María Hinojosa: “Obama apuñaló a los migrantes por la espalda; Trump se aprovechó de ellos”
La mexicano-estadounidense habla con EL PAÍS sobre el reto migratorio en la región y sobre su libro ‘Una vez fui tú', en el que aborda su vida como periodista, mujer y migrante
De pequeña, siendo una niña mexicana que crecía en Hyde Park, un barrio multicultural de Chicago, María Hinojosa (Ciudad de México, 60 años) no veía en la televisión a nadie que se pareciera a ella. Tampoco encontraba a familias como la suya los domingos por la tarde en el mítico programa 60 minutes que veía con su padre, un médico mexicano que se mudó a Estados Unidos con su mujer y sus hijos para trabajar en la universidad. Además, se dio cuenta de que no escuchaba a los vietnamitas en las crónicas de los corresponsales que relataban la larga guerra de Vietnam. Por eso, cuando años después llegó a Nueva York para estudiar y conoció las diferentes comunidades de exiliados latinoamericanos, decidió que quería ser periodista y llevar esas voces que durante tanto tiempo habían sido silenciadas a los medios nacionales.
Hoy, con 30 años de carrera y prácticamente todos los premios que se pueden ganar en el periodismo estadounidense a sus espaldas —cuatro Emmys, un Peabody Award o el Walter Cronkite a la excelencia en periodismo, entre otros— no solo ha conseguido que se escuchen esas historias, sino que ha abierto camino a otros latinos como ella. Como reportera fue la primera corresponsal hispana de CNN, ha trabajado en la televisión y radio públicas —PBS y NPR— y en CBS. Y como comentarista ha recorrido las mesas de debate del prime time televisivo para recordarles a los estadounidenses que su país es mucho más diverso de los que muchos creen.
Pero ella no habla de minorías, sino de la new America, una nueva cara de Estados Unidos que ha querido replicar en el equipo de su productora Futuro Media, la compañía que creó en 2010 y donde dirige los podcasts Latino USA y In The Thick. Aunque tiene su propio medio, María Hinojosa no ha dejado el terreno y en las últimas semanas ha estado en las fronteras de México y Guatemala y la de Colombia y Panamá para contar de primera mano la enésima crisis migratoria que asola a la región. La periodista habló con EL PAÍS a principios de noviembre en Ciudad de Guatemala durante la celebración del Foro CAP de periodismo centroamericano, organizado por El Faro, sobre el reto de la migración y sobre su último libro, Una vez fui tú, en el que hace un repaso de su vida como migrante, mujer y periodista.
Pregunta. Una lee su currículum y piensa: qué periodista más ‘chingona’. Pero en su libro siempre está ese sentimiento de no sentirse suficientemente buena. ¿Sigue padeciendo del síndrome de la impostora?
Respuesta. Sigo siendo 100% humana. La gente vive con miedos, con inseguridades, pero muchos de nosotros decidimos que eso no nos va a parar. Yo he estudiado el sentimiento del impostor y lo que he entendido es que si pones los pies en la tierra tienes que darte cuenta de lo que has hecho, lo que has estudiado, lo que has escrito… todo eso son cosas que le digo a mi hija que también brega con esto.
Yo no pensé que este iba a ser un tema tan grande en el libro, pero ahí está el trabajo de mi editora que entendió que el no sentirme 100% tenía mucho que ver con mi estatus de inmigrante, de mexicana, de chaparrita [bajita], de hablar español ... Ahora veo que es casi como un sexto sentido al que le podemos sacar poder. Si te das cuenta de que te sientes así, tú misma deberías usar ese momento para hacer un autoanálisis y ¡qué chulo! porque esos son los momentos en que puedes ser más crítica de ti misma y al mismo tiempo quererte un poco más.
P. Y en ese camino, apoyándole siempre, han estado muchas colegas que le hacían ver quién era y le impulsaron a crear su propia productora. ¿Qué rol han tenido las alianzas con otras mujeres en su carrera?
R. Hoy mismo me doy cuenta de qué tan importantes han sido mis colegas y periodistas latinoamericanas empezando por las mexicanas: la que me inspiró fue Elena Poniatowska, después Blanche Petrich y mi amistad con Lydia Cacho, que me cambió la vida. No es que cuando leí a Elena Poniatowska tenía claro a los 14 años que quería ser periodista. Pero sí que tenía la capacidad de hacer preguntas difíciles y buscar respuestas y eso para mí es una tradición latinoamericana del periodismo. Es con la tradición de la mujer latinoamericana con la que yo me identifico como periodista. Por ejemplo, Blanche Petrich, de La Jornada y que ha ganado el premio nacional de periodismo, me enseñó cómo ser periodista con humanidad y todas las mujeres que me han impactado, me han dado esa luz.
P. Usted dice que en sus inicios en la redacción de NPR los hombres dirigían y las mujeres producían. ¿Cuánto ha cambiado la situación en ese sentido?
R. Yo vivo desde hace casi 12 años una realidad que no es así. El ethos de mi compañía es manejado por mujeres a todos los niveles: del ejecutivo, el administrativo, o recursos humanos… Tenemos compañeros en posiciones altas también y pienso que una de las razones por las que la compañía ha tenido éxito es por eso. Cuando estoy en conferencias nacionales con compañeras que siguen trabajando dentro del mainstream me doy cuenta de que esa parte de mi cerebro donde yo tenía que manejar la situación con mis colegas hombres que no se daban cuenta del machismo, del patriarcado… eso ya no entra. Si eso pasa dentro de mi existencia profesional, se habla en el momento.
P. En el libro Una vez fui tú confiesa que cubrir el 11-S le causó estrés postraumático y que al regresar de coberturas duras sufría de un estado en el que no sentía nada. ¿Cómo se protege frente a eso?
R. Es un tema que lo hablamos mucho y también lo aprendí de otras periodistas. En 2016, Lydia Cacho me regañó y me dijo que tenía que aprender a meditar y yo pensé: “Nadie regaña a María Hinojosa”. Me dijo que lo tenía que hacer y me ha salvado la vida. Se ha vuelto parte de mi disciplina. Ser periodista también es tener disciplina de diferentes maneras. Ser buen productor, organizado, determinado, enfocado... Si me sigues en Instagram te das cuenta de que yo estoy en la calle a las 6 ó 7 todas las mañanas que estoy en Nueva York haciendo ejercicio físico, boxeo, porque es central para mí. Es no solo una cuestión mental, sino también como periodista poder sentir que no me pueden parar, que se den cuenta de que pueden ser más grandes, tener mucho más dinero, ser mucho más famosos, pero que yo, así chiquitita, voy a seguirle dando.
La pandemia me ha hecho entender ciertos límites. Los últimos dos años he pensado que cuidarme como periodista también significa que yo pueda ejercer mi trabajo. Si no lo puedo ejercer, es como que me estoy muriendo. Nosotras, las periodistas, tenemos que reconocer que esto no se quita. Cito de nuevo a Elena Poniatowska que ha dicho: “Yo soy periodista hasta el día que me muera”. Y así somos y por eso mismo tengo que cuidar esta otra parte de mí que también incluye buscar la felicidad, estar muy consciente de la felicidad, de la naturaleza, de mi propia historia, de la tranquilidad y tratar de bailar un poquito más.
P. En el libro también habla de una violación de la que fue víctima siendo menor de edad, pero le costó muchos años nombrarla como tal...
R. Décadas.
P. ¿Por qué decide contarlo? ¿Por qué cree que es importante hablar de ello?
R. Este libro se escribe como resultado de lo que estaba viviendo el país con la elección de Donald Trump. Fue un momento muy oscuro en el mundo. En esos momentos es la nominación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema, y yo como periodista había vivido la nominación del [magistrado] Clarence Thomas [años antes], y había datos de cómo él había sido un acosador sexual. Después oímos estos testimonios de la doctora Christine Blasey Ford [la mujer que acusó a a Kavanaugh de haber abusado de ella] y todo el mundo le decía: “Por favor, tenías 15 años, una mujer de 50 y pico…” Y fue en esos momentos cuando yo empecé a decir: un segundo. Yo la entiendo, yo siento lo mismo. Y eso estaba pasando cuando, resultado de mis inseguridades como periodista, todo esto estaba afectando mi vida personal. Mi matrimonio estaba sufriendo porque cuando sufres una violación eso te impacta, obviamente.
Lo más increíble para mí fue cuando decidí que lo iba a escribir y tuve que ir a hablarlo con mi mamá y mis hermanos, y empiezan a sacar el calendario y a ver las fotos y ellos quedaron en shock y es cuando me dicen: “No tenías 17 años, tenías 16″. Las mujeres tenemos la capacidad de convencernos de cualquier cosa para manejar el trauma. Fue muy difícil escribir esa parte del libro. Lloré en muchos momentos. La decisión de contarlo fue bastante dura y estoy tan contenta de que lo hice porque tantas mujeres me han dicho: “Gracias por decirlo, porque me pasó lo mismo”. Y, lo más importante para mí, que me lo dio de regalo mi terapeuta, fue entender que hay otra vida que puedes vivir si trabajas ese trauma. Eso es liberación feminista.
P. Una de sus cruzadas como periodista ha sido erradicar la palabra “ilegal” para referirse a personas indocumentadas. Se lo llegó a pedir a Obama en un acto público. ¿Le hizo caso?
R. Wow… Obama… Me imagino que él usó mucho menos esa palabra. El problema es que el concepto en su mente no cambió. Yo le tengo mucho respeto al presidente Obama. Somos de la misma edad, fuimos a la misma escuela, a la misma universidad. Él estaba en Columbia, yo estaba en Barnard. Vivió en el barrio donde yo crecí en Chicago. Él sabe exactamente quién soy yo. Lo más triste para mí es que Obama es catedrático de leyes constitucionales. Él sabía que estaba permitiendo que a miles y miles de personas se les negaran sus derechos básicos, el debido proceso, solo por no haber nacido en EE UU. Y para mí este es el problema con Barack Obama, que él es el ejemplo perfecto de la política de Estados Unidos, que el emigrante y el refugiado se pueden tirar debajo del autobús [apuñalar por la espalda]. Donald Trump no fue quien los tiró debajo del autobús, él los usó para ganar su presidencia. Nosotros sabemos exactamente dónde está parado.
Pero Obama, como Joe Biden, se encuentran en una situación muy difícil. Esto es un problema mundial. Y estamos hablando de la deshumanización que estamos dispuestos a aceptar. El gran reto ahora es para Latinoamérica. Estos países tienen que decidir en qué lado van a estar: si ven a esta humanidad como ilegales o dicen “eso no va a pasar, porque nosotros una vez fuimos ellos”.
P. El muro lleva tiempo desplazándose al sur. ¿Cómo se siente al ver las imágenes de las fuerzas de seguridad mexicanas reprimiendo a migrantes?
R. Ahí sí que me has puesto el dedo en la llaga. Tú tienes que entender que yo soy la niñita que creció regresando a México, viviendo en EE UU, fascinada con el hecho de que México, aunque fuera pura retórica, le decía a EE UU: nosotros no queremos ser como ustedes. Me encantaba que México no permitía la entrada de McDonalds. Ahora yo veo a México no solo colaborando con la política fascista antiinmigrante de Donald Trump sino imitándola.
P. Biden llegó con la promesa de humanizar un sistema migratorio roto y dañado por las políticas de Trump, pero a veces si escuchas las declaraciones de sus funcionarios, parece que el Gobierno no ha cambiado ¿Le ha decepcionado?
R. No estoy decepcionada. Yo estaba muy contenta porque la democracia en EEUU y la participación del votante latino en las elecciones fue fundamental, porque estábamos enfrentados contra el fascismo y el autoritarismo. Pero no era una celebración ante la elección de este candidato, aunque no hay mucho más que escoger. Yo sé que esto a ellos [los demócratas] no les gusta, porque ellos quisieran verme como una aliada, pero no es así. El presidente Biden no habla conmigo, igual que el presidente Obama y la vicepresidenta [Kamala Harris], no me conceden una entrevista.
Para mí este es el momento en el que uno se hace el líder de verdad y cambia el mundo para siempre. Lo hizo Donald Trump, aunque no de forma positiva, pero cambió el mundo y abrió su boca y dijo lo que quería e hizo lo que quería. El presidente Biden tiene el momento para decir: “Hemos llegado al límite: no soporto más ver caballos con látigos ante cualquier ser humano”. Podría haber ido a la frontera y pararse ante los caballos y decir: “Cierro la Patrulla Fronteriza y vamos a cerrar ICE [la oficina de Inmigración y Aduanas], y vamos a vaciar todos los centros de detención. Se van a cerrar ahora mismo y toda esa gente que está ahí va a trabajar para juntar a los que fueron separados en la frontera, y vamos a darles a todos los migrantes salud mental y un camino a la ciudadanía porque eso es lo que somos nosotros”.
P. Pero esas medidas tendrían un costo político muy alto…
R. No, no tendrían un costo político muy alto. Tendrían un beneficio político mucho más alto y eso es lo que EE UU no se permite ver por su propio racismo y miedo. EE UU lo que está viviendo es indiscutible: la población blanca se está reduciendo. En vez de asumir una política en la que esto es abiertamente hablado, y de buscar una forma de sanar al país, lo que estamos viendo es miedo, y es muy triste darte cuenta de que es por esta realidad, por una supremacía blanca.
P. ¿Qué hace falta para que EE UU apruebe una reforma migratoria que lleva retrasada tanto tiempo?
R. Cuando tienes una vicepresidenta que es hija de migrantes y negra que se puede parar y decirle a refugiados centroamericanos: “No vengan”, es una lástima. Esto [la reforma migratoria] va a caer en los hombros de los latinos y latinas. La persona que va a poder cambiar esto, y se lo dije a ella en Latino USA —y me sorprendió porque no tengo mucha confianza en los políticos de cualquier partido—, va a ser cuando Alexandria Ocasio-Cortez sea elegida como presidenta. Ella que no es inmigrante, es puertorriqueña, nacida con papeles, pero tiene conciencia, solidaridad y principios por los que lucha. Ella se va a parar encima del muro y va a decir: “Esta pared se va a tumbar ya”. Cuando se lo dije a ella, me dijo, como cualquier político que no quiere asumir que va a ser presidente pero obviamente lo ha pensado: “Puedes decir que voy a ser yo pero no voy a ser yo sola. Yo puedo ser la que represento eso pero no puedo hacerlo sola, tiene que ser todo el mundo el que sale a votar”.
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