Con ella empezó todo
Anita Hill denunció en 1991 al jurista Clarence Thomas por abusos sexuales
Inevitable acordarse estos días de Anita Hill, la abogada y activista de 61 años que en 1991 testificó contra el jurista Clarence Thomas, candidato propuesto por Bush para el Tribunal Supremo de Estados Unidos, por haberla acosado sexualmente una década antes, cuando él actuaba como su supervisor en la Oficina para Igualdad de Oportunidades Laborales. De justicia es volver sobre la historia de esta valerosa mujer que fue llamada a declarar al Senado y se enfrentó a una comisión hostil, que la humilló de tal manera que cualquier otra persona se hubiera roto ante un panel de hombres que más que dispuestos a escuchar parecían empeñados en desacreditarla.
Pero Anita Hill no se rindió. La prensa estadounidense está contando de nuevo aquel episodio histórico porque fue sin duda la base que cimentó la ola de testimonios de abuso sexual que ahora, 25 años después, se han desatado en el mundo del cine y la comunicación. El término sexual harrassment, acoso sexual, había aparecido ya en tribunas feministas en los setenta, pero quedó fijado en la memoria colectiva a raíz de la declaración pública de esta mujer que se encuentra entre los cien discursos más relevantes de la historia del siglo XX de los EE UU.
El que fuera entonces jefe del comité encargado de escucharla, el demócrata Joe Biden, ha sido preguntado esta misma semana acerca de aquella sesión. Biden ha afirmado que siente mucho que el tribunal contribuyera a victimizarla todavía más, pero Hill, que no se arrugó entonces y menos ahora, entiende que sus palabras no constituyen una verdadera disculpa y espera que en algún momento el exvicepresidente admita su responsabilidad en una jornada sin duda humillante.
Clarence Thomas consiguió finalmente entrar en el Tribunal Supremo con 52 votos a favor y 48 en contra, pero algo cambió a raíz de aquella declaración pública. La dignidad y la entereza de Hill prevalecieron incluso sobre la descomunal campaña de desprestigio que conllevó el proceso. David Brock, periodista afín al partido republicano, publicó un libro, The Real Anita Hill, en el que describía a la joven abogada como “un poco chiflada y algo putilla”, pero diez años después, en uno de esos segundos actos de expiación tan propios de la cultura americana, apareció diciendo que su fidelidad a los republicanos le había cegado de tal manera que en el afán por menoscabar la reputación de Hill había terminado por creerse las mentiras urdidas contra ella.
Desde aquel octubre de 1991 se han estrenado dos películas sobre el caso, un capítulo célebre de la serie Ley & Orden, un documental y vieron la luz las memorias de Hill Speaking Truth To The Power (2005), que serían especialmente interesantes de leer ahora por cuanto nos refrescarían la memoria sobre cómo fue la primera vez en que una mujer se atrevió a denunciar a un superior por abusos de índole sexual en un entorno degradante e intimidatorio. Es curioso que hasta aquel momento el hecho de que podía desprestigiar la candidatura de un político fuera una infidelidad, hecho que corresponde sin duda a la vida privada de una persona, pero a nadie se le habría ocurrido considerar que una mujer que se sintiera intimidada en su trabajo pudiera hacerlo público y que eso afectara a la carrera profesional del acosador.
Cuando se le pregunta a Anita Hill por aquel discurso que apenas tuvo tiempo de prepararse, recuerda a sus padres, granjeros humildes de Arkansas que tuvieron 13 hijos. No esperaban que la decimotercera, Anita, estuviera destinada a convertirse en una figura nacional sin pretenderlo. Quiso evitar la hija a los progenitores el disgusto de ver su nombre manoseado, pero no pudo: sus palabras fueron retransmitidas en directo por televisión, aunque esa circunstancia que entonces pudiera ser controvertida es la que nos permite hoy asistir de nuevo a su discurso. Dicen que ella mostró más aplomo que los políticos que la interpelaban y se revolvían en sus sillones por una situación que les resultaba incómoda. Y sí, eso es lo que se aprecia en Hill, una inusitada serenidad, producto quizá de la conciencia que su protagonista tenía de ser la voz de muchas mujeres. Declaraba esta misma semana que ella estableció desde el primer momento una conexión entre la suciedad del comportamiento del jurista con ella y el papel que podría representar en un futuro en la Corte Suprema. El hombre que la acorralaba en el trabajo, decía, podía ser crucial en casos como el que él mismo había protagonizado. Aunque Joe Biden no votara a favor de Thomas su lugar en este caso no es honroso: The Washington Post colgaba este viernes los vídeos en los que vemos al político demócrata pidiendo a Hill que cuente con detalle las historietas porno que el candidato susurraba por teléfono a la subordinada: mujeres de pechos grandes practicando sexo con animales. En ese plan.
La historia le ha dado a ella la razón. Los senadores se la dieron a Thomas. Sigue siendo juez de la Corte Suprema.
Babelia
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