El miedo de los pocos que todavía viven frente a Zaporiyia: “Si esto explota, solo quedará una sombra de nosotros”
Los habitantes de las ciudades y pueblos situados frente a la planta, asediados de forma permanente por las tropas de Putin, temen que la tensión bélica acabe produciendo un desastre: “Esto puede ser el segundo Chernóbil”
Playa de Ostriv, mediados de mayo de 2023. En la orilla hay varios erizos checos colocados por el Ejército ucranio. Son obstáculos de defensa antitanque formados por barras metálicas que pretenden impedir un desembarco de tropas rusas. Junto a ellos se alza la pared de la presa, que está minada con el mismo objetivo. Al otro lado hay columpios, barras para hacer ejercicio y unos bancos de madera azules y blancos. Y una trinchera abandonada e inundada. Enfrente, al otro lado del río Dniéper, asoman amenazantes los seis reactores nucleares de la central de Energodar (en la provincia de Zaporiyia), la mayor de Europa, en manos rusas desde el 4 de marzo de 2022, días después de que comenzara la invasión de Ucrania. Olga Muja los está mirando: “Si esto explota, solo quedará una sombra de nosotros”.
Un cartel avisa de forma tajante de que el baño está prohibido, pero el verano pasado no fue muy respetado. Los vecinos siguieron metiéndose en el agua y tomando el sol tratando de que la vida siga. Pero es difícil olvidar la guerra en esta aldea. Se oyen explosiones lejanas cada poco. Ostriv está situado entre las posiciones rusas y Nikopol y Marganets, en la provincia de Dnipropetrovsk, dos ciudades objetivo constante de la artillería de Putin. Ostriv se sitúa en la trayectoria de ataque hacia ambos municipios.
“La mayoría de la gente se ha ido de aquí”, dice Olga, que tiene 66 años. “Escuchamos cada día disparos, cohetes Grad, artillería, y pasamos mucho miedo. Yo no entiendo de qué va esta guerra ni por qué quieren matarnos”. Ella asegura que no se irá, que ese es su hogar y que quiere seguir trabajando su huerto y cuidando a sus gallinas y sus 100 árboles frutales. Uno de sus seis hijos está combatiendo. Ahora está destinado en el peligroso frente de Bajmut. La llama a menudo:
―Hola, estoy bien, estoy vivo.
Dos vecinas de Olga, Raisa Sitnichenko, de 76 años, y Valentina Riabchenko, de 73, explican que reciben ayuda humanitaria una vez al mes, que les dan agua y comida, y que ha habido momentos muy complicados. Valentina se va a veces a dormir con su hijo a Marganets cuando la cosa se pone muy fea. “Estas casas son viejas y no tenemos refugios”, lamenta Raisa.
La ciudad grande más cercana a Ostriv es Nikopol, también frente a la central de Energodar. La carretera entre ambas está llena de perdices y sobre todo, faisanes. Como la caza está prohibida desde hace más de un año, por la guerra, hay muchos más y se pasean tranquilamente por los caminos con sus largas colas y plumas de colores.
En Nikopol vuelven a escucharse explosiones y vuelven a asomarse los seis reactores nucleares de Energodar, al otro lado del Dniéper. Nikopol es zona roja, según definición del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas Ucranias. Zona roja significa que los periodistas no pueden acceder sin autorización expresa y deberán ir acompañados en todo momento por un responsable militar.
Bajo la ley marcial, decretada en febrero de 2022 con el inicio de la invasión, el Ejército tiene poderes enormes, incluso por encima de derechos fundamentales como el de información o la libertad de movimiento. La autorización para acceder a una zona roja puede llegar en unos días o puede no llegar nunca, según las prioridades del momento. El frente de Bajmut es zona roja, siguiendo la lógica de que allí la vida de los periodistas corre un peligro extremo y el movimiento de tropas es secreto. Una ciudad como Nikopol está cerrada por su proximidad a Energodar. Desde localizaciones no determinadas en este tramo del Dniéper, las fuerzas especiales ucranias han tanteado las defensas rusas en la central con desembarcos relámpago.
Raisa Stnelcova, de 80 años, y Nadia Suslova, de 72, caminan junto a un edificio de cuatro alturas de Nikopol que fue bombardeado el 11 de agosto a las dos de la madrugada. Ellas viven al lado. “Nos asustó mucho”, recuerda Raisa. “Ahora nos atacan todos los días, varias veces al día”. Están muy preocupadas por la cercanía de la central nuclear. “Esto puede ser el segundo Chernóbil”, dice Raisa. En esta ciudad del norte de Ucrania se produjo en 1986 la mayor catástrofe nuclear de la historia.
El alcalde de Energodar antes de la ocupación rusa confía en que la contraofensiva del Ejército ucranio tenga éxito y logre recuperar la central. Se llama Dmitro Orlov, tiene 37 años, ahora vive en Zaporiyia y ejerce su cargo en la distancia. Habla desde un centro habilitado para prestar ayuda humanitaria y apoyo de todo tipo a los habitantes de Energodar que huyeron. “Antes vivían allí unas 53.000 personas y ahora quedan unas 15.000″, explica. “Algunos se fueron al extranjero, pero la mayoría está en Ucrania esperando la liberación de la ciudad para regresar a sus casas”.
Antes vivían allí [en Energodar] unas 53.000 personas y ahora quedan unas 15.000″Dmitro Orlov, alcalde Energodar
VÍDEO | El alcalde de Energodar explica los riesgos de la central nuclear bajo la ocupación rusa.
La central nuclear casi no produce electricidad. Los seis reactores están en modo mínimo. Tampoco la vecina estación termoeléctrica. Antes de la invasión, Energodar generaba la mitad de la energía eléctrica de origen nuclear de Ucrania. “Esperamos que la contraofensiva tenga éxito para que la central pueda reanudar sus actividades, generar la tan necesaria electricidad y la ciudad vuelva a su vida normal”, dice Orlov.
Una misión de expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) supervisa la seguridad de la planta desde septiembre del año pasado. El director general del organismo, Rafael Grossi, avisó esta semana de que la planta había perdido toda la electricidad externa por séptima vez durante el conflicto, forzándola a depender de los generadores diésel de emergencia. “La situación de seguridad nuclear en la central es extremadamente vulnerable”, escribió en Twitter. “Debemos lograr un acuerdo para proteger la central ahora. Esta situación no puede continuar”.
Oleksii Blinechuk trabajó en la planta hasta el verano pasado. Luego se marchó a Zaporiyia con su familia. Dice que los rusos han contratado a gente sin experiencia. “Son personas que no tienen nada que ver con el sector energético y que no deberían estar allí”, opina. Él sigue manteniendo contacto con algunos de los compañeros que aún trabajan allí.
VÍDEO | Un empleado de la central nuclear de Energodar narra cómo era la vida bajo el dominio ruso.
El frente de Zaporiyia puede ser el más decisivo de la guerra, como han resaltado públicamente los servicios de inteligencia de Estados Unidos y del Reino Unido. También lo subrayan militares ucranios en la zona y analistas de defensa. “Todo el mundo está pendiente de Bajmut, pero lo que suceda aquí es más importante”, afirmaba el pasado febrero a este diario Stepan, un oficial del batallón de infantería Artey.
Zaporiyia permitiría a las tropas ucranias avanzar hacia la costa del mar de Azov sin tener que afrontar un desembarco por el río Dniéper, una gesta compleja como pocas según la teórica militar. Las tropas ucranias avanzarían liberando la provincia, sobre todo un municipio estratégico como Energodar. La siguiente etapa, victoria fundamental, sería llegar a la ciudad de Melitópol, en la costa del mar de Azov. Desde Melitópol, los ejércitos de Kiev podrían cortar el suministro a las fuerzas invasoras a lo largo de la costa, hacia Jersón, el mar Negro y Crimea.
Si el avance ucranio se produce desde Zaporiyia, cada núcleo urbano puede ser un fortín para las defensas rusas y los combates pueden acabar destruyendo poblaciones enteras, como sucedió con las contraofensivas en las provincias de Jersón o Járkov. Pero si los rusos mantienen sus posiciones militares en la central nuclear, el riesgo no será que una aldea quede arrasada, sino que de millones de personas solo quede su sombra, como advertía Olga. La incógnita es si el Kremlin ordenaría a sus tropas que se retiren en caso de quedar rodeadas o si continuaría jugando la carta del chantaje atómico.
Sobre este proyecto
Un equipo multimedia de cuatro periodistas de EL PAÍS ha recorrido el este de Ucrania, 1.200 kilómetros entre Járkov y Jersón, en las semanas previas a la contraofensiva que determinará hasta dónde puede llegar el país en la liberación del territorio conquistado por Rusia.
Decenas de testimonios de civiles y militares recabados a lo largo de la línea del frente retratan el impacto que tiene una guerra de larga duración en el día a día de la población: tomar cervezas en un bar mientras se recibe un aviso por Telegram de que un misil caerá en cuestión de minutos; qué sucede cuando una línea de pueblos se convierte en frente de batalla; cómo es celebrar las bodas de oro en medio de una ciudad arrasada; la cotidianidad de los soldados, que consiste también en muchos momentos de espera; el miedo de vivir frente a la central nuclear más grande de Europa, ocupada por Rusia, en medio de un conflicto; ser adolescente y vivir a 12 kilómetros del peligroso frente de Bajmut recluido en casa y recibiendo clases online; la búsqueda de colaboradores rusos por parte de Kiev.
Una serie de siete reportajes sobre cómo la vida sigue, a pesar de todo, en medio de la violencia y la destrucción de la guerra, en un momento decisivo para Ucrania: una contraofensiva en la que se juega su destino.
Documental | Ucrania, ante la contraofensiva
Créditos
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