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El ejército ucranio prepara un corredor humanitario para socorrer Jersón ante la amenaza rusa

Mikolaiv será el centro de la asistencia para enviar ayuda de emergencia y acoger refugiados si la ciudad recién liberada es atacada por el Kremlin

Guerra en Ucrania
Un equipo de rescate ucranio trabaja en un barrio de Mikolaiv, tras sufrir un bombardeo ruso, el 11 de noviembre.STR (EFE)
Cristian Segura

La pregunta que militares y civiles se hacen hoy en el sur de Ucrania es cuándo empezará Rusia a bombardear Jersón. Tienen pocas dudas de que así será, pese a que, dos días después de ser liberada, la ciudad del río Dniéper todavía no ha recibido el fuego del invasor. Las tropas rusas han fortificado sus posiciones en la orilla oriental, a tan solo un kilómetro del núcleo urbano. Desde la vecina Mikolaiv se prepara contra el reloj un corredor humanitario para socorrer Jersón, ahora que esta será la línea cero de la guerra en esta parte del frente, donde la artillería de ambos bandos golpeará sin cesar.

“No sabemos qué hará el ejército ruso, pero lo más probable es que nosotros y Odesa recibamos una tercera ola de refugiados de Jersón”, afirma Dmitro Falko, secretario del consejo municipal de Mikolaiv —el segundo edil del Ayuntamiento—. En una reunión con EL PAÍS este viernes, frente a las ruinas de un céntrico hotel bombardeado, Falko indica que las autoridades ucranias ni siquiera saben qué porcentaje de la población de Jersón continúa en el municipio —el censo previo a la invasión era cercano a los 300.000 habitantes—. El Estado Mayor ucranio estimó el pasado verano que por lo menos la mitad de sus habitantes habían huido de la ciudad, pero que el número será mayor porque Rusia ha obligado en el último mes una evacuación masiva que, según indicaron en su momento las autoridades ocupantes, fue de 60.000 personas. El Gobierno ucranio denuncia que miles de estos ciudadanos han sido desplazados contra su voluntad a territorio ruso o a Crimea, la península ocupada por Rusia desde 2014.

Un portavoz del Alto Mando de las Fuerzas Armadas Ucranias en el Sur detalló a este diario que la prioridad de sus tropas es asegurar el perímetro en Jersón y tras ello, un corredor de ayuda desde Mikolaiv, por el que accederían servicios médicos, material de emergencia y alimentos para pasar el invierno, además de los equipos de reparación de la red eléctrica, de la calefacción y de telefonía móvil. “Tenemos a mucha gente desesperada de Jersón que quiere volver a su ciudad y a las zonas liberadas, y todavía no puede ser porque primero hay que limpiar la zona de minas”, apunta Falko.

El viernes por la noche, frente a la ópera de Odesa, un centenar de habitantes de Jersón, refugiados en la capital portuaria de Ucrania, celebraban la retirada rusa. Uno de ellos era Igor Horianinov, de 26 años. Él y su mujer preveían regresar a su casa en “uno o dos meses”. Preguntado por si temía que Jersón se convirtiera en un lugar inhabitable en caso de estar permanentemente bombardeada, Horianinov daba por sentado que eso sucedería, pero que igualmente volvería. La mayor parte del grupo hablaba en ruso, pero ante la presencia del periodista algunos participantes pedían que cambiaran al ucranio: “Hablar ruso, nunca más”, gritaba una joven que había perdido su hogar.

Alivio en Mikolaiv

En Mikolaiv y en los pueblos liberados de la provincia se ha vivido con alivio la retirada rusa. La artillería ucrania avanzará y eso reducirá el riesgo de ataques en la región, admite Falko. Mikolaiv ha sido una de las ciudades más castigadas por los bombardeos rusos. La madrugada del jueves al viernes, dos misiles S-300 impactaron en una comunidad de vecinos, ataque en el que fallecieron siete personas. Ni en el bloque de viviendas ni en sus proximidades había objetivo militar alguno, según pudo comprobar este diario.

Una de las vecinas de los edificios atacados, Larisa Alexenka, afirmaba que sentía alegría por las noticias procedentes de Jersón, pero temía que los misiles continúen castigando a su ciudad “por tierra, mar y aire”. “Lo cierto es que los rusos no estarán mucho más lejos de Mikolaiv, a 65 kilómetros”, añadía Falko. En el bloque de viviendas de Alexenka, las ventanas se han quedado sin cristales, un serio contratiempo en esta época de frío. Esta mujer de 70 años estimaba que solo quedan un 20% de sus vecinos, el resto salió de la ciudad en los primeros compases de la invasión, hace más de ocho meses.

Nikita Noshenko tiene 19 años y no quiere perder el optimismo. Este vecino de Mikolaiv está convencido de que su ciudad dejará de ser un objetivo prioritario ruso, una convicción basada, concede, en la necesidad de aferrarse al futuro. Noshenko estudia Ingeniería Naval en la Universidad Almirante Makarov, la que provee de profesionales a los astilleros de Mikolaiv. El edificio de la universidad ha sido bombardeado en dos ocasiones, lo mismo que los astilleros. En estos fue construido en los años setenta el Moskva, el buque insignia de la flota rusa del mar Negro, hundido el pasado abril por dos misiles ucranios.

Lo que es seguro es que la retirada rusa de la orilla occidental del Dniéper traerá seguro una buena noticia a Mikolaiv y a su provincia, avanza Falko: el suministro de agua del río. Las fuerzas rusas sabotearon el pasado marzo las canalizaciones que traían agua del río. “Desde entonces hemos recibido agua del estuario del río Bug, pero esta es semisalada, además de que la sal está provocando muchas averías”, explica el edil de Mikolaiv: “En la ciudad decimos, bromeando, que ya no tenemos que ir a Odesa a la playa porque el mar lo tenemos en el grifo de casa”. El ejército pronostica que el suministro de agua del Dniéper podrá ser restablecido en un mes. Falko también espera que el movimiento del frente permita reconstruir la estación de tren, destrozada por los misiles rusos.

La oscuridad se apodera de Mikolaiv cuando se pone el sol, poco antes de las cinco de la tarde. El alumbrado público se mantiene apagado como medida de seguridad ante los bombardeos rusos. Volodímir Golienko ilumina con su teléfono el motor de un taxi que está ayudando a reparar. Perdió su trabajo con el inicio de la invasión y se gana unas grivnas con algunos trabajos esporádicos para amigos. “Me han destrozado la vida”, asegura este hombre que habla en ruso; y en ese idioma jura que odia a Rusia. Golienko tampoco cree que las tropas de Moscú dejen en paz a Jersón: “Están al otro lado del Dniéper, con suficiente munición para arrasar la ciudad”.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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