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Secuestradas en el norte de Burkina Faso medio centenar de mujeres

Las habitantes de Arbinda se habían alejado del pueblo a recolectar hojas y frutos salvajes para poder comer

José Naranjo
Mujeres agricultoras en Burkina Faso en octubre de 2019.
Mujeres agricultoras en Burkina Faso en octubre de 2019.WFP/GEORGE FOMINYEN (WFP/GEORGE FOMINYEN)

Unas 50 mujeres fueron secuestradas entre el jueves y viernes de la semana pasada en el norte de Burkina Faso por miembros de un grupo armado. Las mujeres fueron raptadas después de alejarse una decena de kilómetros de la localidad de Arbinda a recoger hojas y frutos salvajes para comer, una opción desesperada dada la grave crisis humanitaria que atraviesa esta región por la violencia yihadista, según aseguraron distintas fuentes locales a la agencia France Presse. Unas 10 mujeres pudieron escapar de sus captores y contaron a los vecinos que sus compañeras habían sido secuestradas.

Un primer grupo de unas 40 vecinas de Arbinda salió de esta localidad, situada en la provincia de Soum, en el norte del país, el jueves por la mañana a bordo de carretas. Sin embargo, a una decena de kilómetros al sudeste del pueblo se toparon con miembros de un grupo armado que las secuestraron. Como no regresaban, sus familiares comenzaron a inquietarse. Tres de ellas pudieron escapar y relataron lo sucedido.

El viernes por la mañana, otro grupo de unas 20 mujeres que no sabía lo ocurrido y se encontraba a unos ocho kilómetros al norte de Arbinda corrió la misma suerte. El Ejército ha intentado localizarlas, hasta ahora sin éxito, según las mismas fuentes.

Más de la mitad de Burkina Faso, sobre todo las zonas rurales de las regiones del norte y el este, se encuentra bajo el asedio constante de la insurgencia yihadista, en particular de células locales vinculadas al Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe), como Ansarul Islam, y al Estado Islámico. La constante violencia de los radicales, que ha provocado la huida de unos dos millones de personas de sus hogares, impide el normal desarrollo de la agricultura, la ganadería y el comercio, lo que ha generado una grave crisis humanitaria. Numerosas localidades se encuentran rodeadas por los yihadistas.

Este fin de semana, miles de personas salieron en manifestación en varias localidades burkinesas del centro y norte del país, como Ouahigouya, Kaya, Sourou y Sanguié, para protestar por el deterioro de la seguridad. Uno de los últimos incidentes que muestra la gravedad de la situación tuvo lugar el pasado miércoles, cuando varios hombres armados irrumpieron en una mezquita de la rama ahmadí del islam en el pueblo de Mahdiabad, a unos 45 kilómetros de Dori, y mataron a nueve personas, entre ellas al imán, según informó la comunidad ahmadí en un comunicado.

La junta militar que gobierna Burkina Faso desde el pasado mes de octubre, encabezada por el capitán Ibrahim Traoré, ha sido hasta ahora incapaz de hacer frente a esta violencia. Tras el golpe de Estado que le llevó al poder, el capitán Traoré aseguró que su prioridad era “la reconquista del territorio ocupado por hordas de terroristas”. Para ello, el Gobierno hizo un llamamiento a la población civil para reclutar a 50.000 jóvenes como miembros de los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), un grupo de civiles armados bajo el paraguas del Ejército que se ha convertido en la primera línea de defensa ante los yihadistas en las zonas rurales. A finales de noviembre, unos 90.000 jóvenes habían presentado su solicitud.

En paralelo, la junta militar ha acercado posiciones hacia Rusia, que se perfila como el nuevo gran aliado internacional de Burkina Faso en su lucha contra el yihadismo en detrimento de Francia. El pasado 7 de diciembre, el primer ministro, Kyélem Apollinaire de Tambèla, se trasladó de manera discreta a Moscú, donde mantuvo un encuentro con Mijail Bogdanov, viceministro de Exteriores ruso, para “un refuerzo de las relaciones” entre ambos países, según un comunicado del propio Bogdanov. La sombra de la llegada de mercenarios de la compañía rusa Wagner a Burkina Faso, como ya ocurriera a finales de 2021 en la vecina Malí, planea sobre este acuerdo.

El pasado 9 de enero, Alexey Saltikov, embajador ruso en Costa de Marfil y Burkina Faso, aseguró que Moscú y Uagadugú van a trazar una hoja de ruta de colaboración que incluirá cuestiones de defensa y seguridad, todo ello tras reunirse con Olivia Ragnaghnewendé Rouamba, ministra burkinesa de Asuntos Exteriores, según la Agencia de Información de Burkina Faso (AIB). Al día siguiente, Chrysoula Zacharopoulou, secretaria de Estado de Francia, se reunió con Traoré para expresarle la intención del Elíseo de mantener su apoyo militar. Las relaciones entre París y Uagadugú se han ido deteriorando: las autoridades burkinesas han pedido el relevo del embajador, Luc Hallade, y han suspendido la difusión de Radio France International en todo el país.

La actividad yihadista comenzó en 2015 en Burkina Faso importada desde la vecina Malí. Los atentados de Uagadugú en enero de 2016, que provocaron 30 muertos, y el nacimiento del grupo local Ansarul Islam en noviembre del mismo año en el norte del país, fueron los dos momentos clave de una insurgencia que en ocho años ha provocado más de 10.000 muertos y unos dos millones de desplazados internos. El yihadismo se ha ido extendiendo por prácticamente todo el país y en la actualidad opera incluso más allá de las fronteras de los países situados al sur, como Benín, Togo y Costa de Marfil.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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