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Occidente se prepara ante un invierno de guerra y tensión política

Pese a las elecciones inciertas a la vista, la inestabilidad en varios países y el impacto social de la inflación, europeos y estadounidenses mantienen por ahora la cohesión ante Rusia. El averiado motor franco-alemán, eslabón débil del club

Miles de manifestantes participan en una protesta contra el aumento de los precios en París.
Miles de manifestantes participan en una protesta contra el aumento de los precios en París.CHRISTOPHE PETIT TESSON (EFE)
Marc Bassets

Parece la peor conjunción de astros posible. Europa y Estados Unidos afrontan un segundo invierno de guerra en Ucrania con elecciones inciertas en el calendario, gobiernos recién estrenados en capitales clave, manifestaciones y huelgas en la calle y un horizonte de inflación, recesión y posible descontento popular.

El escenario de un invierno del descontento en ambas orillas del Atlántico podría resultar inquietante: la oportunidad para el presidente ruso, Vladímir Putin, para, por fin, ver quebrarse la cohesión de lo que llamamos Occidente ante la agresión de Rusia.

Y, sin embargo, los peores pronósticos no se están cumpliendo. Según expertos consultados en Francia, Italia y Ucrania, tanto la Unión Europea como EE UU están en condiciones de mantener la unidad ante Putin —las sanciones, la ayuda militar y económica, la presión internacional— a lo largo de este invierno, el primero completo en guerra.

“¿Un invierno del descontento? Sin duda. Lo más probable, dos.”, responde Nathalie Tocci, directora del Istituto Affari Internazionali en Roma. “Pero, ¿romperá esto la cohesión europea y reducirá el apoyo a Ucrania? No lo creo. Esta es una crisis que Europa únicamente puede afrontar unida y los gobiernos europeos lo entienden”.

El laborioso acuerdo del viernes en el Consejo Europeo para limitar los precios del gas es el ejemplo más reciente. El acuerdo de Bruselas culmina un inicio de otoño en el que se han encendido algunas alertas. En la calle. Y en los pasillos del poder.

La huelga de tres semanas en las refinerías de petróleo francesas, ahora en su fase final, y el intento de algunos sindicatos y de la izquierda parlamentaria para ampliarla a todos los sectores económicos, puede entenderse como un aviso. Las escenas de largas colas en las gasolineras y de miles de manifestantes en las calles podrían repetirse si la inflación sigue vaciando los bolsillos de los europeos y si llega una recesión.

Pero estas protestas, al final, se habrán quedado a medias. Y tienen características puramente francesas: en este país, manifestarse y hacer huelga tras casi tres años de parón —desde la pandemia en 2020— no deja de ser un regreso a lo habitual, señala François Heisbourg, consejero del laboratorio de ideas Fondation pour la Recherche Stratégique.

“Después de la covid, se reabrieron los restaurantes, después los teatros y ahora volvemos verdaderamente a la normalidad. ¡Por fin podemos manifestarnos!”, sonríe Heisbourg. “Exagero un poco”, admite, “pero…”

Hay agitación, también, en las sedes gubernamentales y en los parlamentos. Empezando por la misma Francia. En las legislativas de junio, los aliados del recién reelegido presidente Emmanuel Macron perdieron la mayoría absoluta y tuvieron que conformarse con la mayoría relativa. Esta semana, ante la falta de apoyos para los presupuestos de 2023, el Gobierno ha recurrido dos veces al artículo 49.3 de la Constitución, que permite esquivar el veto parlamentario. La izquierda y la extrema derecha han presentado mociones de censura. Aunque tienen pocas posibilidades de prosperar, Macron encara el segundo y último quinquenio más débil.

En el Reino Unido, ha caído una primera ministra, la conservadora Liz Truss, tras solo 45 días en el poder. Enésimo capítulo de la desastrosa saga del Brexit, pero también, en tiempos de rearme del autoritarismo, un escaparate de las tensiones en las democracias liberales y en el país donde probablemente la democracia liberal tenga mayor arraigo.

Italia tiene, desde este fin de semana, una nueva primera ministra, Georgia Meloni. Por primera vez desde la posguerra, el partido heredero del neofascismo ocupa el poder.

Aviso de los republicanos a Ucrania

A esto se añaden las elecciones de medio mandato en Estados Unidos: el 8 de noviembre los votantes están llamados a renovar toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Si el Partido Republicano reconquista la Cámara, el apoyo incondicional y masivo estadounidense a Ucrania podría quedar en suspenso. En plena recesión, ha avisado el líder republicano Kevin McCarthy, no va a haber “un cheque en blanco” para Ucrania.

“Las elecciones de medio mandato preocupan a los ucranios”, reacciona Volodímir Dubovik, director del Centro de estudios internacionales en la Universidad Nacional Mechnikov de Odesa. “La gente presta atención a declaraciones de republicanos como la de Kevin McCarthy o la del expresidente Donald Trump, que ha demostrado ser una presencia negativa en las relaciones EE UU-Ucrania desde hace años, sigue siéndolo y parece que será un problema en los años venideros”.

Dubovik confía en que, pese a que en las elecciones gane peso el ala más aislacionista del Partido Republicano, no será suficiente para bloquear las iniciativas favorables a Ucrania en Washington.

Tampoco los problemas de Macron en Francia ni la tragicomedia en Westminster deberían poner en peligro la unidad occidental ante Putin. ¿E Italia? “Me cuesta mucho agitarme por la posición geopolítica de Italia”, dice Heisbourg. “Pienso que la señora Meloni, desde este punto de vista, será menos molesta que el señor Berlusconi hace 15 años en lo que respecta al filoputinismo. Italia está hoy posicionada más al oeste que entonces. ¡Berlusconi quería hacer entrar a Rusia en la Unión Europea!”

Sostiene Heisbourg que en los próximos meses mucho dependerá del contexto económico —el impacto de la recesión alemana y del frenazo chino— y del climático: un invierno frío puede complicar las cosas.

“¿La gente está impaciente? Sí. ¿Quieren hacer la revolución? Honestamente, no veo muchas señales”, dice el veterano especialista en geopolítica y defensa.

Eje franco-alemán

El peligro puede venir de otro lado: el debilitamiento de la relación franco-alemana, motor de la construcción europea. Esta semana, París y Berlín anunciaron una decisión inusual: aplazar un consejo de ministros conjunto que debía celebrarse el miércoles. El motivo: las enormes divergencias en asuntos como la política energética o la defensa común. Es el desenlace de meses de malentendidos entre ambas capitales y tirantez entre Macron y el canciller Olaf Scholz.

“Lo que amenaza con hacer reales los deseos de Putin es que se hunda el vínculo franco-alemán”, previene Heisbourg. “Si se rompe la confianza, la UE ya no hace nada, no se toma ninguna decisión y hay un riesgo de que cada uno vaya por su lado”.

El profesor Dubovik, de Odesa, celebra las políticas “fuertes, basadas en principios y persistentes” de la UE con Ucrania. Pero constata que mucho dependerá del contexto político interno de los países en los próximos meses.

“La gente puede pasar a otra cosa, distraerse con otros acontecimientos, tender a conectar con la guerra, el aumento de los precios de los bienes y la energía”, dice Dubovik. “Los populistas, como los trumpistas en EE UU, se aprovecharán de esto. La propaganda rusa, aunque esté en dificultades estos años, sigue ahí, y tendrá un papel. Así que, con el tiempo, el apoyo puede disminuir”.

Por ahora este momento no ha llegado. “No hay la mínima sombra en la opinión pública de una fatiga bélica, como se decía hace unos meses”, dice Heisbourg. “Se reprocha la inflación a los gobiernos, pero, hasta el momento, no como un problema que hubiésemos causado nosotros mismos en términos geoestratégicos”.

Tocci, del Istituto Affari Internazionali, es optimista. “Esta crisis se parece más a la pandemia que a la crisis de la Eurozona [en 2010]”, dice. “Es una crisis que une, no una crisis que divide”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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