Clases de lengua por Zoom entre misiles a las puertas de Bajmut

Más de un año después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, niñas como Diana y Yuliana siguen sin poder volver a la normalidad, recluidas en su casa de la localidad de Kostiantinivka

Kostiantinivka, el pueblo a 10 kilómetros del frente de Bajmut.Foto: CARLOS MARTÍNEZ | Vídeo: CARLOS MARTÍNEZ

Diana y Yuliana se despertaron a las cinco de la madrugada el 24 de febrero de 2022 por las fuertes explosiones. Diana tenía 15 años y supo al instante que la guerra había empezado, que Rusia estaba invadiendo Ucrania. Su hermana Yuliana tenía ocho y no entendió nada. “Solo me asusté mucho”, recuerda más de un año después. Su vida de niñas cambió del todo. Dejaron de ir a la escuela. Otra vez. Pasaron casi directamente de las restricciones de la pandemia a las de la guerra, a conectarse a una clase online entre sonidos de misiles, morteros, obuses, ametralladoras, sirenas, defensas antiaéreas o tanques recorriendo las calles de su ciudad. Viven en Kostiantinivka, a 10 kilómetros del infierno del frente de Bajmut. Hay muchos días que ni siquiera pueden salir de casa.

Las noches y los días se han convertido en secuencias temporales casi idénticas a lo largo de las semanas y los meses. Despertarse. Conectarse a Zoom (la aplicación de comunicación por internet) de la escuela. Estudiar. Comer. Por la tarde, la pequeña juega un poco e intenta bajar un rato a la calle con su madre y algún amigo si no se oyen explosiones. La mayor charla con sus amigas a través de una pantalla, usa Telegram, Instagram, TikTok y hace algo de ejercicio en casa. Cenan. Se acuestan. Rezan para que la noche no sea movida. Y vuelta a empezar.

Yuliana, de ocho años, y Diana, de 15, en una foto facilitada por su madre.
Yuliana, de ocho años, y Diana, de 15, en una foto facilitada por su madre.

Kostiantinivka, una ciudad que antes de la invasión tenía unos 70.000 habitantes, a menos de 70 kilómetros de Donetsk, ha sufrido bombardeos constantes desde el comienzo de la guerra. Es la segunda vez que ocurre, porque las tropas alemanas provocaron ya numerosos destrozos en la ciudad tras su retirada al final de la II Guerra Mundial. Y en 2014, cuando los rusos comenzaron la guerra por la región de Donbás, consiguieron tomar algunas calles durante un par de meses, calles que luego fueron recuperadas por los ucranios. Ahora está de nuevo sufriendo intensos bombardeos.

Días sin salir de casa

“Pueden pasar muchos días sin que yo salga de casa”, dice Diana, una adolescente pausada y tranquila con una larga melena rubia. “Cada vez las explosiones se escuchan más cerca y más fuerte. Hubo un momento en el que nos acostumbramos a tenerlas de telón de fondo, pero ahora suenan mucho y muy mal”. Yuliana, la pequeña, pensaba que todo duraría dos o tres meses como mucho, pero la guerra no solo sigue, sino que durante el último mes los ataques se han recrudecido en su ciudad. Niños y mayores se han vuelto expertos en saber cuándo una bomba es de salida o de entrada; si la explosión es de un misil, un dron, artillería, disparos.

La fachada de una de las escuelas de Kostiantinivka.
La fachada de una de las escuelas de Kostiantinivka. LUIS DE VEGA

A la clase por Zoom de Diana solo suelen asistir la mitad de los alumnos. Unos porque no pueden dormir por la noche debido a los ataques de artillería o misiles y aprovechan la mañana para dormir. Otros no tienen luz o han decidido no seguir las clases y hacer solo las tareas. La escuela está abandonada y bombardeada. Muchos profesores, aunque siguen dando clase a sus alumnos, lo hacen desde Kiev, Lviv o incluso desde el extranjero. Se han ido por puro miedo, por ellos y por sus familias, aunque intentan seguir haciendo su trabajo y ayudar a los estudiantes lo más que pueden.

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La maestra de Lengua Anna Korotkiya —del pueblo arrasado de Kamianka, pero que ahora vive en la región de Poltava y da clases online a alumnos de Izium— cuenta lo mismo que Diana. “Hay niños que no sé ni dónde están, otros no tienen internet y los hay que directamente te dicen que necesitan un psicólogo, que necesitan ayuda, porque no pueden más. Y luego están los chavales que fueron alumnos míos hace poco y que sé que están ya combatiendo en la guerra. Es todo muy difícil de asimilar”.

Diana y Yuliana salieron unos meses del país con su madre. Estuvieron de abril a noviembre en una ciudad cercana a Cracovia, en Polonia, pero siguieron las clases online ucranias. Después volvieron a Kostiantinivka. “Mi marido se había quedado aquí y además yo sentía que debía volver a mi ciudad y contribuir a que la vida siga adelante en la comunidad”, explica su madre, Yulia Krivosheyeva, de 37 años. “Necesitábamos estar todos juntos de nuevo”.

Hay chavales que fueron alumnos míos hace poco y que sé que están ya combatiendo en la guerra. Es todo muy difícil de asimilar”
Anna Korotkiya, maestra

Yulia trabaja en una boutique del pan en el centro de Kostiantinivka. Despacha tartas de manzana, pasteles típicos de Járkov y de Donetsk, unos bollos rellenos de crema de plátano, galletas, empanadas, pizzas y 12 distintos tipos de pan. El olor es delicioso porque lo hornean todo aquí. Al fondo, un grupo de panaderos y pasteleros trabaja por turnos las 24 horas. Como siempre hay gente dentro, aunque esté cerrado, los soldados que vienen del frente de Bajmut muchas veces se acercan por la noche para comer algo.

La boutique de pan donde trabaja Yulia, en el centro de Kostiantinivka.
La boutique de pan donde trabaja Yulia, en el centro de Kostiantinivka.Carlos Martínez

Kostiantinivka sirve de base de las Fuerzas Armadas Ucranias. Su posición es estratégica, entre el frente de Bajmut y el de Avdiivka, los dos puntos más calientes de la guerra. Cuando los soldados en primera línea rotan unos días, lo hacen en Kostiantinivka. Además, por el municipio pasan inevitablemente los suministros para las tropas procedentes del oeste, de Kramatorsk. El lugar es un objetivo claro de las fuerzas invasoras, y cada edificio puede ser blanco de su artillería.

Normalidad y devastación

Justo al lado de la acogedora pastelería de Yulia, como un contraste más entre la normalidad y la devastación de la guerra, hay un imponente edificio destruido. Es una casa de la cultura construida en 1976, cuando Ucrania era parte de la Unión Soviética. Uno de esos lugares que hace un año y medio todavía celebraba obras de teatro, conciertos y ofrecía clases de arte y danza a los niños. Fue bombardeada el día de San Valentín, el 14 de febrero pasado, y ahora no hay nada más allá de escombros en la puerta y ventanas rotas tapadas con metales y maderas.

Como en todo el país, las calles de Kostiantinivka están llenas de gigantescos carteles animando al alistamiento: “Defendamos juntos Ucrania”. El hospital civil de la ciudad ha pasado de atender enfermos a asistir heridos. “Lo más duro de estos meses de guerra ha sido ver a los niños heridos”, explica el jefe de cirugía, Yurii Mishastii, de 63 años. “Hemos atendido a un bebé de un año y tres meses. Lo estabilizamos y lo llevamos a Dnipró. La familia estaba saliendo en coche de Bajmut cuando dispararon a la madre, al padre y al hijo. Hay también adolescentes con heridas graves. Es complicado”.

Veremos en el futuro las consecuencias de todo esto en la salud mental de esa generación”
Yuri Mishati, jefe de cirujía del hospital de Kostiantinivka

Los niños y adolescentes de Kostiantinivka y otros municipios cercanos al frente llevan más de un año conviviendo de forma permanente con muertos, heridos, misiles, miedo, ansiedad, histeria propia y ajena, vivir sin gas, ni electricidad, ni agua corriente durante meses… “La guerra es un gran desafío para esta generación”, opina el jefe de cirugía Mishastii. “Niños, adolescentes, jóvenes. Creo que por el momento no entienden por completo lo que estamos viviendo. La conciencia llegará en el futuro”.

“La situación es muy complicada”, insiste Yulia. “Cada vez tenemos más miedo. Y los niños no pueden estar aquí”. Su marido se quedará en Kostiantinivka, pero ella ha decidido mudarse a Kiev con Diana y Yuliana. Confía, como todos, en que la contraofensiva ucrania vaya bien, en que los rusos se alejen, en que la guerra se acabe, en poder volver en algún momento a su ciudad, a su pastelería y a las tranquilizadoras rutinas de la vida en paz.

Sobre este proyecto

Un equipo multimedia de cuatro periodistas de EL PAÍS ha recorrido el este de Ucrania, 1.200 kilómetros entre Járkov y Jersón, en las semanas previas a la contraofensiva que determinará hasta dónde puede llegar el país en la liberación del territorio conquistado por Rusia. 

Decenas de testimonios de civiles y militares recabados a lo largo de la línea del frente retratan el impacto que tiene una guerra de larga duración en el día a día de la población: tomar cervezas en un bar mientras se recibe un aviso por Telegram de que un misil caerá en cuestión de minutos; qué sucede cuando una línea de pueblos se convierte en frente de batalla; cómo es celebrar las bodas de oro en medio de una ciudad arrasada; la cotidianidad de los soldados, que consiste también en muchos momentos de espera; el miedo de vivir frente a la central nuclear más grande de Europa, ocupada por Rusia, en medio de un conflicto; ser adolescente y vivir a 12 kilómetros del peligroso frente de Bajmut recluido en casa y recibiendo clases online; la búsqueda de colaboradores rusos por parte de Kiev. 

Una serie de siete reportajes sobre cómo la vida sigue, a pesar de todo, en medio de la violencia y la destrucción de la guerra, en un momento decisivo para Ucrania: una contraofensiva en la que se juega su destino.

Documental | Ucrania, ante la contraofensiva

Créditos

Coordinación y formato: Guiomar del Ser y Brenda Valverde
Dirección de arte y diseño: Fernando Hernández
Maquetación y programación: Alejandro Gallardo

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