Los huelguistas en la mayor refinería de Francia “¡No saben lo que les espera!”
Los trabajadores de la planta de TotalEnergies de Gonfreville-l’Orcher reclaman mejoras salariales. La movilización ha provocado escasez de combustible y colas en varias gasolineras del país
En la mayor refinería y petroquímica de Francia, en las afueras del puerto normando de Le Havre, hay en el ambiente de aldea gala de Astérix que resiste contra todo, y también del viejo espíritu revolucionario inscrito en la memoria de esta nación.
“¡Seguiremos metiendo presión!”, promete, micrófono en mano y ante un centenar de sindicalistas, uno de los responsables del sindicato CGT en la planta de TotalEnergies de Gonfreville-l’Orcher. “¡Luchamos por cambiar el país! ¡Todas las revoluciones empiezan con los obreros! ¡Con nosotros!”
Los signos de exclamación no son gratuitos. Aquí todo es superlativo, colosal: 1.600 empleados, 500 hectáreas junto al estuario del Sena y atravesadas por carreteras y vías de tren, decenas de depósitos inabarcables con la vista, tubos y chimeneas. Y aquí cada palabra se pronuncia con pasión, y cada mensaje se proclama como si la audiencia fuese nacional. Porque es nacional.
Gonfreville-l’Orcher posee en 12% de la capacidad de refinería francesa. Y esto significa que, cuando Gonfreville-l’Orcher se detiene, las estaciones de servicio se quedan sin combustible y Francia entera funciona a medio gas.
Esto es lo que ocurre desde que, hace más de dos semanas, Gonfreville-l’Orcher entró en huelga junto a otras refinerías para reclamar mejoras salariales de hasta el 10%. Y encendió el otoño francés.
¿El resultado? Colas de automovilistas para llenar el depósito. Un tercio de estaciones de servicio con escasez de combustible. Media Francia —y esto incluye a personal sanitario, pero también a camioneros o el transporte escolar— a un paso de la parálisis y —otro rasgo de este país— del cabreo generalizado. Una empresa, TotalEnergie, que en plena crisis energética y aumento de los precios disfruta una orgía de beneficios. Unos sindicatos divididos, pero que, en su fracción más radical, encabezada por la CGT, ven la oportunidad de extender el movimiento a todos los sectores económicos: el martes se ha convocado una huelga “interprofesional” que ambiciona ser general, si no en la letra sí en el espíritu. Y, finalmente, un presidente, Emmanuel Macron, que ha reaccionado tarde y ha empezado esta semana a movilizar por la fuerza a personal de las refinerías para reactivarlas y poner fin a los bloqueos.
“¡Hoy sois vosotros los patrones!”, lanza ante los congregados el sindicalista ferroviario Anasse Kazib, que ha venido desde París para apoyar a los camaradas de la CGT. “En la región parisina”, añade, “no queda una gota de gasolina. He visto tipos sentados en sillas plegables ante los surtidores jugando al dominó mientras esperaban que llegase la cisterna”. Y, entre aplausos, añade: “Si falta gasolina, si no hay trenes ni buses ni metro, si los profes se suman... Construiremos juntos la generalización de esta huelga. ¡No saben lo que les espera!”.
La realidad es que los sindicalistas en Gonfreville-l’Orcher tienen algo de últimos mohicanos de la huelga. Muchos tenían cara de cansancio este viernes al mediodía en las puertas de la refinería, un monstruo quieto y silencioso estos días, gris bajo la lluvia. De madrugada, los negociadores de la CGT habían abandonado la mesa en la que los sindicatos mayoritarios —con la reformista CFDT a la cabeza— pactaron con TotalEnergies un aumento salarial medio del 7%, más bonificaciones. El acuerdo abre la vía, como ocurrió esta semana en las refinerías de Esso-ExxonMobil, para que el Gobierno intervenga y obligue a reabrir el flujo de combustible. A la vez, coloca a los huelguistas de la CGT en una situación delicada: la estrategia gubernamental consiste en señalarlos como responsables de todas las incomodidades que, desde hace días, sufren los automovilistas. Ellos, claro, se defienden.
“Si no hubiese ningún impacto [de la huelga] en el funcionamiento del país, no obtendríamos nada de nada”, explica Johann Senay, operador en la refinería desde 2006 y en huelga desde el 27 de septiembre. El objetivo de la movilización, según Senay, no es egoísta, porque va más allá de TotalEnergies: toda Francia se puede beneficiar. “Debemos conseguir que el salario de todos los franceses suba según la inflación”, dice el sindicalista. “Es una prioridad para el poder adquisitivo y para la dignidad”. La inflación francesa es hoy la más baja de Europa, un 6,2%.
Son las dos de la tarde y las asambleas y los discursos han terminado. Los sindicalistas locales invitan a los visitantes —el ferroviario Kazib y un grupo de empleados de Air France en Orly y Roissy— al Local Henri Krasucki, diminuta sede de la CGT junto a la petroquímica, para un improvisado almuerzo de hermandad. Pizza, pescado rebozado con patatas, embutido, coca-cola.
“No vamos a engañarnos: recibimos mensajes hostiles. Pero es sobre todo la prensa la que nos hace daño”, se queja antes de sentarse en la mesa Denis Quevenne, jefe de equipo en la petroquímica. Y añade: “Recibimos más apoyo que hostilidad”.
Uno de los argumentos más eficaces de TotalEnergies ante la opinión pública ha consistido en divulgar la cifra de 5.000 euros de supuesta remuneración mensual de los operadores de la refinería. Todos los sindicalistas consultados el viernes en Gonfreville-l’Orcher decían que la cifra es falsa.
“Tampoco hay que mentir: ganamos más que alguien que trabaja en McDonald’s”, admite Quevenne. Y corrige a TotalEnergies: “La media del salario de las personas que trabajan de día es de entre 2.000 y 2.500 euros al mes”. Quevenne lleva 26 años trabajando aquí, y, pese a la tradición de huelgas y movilizaciones sociales, declara: “Nunca he visto nada como lo de ahora”.
A tres kilómetros de la planta de Total Energies, junto a la autopista, hay una cola de unos 10 minutos para repostar en la estación de servicio del mismo grupo. Es el último turno: media horas después, esta gasolinera, como otras de la periferia de Le Havre, habrá cerrado las puertas.
“Es culpa un poco de todos, nadie ayuda”, opina Élodie Rahib, empleada en una empresa de alquiler de automóviles, mientras espera para llenar al depósito de uno de los vehículos. “Si no estuviesen haciendo huelga, no nos pasaría todo esto. Se quejan de que no les pagan suficientemente, pero no les compadezco”.
Florent Mille, que trabaja en una concesionaria que también alquila coches antiguos en el norte de Francia, regresa desde Bretaña con un 2 CV de 1972 que acaba de comprar. Ha recorrido 450 kilómetros y ha llenado ya dos veces el depósito. No fue fácil, pues varias gasolineras estaban cerradas y algunas, dice, reservadas para personal sanitario o de primera necesidad.
“Esperemos que no dure mucho más, 15 días ya es mucho” dice Mille. “Hay quien quiere ganar un poco más, pero estoy de acuerdo con que se expresen. Tiene derecho a hacer huelga. Al mismo tiempo, entiendo que para los enfermos o repartidores es muy complicado. También me parece bien que Macron reaccione”.
François Daigremont, un camionero que transporta contenedores por la costa oeste francesa, tampoco se queja. Explica que su vehículo tiene 1.300 litros de reserva en gas, una ventaja, porque no necesita ir cada día a la estación de servicio. “A mí, por ahora, la huelga no me molesta mucho”, dice Daigremont. Le inquieta más el aumento del precio del gasóleo.
No hay nervios este esta gasolinera vecina de la planta de TotalEnergie donde resisten los huelgas. No hay enfado, ni impaciencia. Los automovilistas y los camioneros se lo toman con filosofía. Aquí, parece muy lejos la revolución.
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