svetlana Tsiba, funcionaria del pueblo Grushivka, colindante de Kupiansk. Los Servicios de Seguridad de Ucrania (SSU) la retuvieron 24 horas en el centro de Shevchenkove para determinar las razones que la habían llevado a continuar en su puesto durante la presencia rusa en el pueblo. Su testimonio y el de muchos vecinos permitieron que quedara libre.

Los bomberos sofocan el fuego de una casa alcanzada por un misil ruso.
Los bomberos sofocan el fuego de una casa alcanzada por un misil ruso.Luis de Vega

A las afueras de Kupiansk, cerca de la orilla oriental del río Oskil, los bomberos acuden al pueblo de Petropavlivka, que acaba de ser bombardeado. Es una población casi desierta, a cinco kilómetros del frente, donde una columna de humo ayuda a localizar el punto exacto del impacto: una casa que ha quedado en ruinas. La familia que la habitaba se marchó al extranjero hace unas semanas, por lo que no hay víctimas. “Se escuchó un crujido, un crujido fuerte y terrible”, dice entre lágrimas Maria Nikolaevna, de 75 años, que vive en la finca adyacente junto a su hija, enferma de cáncer. A diferencia de la mayoría, no tiene previsto irse pese a las durísimas condiciones que impone la guerra. “Ya estamos acostumbrados. ¿Y a dónde voy yo, tan vieja, a vagabundear por el mundo?”.

Maria Nikolaevna, de 75 años, se lamenta después de que la casa de su vecino haya sido destruida por un misil ruso.
Maria Nikolaevna, de 75 años, se lamenta después de que la casa de su vecino haya sido destruida por un misil ruso.Luis de Vega

Sobre este proyecto

Un equipo multimedia de cuatro periodistas de EL PAÍS ha recorrido el este de Ucrania, 1.200 kilómetros entre Járkov y Jersón, en las semanas previas a la contraofensiva que determinará hasta dónde puede llegar el país en la liberación del territorio conquistado por Rusia. 

Decenas de testimonios de civiles y militares recabados a lo largo de la línea del frente retratan el impacto que tiene una guerra de larga duración en el día a día de la población: tomar cervezas en un bar mientras se recibe un aviso por Telegram de que un misil caerá en cuestión de minutos; qué sucede cuando una línea de pueblos se convierte en frente de batalla; cómo es celebrar las bodas de oro en medio de una ciudad arrasada; la cotidianidad de los soldados, que consiste también en muchos momentos de espera; el miedo de vivir frente a la central nuclear más grande de Europa, ocupada por Rusia, en medio de un conflicto; ser adolescente y vivir a 12 kilómetros del peligroso frente de Bajmut recluido en casa y recibiendo clases online; la búsqueda de colaboradores rusos por parte de Kiev. 

Una serie de siete reportajes sobre cómo la vida sigue, a pesar de todo, en medio de la violencia y la destrucción de la guerra, en un momento decisivo para Ucrania: una contraofensiva en la que se juega su destino.

Documental | Ucrania, ante la contraofensiva

Créditos

Coordinación y formato: Guiomar del Ser
Dirección de arte y diseño: Fernando Hernández
Maquetación y programación: Alejandro Gallardo

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