Videojuegos, té y drones en el frente: la guerra también consiste en esperar
Unidades de artillería e infantería ucranias en la región oriental de Donbás se arman de paciencia durante horas aguardando órdenes y los movimientos del enemigo ruso. “Aquí todos los días son iguales”, dice un soldado
Los soldados se resguardan del frío dentro de la bujanka. La furgoneta soviética por excelencia tiene un sistema de calefacción que convierte su interior en un paraíso casi tropical. En el exterior, en el frente de Bajmut, en el este de Ucrania, llueve y la temperatura no sube de los ocho grados. Los hombres de la compañía de cohetes Grad de la 17ª Brigada Blindada ucrania aguardan durante horas las órdenes del comandante del batallón para entrar en acción. Su mejor amigo es el teléfono móvil y la conexión por internet que llega vía satélite, mediante una antena de la compañía Starlink.
“La mayor parte del tiempo en la guerra se trata de esperar”, dice el comandante de la compañía, el teniente Volodímir. EL PAÍS acompañó a principios de mayo a dos de sus tres unidades de cohetes Grad en una posición camuflada en segunda línea del frente, a 12 kilómetros de Bajmut. La batalla más feroz de la guerra se libra en múltiples capas, desde la trinchera o en la retaguardia de ambos ejércitos. Los Grad de la Compañía Benjamín —el nombre en clave de su comandante— estarán listos en 50 minutos para situarse a los kilómetros del objetivo que se les indique. En la posición de ataque estarán no más de cuatro minutos: dispararán y saldrán escopeteados para evitar ser identificados por la artillería rusa.
Hasta que no llega ese momento, los seis hombres que maniobran los dos camiones lanzacohetes tienen que pasar el rato con lo que tienen a mano. Sobre una mesa que han montado con cajas de explosivos juegan a las cartas o al dómino; el conductor de la bujanka utiliza su cuchillo para dar forma de cuchara a un trozo de madera; Yevgen, de 24 años, era barman en Kiev y enumera los cócteles que mejor prepara; en el interior de la furgoneta, Danil, de 22 años, juega con el teléfono a World of Tanks, uno de los videojuegos bélicos de moda. Su tanque favorito en el juego es el Kranvagn, un prototipo de blindado de la década de los cincuenta que Suecia diseñó para frenar una posible invasión soviética en Escandinavia.
El comandante bebe un té tras otro mientras está pendiente de recibir las órdenes. En grupos de teléfono con otros oficiales de la brigada comparten posibles coordenadas del enemigo e imágenes por satélite. Uno de los grupos lleva el nombre OTAN. Las órdenes se detallan en un programa digital que actualiza al minuto, y con elevada precisión, la localización del enemigo, identificando diferentes niveles de certeza de los activos militares que se pueden encontrar allí. Volodímir no se separa de la tableta digital en la que tiene toda la información confidencial del frente, separada por colores: azul, las unidades ucranias; rojo, las rusas.
Las rotaciones de servicio son de tres días, tres jornadas que los soldados dormirán junto a los Grad, en agujeros excavados en el suelo, entre los árboles, porque por la noche es cuando la artillería y la aviación rusa salen a la caza de sus posiciones. En el frente de Liman, 50 kilómetros hacia el noreste, las rotaciones de los hombres de la 63ª brigada son solo de un día porque el enemigo está justo delante de ellos.
Proyectiles de mortero, obuses y misiles de helicópteros caen en sus trincheras constantemente, asegura Walter, nombre en clave del capitán de la compañía apostada en un lago. En la otra orilla está la zona gris, unos cinco kilómetros de longitud que ningún bando controla.
El MT-LB espera al equipo de EL PAÍS a cinco kilómetros del frente. La base se encuentra en una aldea entre Liman y Svatove, entre las provincias de Donetsk y Lugansk. Desde allí, este vehículo blindado soviético para el transporte de infantería cruzará campos agrícolas abandonados hasta la segunda línea de trincheras. La primera se ubica 500 metros más adelante.
El casco, siempre desabrochado
La primera instrucción que comunican los soldados a los periodistas es que el casco debe llevarse desabrochado: si una bala impacta en él y está sujeto, el proyectil lo perforará. En cambio, si no está atado, la bala saldrá proyectada junto al casco. Uno de los soldados, mientras tanto, recuerda su experiencia en Bajmut, uno de los frentes más brutales de esta guerra: “A veces nos llegaban 20 proyectiles al minuto. Fue difícil pero aguantamos. No retrocedimos ni un metro”
Alrededor de las trincheras se acumulan vainas de obuses móviles soviéticos Pion, un proyectil de 203 milímetros de calibre, uno de los más potentes del mundo. La misión allí es contener un intento de avance ruso. El frente no se ha movido en esta posición desde el pasado septiembre, cuando la contraofensiva ucrania de verano liberó la provincia de Járkov y puso un pie en la de Lugansk.
Sentado en la mesa donde sus hombres comen, Walter, veterano de la guerra de Donbás de 2014 y de la batalla de Bajmut, considera una misión casi suicida intentar cruzar el frente por el lago, pero añade que los rusos continúan utilizando como táctica enviar oleadas de hombres a morir para avanzar unos pocos metros. “Los rusos no han aprendido en esta guerra”, afirma Walter. Un oficial de la 63º brigada lo ilustra con los dedos de una mano. La táctica es la misma, y el enemigo siempre repite el mismo error: en una hilera de posiciones defensivas, el dedo medio se retira y las unidades rusas van directas y la toman, mientras que los dedos anular e índice les rodean.
VÍDEO | Un miembro de la 1ª compañía de la 63ª Brigada de Infantería muestra un refugio.
Esta táctica envolvente es precisamente la que está intentando en la batalla de Bajmut el general Oleksandr Sirski, comandante del Ejército de Tierra ucranio: retirarse del centro para aislar a los rusos dentro de la ciudad.
Los centinelas ucranios aguardan en el lago para tender una trampa al enemigo, o controlar la llegada de la amenaza aérea. Como cada día. “Son todos iguales aquí”, dice un soldado. “No hay lunes, ni martes, ni domingos, ni fiestas”. Ven pasar a diario misiles hacia Kramatorsk, la ciudad que sirve de capital de la región de Donetsk en manos de Ucrania, también drones bomba que intentan anular con unidades armadas con Stinger, los misiles tierra-aire estadounidenses que se hicieron célebres en la invasión soviética de Afganistán, cuando los muyahidines los utilizaban contra los helicópteros del Ejército Rojo.
Roman lidera un equipo de dos soldados equipados con un Stinger. Agazapados entre los arbustos, él y su compañero preparan el arma cuando oyen el zumbido del motor de un dron. Toda la posición se pone en alerta intentando identificar el origen del sonido y Walter obliga al equipo de prensa a ser evacuado con el MT-LB.
El estrés postraumático, un enemigo invisible
De vuelta a la aldea reconvertida en base temporal, aparece el enemigo invisible de los soldados, el estrés postraumático. Un soldado rompe a llorar y dos camaradas lo consuelan. Vitali es el oficial que sirve de terapeuta en el batallón. Confirma que el soldado ha tenido una crisis nerviosa derivada de una contusión provocada por una explosión que le ha dejado secuelas mentales.
Vitali es ingeniero de profesión y en febrero fue movilizado. Realizó un curso para aprender los protocolos del Ejército de Tierra de “apoyo psicológico y moral”. Su tarea es detectar qué soldados necesitan asistencia psicológica, incluso ser apartados del frente.
Ilustra los métodos aprendidos para atender a un soldado en estado de aturdimiento. Pide a uno de los periodistas que se siente en la silla de su escritorio, rodeado de literas, sacos de dormir y petates: “Lo primero que hay que hacer es acercarse, quitarle las armas, pasarlas a otro, esconderlas. Preguntarle, bajito: ‘¿Me estás escuchando, cómo te sientes?’. Luego le coges así, con los dedos empiezas a masajearlo aquí… Luego sus manos. Masajeas un par de minutos, luego le coges por las manos así, con los puños, simplemente te sientas enfrente de él, le sujetas las manos, y le hablas sin parar, muy bajito. Esto se hace para que la persona en estado de estupor empiece a hacerte caso. Para que se le activen los reflejos. Luego hay que decirle a la oreja cosas desagradables”.
Lo primero que hay que hacer es acercarse, quitarle las armas (...) Preguntarle, bajito: ‘¿Me estás escuchando, cómo te sientes?”Vitali, responsable de la asistencia psicológica de los soldados
VÍDEO | Vitali sirve como terapeuta en el batallón.
¿Qué cosas desagradables se le dicen a un soldado noqueado por una explosión? Vitali pone algunos ejemplos: “Que su mujer le pone los cuernos, que ha muerto su hermano. Sacará al hombre del estupor, empezará a reaccionar al entorno. Luego, cuando vuelva en sí, hay que explicar que era necesario, que no se enfade. Y él te da las gracias.”
La salud mental de los militares ucranios es, según advierten expertos y militares, un problema mayúsculo al que tendrá que enfrentarse el país, un problema para el que necesitará abundantes recursos que será difícil conseguir. Cerca de medio millón de hombres y mujeres ya han pasado por experiencias de combate, según cifras aportadas a EL PAÍS por altos rangos del Ejército de Tierra, y Ucrania no tiene suficientes terapeutas, psicólogos y psiquiatras preparados para atender a quienes lo necesiten.
Yuliia Sobolta, terapeuta de la organización DoLadu, especializada desde 2017 en asistencia psicológica a soldados que sufren trastornos, admitía que solo ahora los estamentos militares, por naturaleza conservadores en una sociedad ya de por sí conservadora, empiezan a aceptar que la infantería en el frente realice ejercicios de meditación para estabilizar su estado mental.
“Combatiendo no tienes mucho tiempo para pensar en lo que ocurre”, reflexiona otro soldado, Roman, de 52 años, 23 de ellos viviendo en el municipio madrileño de Alcalá de Henares. “Se puede decir que te vas acostumbrando a la guerra con el tiempo. Para mí no es lo mismo cuando empecé, en marzo de 2022, que ahora. Pero cuando piensas en ello, es difícil. Es muy difícil que mueran compañeros”. Él perdió a uno con el que llevaba en el frente desde el principio y que murió muy joven, con solo 28 años.
Queda mucho camino por delante, como lo demuestran las risas que provocaban los ejercicios de relajación que Vitali llevaba a la práctica con el periodista. Pese al escepticismo de algunos, su experiencia en el frente le ha convencido de que donde más útil puede ser es luchando en la guerra que se libra en la cabeza de cada soldado. Por eso, dice Vitali, dejará a un lado su carrera como ingeniero para estudiar psicología.
Sobre este proyecto
Un equipo multimedia de cuatro periodistas de EL PAÍS ha recorrido el este de Ucrania, 1.200 kilómetros entre Járkov y Jersón, en las semanas previas a la contraofensiva que determinará hasta dónde puede llegar el país en la liberación del territorio conquistado por Rusia.
Decenas de testimonios de civiles y militares recabados a lo largo de la línea del frente retratan el impacto que tiene una guerra de larga duración en el día a día de la población: tomar cervezas en un bar mientras se recibe un aviso por Telegram de que un misil caerá en cuestión de minutos; qué sucede cuando una línea de pueblos se convierte en frente de batalla; cómo es celebrar las bodas de oro en medio de una ciudad arrasada; la cotidianidad de los soldados, que consiste también en muchos momentos de espera; el miedo de vivir frente a la central nuclear más grande de Europa, ocupada por Rusia, en medio de un conflicto; ser adolescente y vivir a 12 kilómetros del peligroso frente de Bajmut recluido en casa y recibiendo clases online; la búsqueda de colaboradores rusos por parte de Kiev.
Una serie de siete reportajes sobre cómo la vida sigue, a pesar de todo, en medio de la violencia y la destrucción de la guerra, en un momento decisivo para Ucrania: una contraofensiva en la que se juega su destino.
Documental | Ucrania, ante la contraofensiva
Créditos
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