Schwedt, la ciudad alemana que vive aferrada al petróleo ruso
La localidad vive de la refinería que alimenta el oleoducto ruso Druzhba. Su cierre significaría el declive de esta comarca industrial del este alemán
Desde el despacho de la alcaldesa se distinguen perfectamente las chimeneas de la refinería. Schwedt, una localidad alemana de 34.000 habitantes a escasos kilómetros de la frontera polaca, acoge esta gigantesca instalación construida en plena Guerra Fría que ocupa más metros cuadrados que la propia ciudad. Cuando se le pregunta por su importancia, Annekathrin Hoppe, de 60 años, señala un punto a la derecha: “¿Ve esa llama? Es la antorcha de seguridad. Siempre está ardiendo para evitar cualquier cambio de presión. La gente aquí suele levantar la vista para mirarla. Les da seguridad verla encendida”.
En Schwedt casi pueden palparse las consecuencias de la invasión rusa de Ucrania. Como en el resto de Alemania, la cesta de la compra se ha encarecido y repostar sale más caro, pero aquí está en juego el futuro de toda una ciudad. La refinería, con 1.200 puestos de trabajo directos y otros 2.200 en empresas industriales y de servicios asociadas, es el mayor empleador, “el corazón económico de la ciudad”, como lo define Hoppe. Y su viabilidad peligra. La planta procesa petróleo ruso que llega directamente por uno de los mayores oleoductos del mundo, el Druzhba (amistad, en ruso). Prohibir su importación, como defiende Berlín y discuten desde hace unas semanas los Veintisiete en Bruselas, puede tener consecuencias catastróficas en Schwedt y en toda la región de Uckermark.
Alemania sorprendió al resto de Europa cuando, hace unas semanas, pasó de ser una de las capitales más reticentes a las sanciones energéticas a situarse a la cabeza de los que quieren prohibir la importación de petróleo ruso. El ministro de Economía y Clima, el verde Robert Habeck, puso en cifras la carrera contra el reloj para reducir la dependencia alemana: si antes de la guerra el crudo ruso suponía el 35% de las importaciones, el país había conseguido reducirlo hasta el 12%. La economía, dijo, ya no se hundiría.
El obstáculo para bajar al 0% es precisamente Schwedt. La refinería, llamada PCK, es propiedad mayoritaria de Rosneft, la petrolera estatal rusa. Controlada por el Kremlin, por ahora no está dispuesta a procesar otro petróleo que no sea el ruso. Salvo si la obligan. El Gobierno se está planteando tomar el control de la instalación, como ya ha hecho con la filial alemana de Gazprom, la gasista pública. Y nadie descarta que la vaya a nacionalizar. El Bundestag aprobó la semana pasada una ley que permite que el Estado se apropie de los activos de empresas críticas para el suministro de energía.
Habeck visitó la planta la semana pasada. Con la camisa negra arremangada, improvisó un atril subiéndose a una mesa y prometió a los empleados que iba a hacer todo lo posible por garantizar la supervivencia de la empresa y conservar los puestos de trabajo. Le despidieron “con escepticismo”, dice la alcaldesa. De Schwedt salen la gasolina y el diésel con los que se mueven nueve de cada 10 coches en el este alemán. Los aviones del aeropuerto de Berlín usan su queroseno; muchas calefacciones, su gasóleo. El Gobierno cree que podría sustituir el 60% del crudo del oleoducto Druzhba con petróleo llegado por barco a los puertos de Rostock, en Alemania, y Gdansk, en Polonia. Pero eso, además de ser muy caro, significaría una reducción de la producción, un aumento de precios y escasez.
“No digo que cortar lazos con [Vladímir] Putin no sea lo que hay que hacer, pero para esta ciudad sería un desastre”, dice Kerstin Otto mientras coloca con mimo los espárragos blancos que vende en su puesto de verduras. Un poco más allá, frente a un centro comercial de estética soviética, Ariane Rettschlag apura un cigarrillo antes de volver a su peluquería. “Si se pierden puestos de trabajo en la refinería nos afectará a todos; no solo a los empleados allí. Se irá más gente de la ciudad y el comercio sufrirá. Yo perderé clientes”, se lamenta. A la entrada del centro comercial, Silvia Granzow-Schumacher se queja de su exigua pensión, de los precios de los productos básicos —la inflación, del 7,4%, ha registrado su récord desde la reunificación―, y reconoce estar en contra del embargo al petróleo ruso: “Me sabe mal por los ucranios, pero aquí también hay gente que lo está pasando mal”.
En la década de 1950, Schwedt tenía poco más de 6.000 habitantes, pero la apertura de la refinería y una industria papelera en los años sesenta y del hospital comarcal en los setenta atrajeron a miles de personas. Fue entonces cuando se construyeron los Plattenbauten, edificios de paneles prefabricados típicos de la Alemania oriental, que hoy se alinean muy cuidados a lado y lado de las calles de la ciudad. Para 1989 Schwedt superaba ya los 50.000 habitantes.
Joachim es uno de los empleados de PCK a los que el ministro no convenció, aunque dice que le agradece que diera la cara. “Si pierdo mi trabajo, probablemente tendremos que irnos de Schwedt”, dice encogiéndose de hombros. Los puestos en la refinería son muy especializados. La alcaldesa, nacida en la ciudad y que hasta hace unos días no tenía carnet de ningún partido —acaba de afiliarse al SPD—, explica que es imposible que otras empresas puedan absorber con rapidez esa mano de obra. Hoppe dice ser consciente de que la actividad de la refinería tenía los días contados igualmente. En unos años la transición energética habría obligado a reconvertirla. Ahora esos años son meses, o semanas, y Hoppe lamenta no tener tiempo: “Espero que haya una solución transitoria y se pueda traer petróleo de otro lugar”.
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