Guía para el G-20 de Bali: la primera cumbre de la era de la confrontación
El devenir de la guerra de Ucrania y una reunión entre Biden y Xi en plena tensión entre EE UU y China dominarán la cita, mientras la presidencia indonesia impulsa asuntos de interés del Sur Global
El mundo ha entrado en 2022 en una nueva época geopolítica caracterizada por una descarnada confrontación de potencias. La invasión rusa de Ucrania, la formalización de una relación sino-rusa “sin límites” que pretende reformular el orden mundial, la agudización de las tensiones entre EE UU y China y señales de un rearme generalizado son los principales elementos que confluyen en la conformación de esta nueva, peligrosa fase. Indonesia se dispone a acoger ―este martes y miércoles en Bali― la primera cumbre global en este marco internacional, con ocasión de la reunión anual de los líderes del G-20, una agrupación que representa alrededor del 80% del PIB mundial y el 60% de la población de la Tierra.
Dos asuntos, inexorablemente, dominarán la agenda: la guerra de Ucrania y la relación entre Washington y Pekín. En el primer apartado, Vladímir Putin finalmente decidió no acudir, en un claro síntoma de su debilidad, acentuado precisamente en vísperas de la cita por la retirada rusa en el estratégico frente de Jersón: el Kremlin será representado por su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov. En el segundo, los presidentes Joe Biden y Xi Jinping tienen previsto celebrar este lunes, antes del inicio del encuentro, su primera reunión bilateral en persona desde que el primero asumió la máxima magistratura estadounidense.
Muchos otros asuntos flotan alrededor del G-20, entre ellos cuestiones vinculadas a la gestión de pandemias o a la seguridad alimentaria. La presidencia de turno indonesia intenta que no queden opacados por los otros dos. Es el reflejo perfecto de cómo las tensiones en el eje Occidente-Oriente monopolizan la atención, mientras que la dinámica Norte-Sur se acentúa y, sin duda, tendrá un peso relevante en el siglo XXI.
A continuación, algún elemento para orientarse en una cumbre de alto voltaje, en la que no se esperan conclusiones de consenso ni avances sustanciales en asuntos relevantes, pero que ofrecerá la valiosa oportunidad de la diplomacia directa, personal, entre los mayores líderes del mundo en el tiempo más convulso en décadas.
Guerra en Ucrania
Rusia llega a la cumbre de Bali con un grado de debilitamiento que muy pocos hubieran imaginado cuando el Kremlin lanzó la invasión de Ucrania en febrero. Su credibilidad como potencia global ha quedado pulverizada, y esta constatación es un elemento insoslayable en los cálculos estratégicos subyacentes a la reunión.
La cuestión central será observar si cobra impulso un intento de acompañar a las partes beligerantes ―agresor y agredido― a entablar negociaciones. Los líderes occidentales son cristalinos en el concepto de que es Kiev quien tiene que decidir cuándo y cómo esto debe ocurrir. Pero es evidente que la capacidad de Ucrania de seguir combatiendo y ganar depende, de manera fundamental, del apoyo militar y financiero occidental. Así, el frente occidental puede, sin necesidad de explicitar una presión política, transmitirla por la mera vía de la modulación de la ayuda. Aunque no hay debate abierto, el asunto, por supuesto, forma parte de las reflexiones en las máximas instancias de poder.
En EE UU se han detectado matices entre el jefe de Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, que ha señalado, aunque de forma oblicua, que este puede ser buen momento para Kiev para entablar negociaciones ―más allá de las referencias públicas, según The New York Times, su posicionamiento ha sido mucho más claro en privado―; y una Casa Blanca que evita mencionar ese concepto. De momento, Washington acaba de dar otro paso adelante, con un nuevo paquete de ayuda militar por valor de 400 millones de dólares que, esta vez, incluye carros de combate. El débil resultado de los republicanos ―que amenazaban con reducir la ayuda a Kiev― en las elecciones legislativas también es un factor importante. Esto no debe excluir que en EE UU no se estén haciendo cálculos sobre hasta qué punto es conveniente insistir en la lógica actual, de si es posible una victoria completa, o de cómo reaccionaría el Kremlin ante la perspectiva de una derrota catastrófica.
En Europa también, por supuesto, hay quienes piensan que va madurando el momento de la negociación. Puede interpretarse que esta posición tiene un punto de vista egoísta por su objetivo de aliviar turbulencias que impactan en la ciudadanía europea y fomentan descontento social. Pero una congelación del conflicto de ninguna manera representaría un regreso a la casilla de salida, por ejemplo en materia energética. Por tanto, la reflexión discurre, más bien, alrededor de la interpretación de cuál es el camino más pragmático para evitar desestabilizaciones aún más graves.
Por otra parte, las grandes potencias asiáticas ―China y la India― han dado en estos meses oxígeno a Rusia elevando las compras de su petróleo mientras Occidente aplicaba múltiples rondas de sanciones. A pesar de ello, ninguna de las dos ha ofrecido a Moscú ayuda militar o tecnológica que pudiese provocar la ira occidental. Ambas han señalado por vías públicas y privadas su incomodidad con el desarrollo de la guerra de Putin y con la agitación que crea, en particular la amenaza nuclear. China se beneficia en cierta medida de un EE UU distraído en Europa, pero no tiene ningún interés en las disrupciones económicas globales que la guerra en Ucrania está provocando, ni en la perspectiva de una derrota rusa total que desestabilice al régimen de Putin.
No cabe esperar que la cumbre cristalice convergencias significativas en esta cuestión, pero será una inigualable oportunidad para que los líderes de las grandes potencias se transmitan cara a cara sus posiciones. Faltará Putin, símbolo de su aislamiento, y será interesante seguir la coreografía con respecto a su representante, Lavrov.
Estados Unidos vs China
La relación entre los dos países más poderosos del mundo sufre un constante deterioro desde hace años y se halla en su punto más tenso en la historia reciente. La reunión bilateral entre Biden y Xi se celebrará con un abanico enorme de cuestiones espinosas, reflejo de una rivalidad descarnada y total. El futuro de Taiwán, la guerra en Ucrania, el rearme nuclear de Corea del Norte, el acceso a tecnologías de vanguardia destacarán entre ellas.
La llegada de Biden a la Casa Blanca ha supuesto un cambio radical con respecto a la etapa Trump en multitud de asuntos, pero no en cuanto a la relación con China. En Washington hay un amplio consenso acerca del desafío que Pekín representa y de la necesidad de concentrar en él los mayores esfuerzos sin ingenuas expectativas de cooperación leal o de reformas aperturistas. Entre otras cosas, la Administración demócrata en la Casa Blanca ha dado nuevas vueltas de tuercas a las restricciones en el acceso de Pekín a ciertas tecnologías, así como exhorta a las empresas a reorganizar sus cadenas de suministro para depender menos de China y más de países amigos. Biden llega a la cumbre y a la bilateral reforzado por el notable resultado electoral de los demócratas en las elecciones legislativas de medio mandato.
En Pekín, a la vez, un Xi Jinping partidario de afirmar ya el protagonismo mundial de China ―cortando con la doctrina de Deng Xiaoping que abogaba por esperar, ganar tiempo y fortalecerse en la sombra― ha afianzado su poder con un tercer mandato. El gigante asiático prosigue en sus esfuerzos por desarrollar sus capacidades militares, situarse en la vanguardia tecnológica y estrechar lazos con países del Sur Global que puedan consolidar su posición internacional, reequilibrando, al menos en parte, la desventaja de no contar con ninguna red formal de alianzas.
Este es el marco de fondo en el que los dos líderes se reunirán, previsiblemente con Taiwán como asunto central. Yendo más allá de posiciones ambiguas del pasado, Biden ha dicho, en al menos cuatro ocasiones, que EE UU defenderá al territorio en caso de un ataque de Pekín. Mientras, en Washington aumenta la sensación de que Xi está dispuesto a intentar la reunificación en los próximos años. Biden ha dicho que también mencionará en la reunión el desafiante rearme nuclear de Corea del Norte, y que, caso de no contenerse esa senda, EE UU reforzará su presencia en la zona para proteger a sus aliados. No cabe duda de que también los pulsos comerciales y tecnológicos serán parte del debate.
No es razonable pensar que el encuentro propicie una mejora de las relaciones. El presidente de EE UU, muy experto en relaciones internacionales, ha señalado que su expectativa es abordar, con las ventajas que ofrece el contacto directo, las líneas rojas, con la esperanza de que no colisionen; y en el caso de que esa sea la perspectiva, divisar mecanismos para evitar choques.
Relaciones Norte-Sur global
La presidencia de turno indonesia, encabezada por el mandatario del país del sureste asiático ―Joko Widodo―, intenta que la cumbre preste atención y dé pasos adelante en cuestiones de máximo interés para el Sur global, un concepto que reúne realidades sin duda muy heterogéneas, pero que también encarna convergencias. El establecimiento de mecanismos para mejorar la capacidad de respuesta global ante las pandemias es una de esas convergencias. En vísperas de la cumbre, Widodo ha exhortado a los países del G-20 a dar impulso a un fondo global antipandemias, que hasta la fecha ha recolectado solo 1.400 millones de dólares, una cifra muy inferior a lo requerido para que tenga realmente impacto.
Cuestiones de seguridad alimentaria y, por supuesto, las medioambientales que son objeto de negociación en la COP27 que se celebra en Egipto también sobrevolarán la cumbre de Bali y tienen un interés especial para el Sur Global. Indonesia, país anfitrión, es un actor de peso en este ámbito. Con alrededor de 280 millones de habitantes, una economía que ha tenido a lo largo del siglo XXI unas tasas de crecimiento sostenidas, y una democracia que bajo Widodo ha dado pasos de consolidación para convertirse en referencia en ese sentido en el mundo islámico; a la vista de la involución de países como Turquía o Túnez, Indonesia es un fuerte referente potencial para el Sur Global que hasta ahora había mantenido un perfil relativamente bajo en la escena internacional. Será interesante ver cómo aprovecha la experiencia y los contactos obtenidos de presidir un G-20 en tiempos tan convulsos.
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