Los ataques ucranios sobre ciudades rusas elevan la presión sobre Putin
Mientras la frontera entre los dos países arde, la vida en Moscú continúa sin cambios. Vecinos de las zonas afectadas reclaman al Kremlin protección del ejército, pero el mandatario mantiene intacta su agenda
Moscú —incluido el Kremlin— y otros territorios rusos han sido bombardeados en las últimas semanas. Decir esta frase habría sido impensable hace un año. Al menos sin imaginarse que estos ataques desencadenaran una guerra nuclear. Sin embargo, Vladímir Putin, la imagen de presidente duro por antonomasia, no ha alterado su agenda mientras se recrudecen los ataques ucranios en suelo del país invasor. Los habitantes de las regiones fronterizas suplican a su mandatario que mueva las tropas del frente para protegerlos, pero el líder ruso no ha dado ningún golpe de timón, ni se ha dirigido a la nación ni ha convocado de emergencia al Consejo de Seguridad. Y en Moscú, objetivo de varios ataques simbólicos con drones ligeros, el mayor lamento hoy son los diluvios de sus primeros días de verano. El Kremlin cree que todavía tiene la situación bajo control, aunque ello no significa que Putin, el hombre que desató la guerra en Europa, no se atreva a una peligrosa escalada si peligra su poder.
“Por supuesto que duermo, como todo el mundo. A diferencia de algunos que quizás conocéis bien, intento no dejar de hacer deporte. Esto me ayuda a trabajar”, decía con una sonrisa el presidente ruso durante una entrega de medallas mientras el asentamiento fronterizo de Shebékino, en Bélgorod, ardía bajo las bombas ucranias el 1 de junio. Putin no galardonó en aquel acto a ningún militar, era una videoconferencia con familias a las que premió con la Orden a la Gloria de los Padres. También habló de quesos con ellos.
Unos días antes, el 30 de mayo, una oleada de drones caía sobre Moscú, el ataque más grave sobre la ciudad desde que dos aparatos estallaron sobre el Kremlin el 3 de mayo. “El sistema antiaéreo funcionó, pero hay cosas en las que trabajar”, respondía el mandatario el martes antes de comparar la capital rusa con su base aérea de Jmeimim, en Siria. Putin no se reuniría con su Consejo de Seguridad hasta el 2 de junio, y no fue más que un encuentro semanal rutinario donde pidió a sus subalternos reforzar “la seguridad política interna”.
Lejos de Moscú, en la frontera con Ucrania, donde el sábado aumentó en al menos siete muertos más la lista de civiles fallecidos bajo bombardeos, se ve la situación de otra manera. “No existe ninguna sensación de seguridad, la gente está nerviosa porque se siente en peligro. Los vecinos piden que el ejército se venga ya a la región”, cuenta por teléfono desde Bélgorod a EL PAÍS un cámara ruso que prefiere mantener el anonimato.
El paso a la zona de Shebékino permanece cerrado por los militares. “Los ataques eran puntuales antes. Los bombardeos se han intensificado estos últimos días. Un día tras otro, de noche y hasta la mañana, cada pocas horas”, agrega esta fuente. “Es evidente que los sistemas antiaéreos no derriban todo. Y nadie entiende que los saboteadores logren entrar”, subraya en referencia a las escaramuzas libradas con unidades de reconocimiento apoyadas por Ucrania el 22 de mayo.
Además, la región lamenta la cobertura mediática recibida. El canal Rossiya-24, por ejemplo, solo dedicó 23 segundos de su informativo a las escaramuzas, y toda la información está canalizada por las autoridades sin dar voz a las quejas de los afectados. “La gente pide que reciban el mismo trato que han tenido —las zonas separatistas— de Donetsk y Lugansk”, dice esta fuente, cuya opinión comparten otros vecinos.
“Tratamos de no entrar en pánico”
“Es una pesadilla lo que está pasando aquí”, relata a este periódico una madre de tres niños de la ciudad de Bélgorod que también prefiere el anonimato. “La situación se está calentando, es muy similar a la de febrero y marzo de 2022″, dice en comparación con el inicio de la invasión de Ucrania. “Tratamos de no entrar en pánico, pero tengo el depósito del coche lleno”, cuenta tras apuntar que planea dejar sus hijos con su familia en San Petersburgo.
Otros menores rusos ya han tenido que abandonar sus hogares. Según las autoridades regionales, más de un millar de niños han sido evacuados de los distritos de Shebékino y Gráivoron, las zonas que ha elegido Kiev para llevar al suelo ruso los choques directos entre tropas este último mes. Para negar su vinculación, como hizo Moscú con los separatistas en la guerra de Donbás en 2014, las operaciones ucranias las llevan a cabo dos agrupaciones paramilitares de ultranacionalistas rusos que se oponen al Kremlin, el Cuerpo de Voluntarios Rusos y la Legión de la Libertad de Rusia.
Sus penetraciones en territorio ruso han tenido éxito debido a que la frontera está pobremente defendida. El pulso real de Kiev y Moscú se libra dentro de Ucrania, donde el alto mando ruso ha concentrado casi todas sus fuerzas en una línea fortificada de más de 800 kilómetros. Y ello ha dejado la seguridad del borde norte en manos de milicias de civiles, reclutas y muy pocas fuerzas de seguridad profesionales.
El objetivo de las escaramuzas y bombardeos fronterizos ucranios es provocar el pánico y forzar al Kremlin a desplazar parte de sus tropas a su propio territorio. De ese modo, la presión de la población rusa ayudaría a debilitar su ejército ante la futura ofensiva ucrania.
En internet se han hecho virales vídeos de ciudadanos de Bélgorod que exigen la llegada del ejército ruso. “Quiero vivir como viven en otras ciudades rusas. Shebékino es parte de Rusia y estamos pidiendo ayuda. No sabemos quién nos protegerá ¿Por qué tenemos que salir de la ciudad por nuestra cuenta? ¿Por qué debemos dejar la tierra donde nacimos? Muevan la línea del frente y salven la región de Bélgorod”, clama en una grabación difundida por el canal Astra una estudiante de 18 años.
El amenazador plan b de Putin
El Kremlin asegura tener la situación bajo control. Aunque en Bélgorod las clases han terminado antes de tiempo y muchas de sus empresas han echado el cierre temporalmente, la vida sigue más o menos igual en Moscú. El ataque con drones ligeros fue la comidilla de las conversaciones el día que sucedió, pero, igual que las explosiones sobre el Kremlin, no hubo víctimas ni daños relevantes. Además, la oleada de drones se dirigió hacia un barrio de la élite, Rubliovka, y la residencia oficial de Putin en Novo-Ogariovo. “¿De qué os alegráis? ¿Es que allí no viven rusos?”, clamó colérico uno de los jefes de la propaganda rusa, Vladímir Soloviov, al leer las bromas de muchos rusos en internet sobre el incidente.
Parques, restaurantes y bares siguen llenos en la capital, y en el metro la gente prefiere mirar antes las stories de Instagram que las noticias en sus móviles. En la capital se acepta con resignación que la guerra continúa, aunque esta está cada vez más presente en cientos de carteles de reclutamiento y otros lemas de propaganda. “Somos rusos, Dios está con nosotros”, dice un póster de la turística calle Arbat. “Únete a los tuyos”, “Un trabajo de verdad”, “Sé un hombre”, son otros lemas de los carteles de alistamiento.
“El plan de Putin es esperar a que acabe la entrega de ayuda a Kiev y que en Ucrania haya cambios políticos internos que la lleven a firmar un acuerdo de paz”, afirma por teléfono la politóloga Tatiana Stanovaya, experta del centro de análisis Carnegie —vetado por las autoridades rusas— y fundadora del think tank R.Politik. “Pero si la sensación de peligro se vuelve demasiado fuerte en la opinión pública, las autoridades tendrán que movilizar sus recursos para responder, y esto no encaja en la estrategia del Kremlin”, subraya.
Los propagandistas rusos y las autoridades, desde los gobernadores regionales al alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, siguen escrupulosamente la línea del Kremlin y reiteran una y otra vez el mismo mensaje: “No hay que ceder al pánico”. Y cada vez que se produce un ataque con drones que no destruye una refinería o una base, todas las fuentes oficiales recalcan que los sistemas antiaéreos “funcionaron correctamente” y “los daños han sido menores”.
Salvo el jefe de la compañía de mercenarios Wagner, Yevgueni Prigozhin, que criticó la pasividad del Ministerio de Defensa, pocos se atreven a opinar públicamente sobre la situación actual. El Servicio Federal de Seguridad ruso divulgó en diciembre una lista de temas que están prohibidos comentar “por seguridad nacional”, y no solo incluyen secretos de Estado, sino también opiniones sobre el despliegue militar y la moral de las tropas. Quizás sea esta la razón por la que los analistas militares rusos con los que ha contactado EL PAÍS hayan declinado cortésmente comentar la gestión de los ataques sufridos en su territorio.
Este giro en el discurso del Kremlin choca con el mantenido por Putin antes de los reveses de otoño pasado, cuando perdió gran parte del territorio ocupado. “Todos deben saber que no hemos empezado en serio”, dijo Putin el 7 de julio de 2022. Dos meses después, cuando anunció su primera movilización, recurrió a su mayor órdago: “Ante una amenaza a la integridad territorial de nuestro país, utilizaremos todos los medios a nuestro alcance para proteger a Rusia y a nuestro pueblo; esto no es un farol”.
“Soy del lado de que hay que esperar siempre lo peor de Putin”, advierte Stanovaya. “Si siente que existe una amenaza a la presencia de Rusia en Ucrania o una invasión de territorio ruso, y hablo de Crimea, sagrada para Putin, es capaz de emplear armas nucleares”, cree la experta. “Putin está preparado si el plan a no funciona. De hecho, la escalada es el plan b”.
En opinión de la experta, el Kremlin controla de momento el malestar por los ataques en su territorio, aunque esto puede suponer un problema si continúan y la derrota en el frente es mayor. Sus propagandistas insisten en reducir Kiev, Odesa, Járkov y otras ciudades ucranias a cenizas.
Kiev conoce los riesgos de su contraofensiva. En una entrevista publicada por The Wall Street Journal el sábado, el presidente Volodímir Zelenski reconocía que ha pedido 50 sistemas antiaéreos Patriot para proteger sus ciudades durante su ataque. Para entender la dimensión de este escudo, la suma de todos ellos vale unos 50.000 millones de dólares, unos 10.000 más que todo el presupuesto anual del Ministerio de Defensa ruso antes de la guerra.
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