Un hospital en carpas y familias sin hogar: Providencia sigue a medio reconstruir un año después de Iota
El Gobierno de Duque prometió reconstruir la isla caribeña en 100 días tras el paso del huracán. Un año después, se han reconstruido más de 900 casas, pero cientos de personas siguen durmiendo a la intemperie
Hay lugares de Colombia donde enfermarse gravemente no es una posibilidad. En Providencia, la isla del Caribe que hace un año fue destruida por el huracán Iota, sus habitantes siempre han contenido la respiración. Resbalarse entre escombros, ser atropellados por una moto o un vehículo de los que cruzan a toda velocidad la isla es entregarse a un destino casi nunca halagüeño, o a Dios, en quien tanto creen en esta isla, ubicada a 1250 kilómetros de Bogotá. Si llega la enfermedad y se complica, hay que suplicar a que llegue pronto un avión ambulancia o una lancha para ser llevados a la isla vecina de San Andrés, y que las empresas de salud autoricen una salida al continente. Cuentan en la isla que hace años que no nacen niños allí y hay quienes han muerto esperando una autorización. La situación se complicó aún más hace un año. La madrugada del 16 de noviembre de 2020 el huracán azotó la isla y el 98 por ciento de sus construcciones se vinieron abajo. El hospital también.
Ocho días después del desastre, el Gobierno instaló un hospital de campaña provisional. “Era pro-vi-sio-nal”, recalca el doctor Dionisio Mow, que lleva todo el año atendiendo pacientes bajo esas carpas, donde hace lo que puede. “Se olvidaron del hospital”, denuncia el médico, sentado en su oficina de lona.
Es un miércoles de noviembre, a pocos días del aniversario de la devastación de la isla. Fuera, el sol dispara sin clemencia contra la cabeza. Dentro de las carpas, el virus de la covid-19 anda libre y los médicos llevan toda la mañana haciendo pruebas. Una fila de trabajadores empleados en la reconstrucción de la isla espera su turno para saber si son uno más de los afectados por un brote que ese día ya suma 41 casos. Se acabaron los reactivos, le informa un joven al doctor Mow.
“Nos ha tocado cual narcotraficantes montarnos en lanchas rápidas en la noche y llegar a San Andrés para que los pacientes lleguen a cirugía. Lo hacemos con mucho gusto, le ponemos amor, pero se olvidaron de la reconstrucción del hospital”, lamenta el médico. “Los pacientes tiene que traer frazadas porque en la noche en estas carpas te duelen los huesos del frío”, denuncia.
Judith Mclean es la esposa de Rojino Levinstong, uno de los dos muertos durante el huracán, y aún vive en carpas a la intemperie. Recuerda, aunque se estremece al mencionar la madrugada del 16 de noviembre, que Rojino o Fuentes, como era conocido en la isla, falleció salvando a otros. “Haciendo lo que debería hacer el Gobierno que no dispuso buenos refugios. Aún hoy no tenemos albergues”, explica.
Su esposo, de 46 años, se refugió como les indicaron en una iglesia de la isla, pero esta también empezó a desplomarse. “Rojino estaba ayudando a sacar a la gente hacia otro lugar y le cayó un pedazo de muro”, narra. En un país de tantas catástrofes, muchos olvidan que el huracán también dejó víctimas mortales.
Ahora Judith, enfermera de profesión, sufre de frente la ausencia de un buen hospital. A finales de octubre de este año, su nieto de seis años fue atropellado por una mujer que conducía un vehículo, que en la isla llaman mula. El pequeño quedó inconsciente y sufrió un trauma craneoencefálico, tuvo que ser trasladado a San Andrés y luego a Barranquilla. En Providencia no tenían cómo hacerle una tomografía computarizada.
“Tener un buen hospital es importante, superurgente. No entiendo por qué no se han dedicado a reconstruirlo. El 16 se va a cumplir un año de ese desagradable hecho y ni siquiera han comenzado”, dice la mujer. Esa noche que evita recordar, mientras su esposo moría, ella trabajaba en el hospital que también se desplomó. “Imagínese ahora que estamos en carpas. Si volviera a ocurrir algo similar, la lluvia y la brisa se las llevarían. Ahí no salvaríamos a nadie”.
La mole blanca de lo que alguna vez fue el hospital sigue caída y abandonada. En junio pasado, el Gobierno de Iván Duque anunció el inicio del proceso de reconstrucción con apoyo del sector privado, pero apenas está en los diseños. Luis Fernando Correa, gerente de infraestructura del Ministerio de Salud, le dice a EL PAÍS que el contrato se firmó en septiembre de 2021 y esperan comenzar la construcción a inicio de 2022.
“No vamos a tener infraestructura nueva hasta dentro de ocho meses. Mientras tanto, desmontaremos las carpas y trasladaremos todos los servicios al Spa de Fontur (la institución oficial dedicada al turismo)”, dice Correa, que admite que las carpas no son el lugar “ideal”. Sin embargo, el sueño de que se construya un hospital de mayor complejidad, como les prometió Duque, tardaría por lo menos unos tres años.
Aún hay gente en carpas
Providencia es hoy una isla en construcción. Desde el aterrizaje se ve a trabajadores que avanzan a marchas forzadas en estructuras de madera o ladrillo; un contingente de soldados desembarca de un avión de la Fuerza Aérea, otros recogen escombros que aún están dispersos por la isla. Se nota que en unos días los funcionarios del Gobierno irán a hablar de los avances de la reconstrucción a un año del huracán. “Volverán también las neveras que donan, es lo que pasa siempre que vienen a mostrar avances”, cuenta una habitante de la isla.
Las visitas que hizo el presidente Iván Duque durante el año no dejaron un buen sabor entre muchos raizales, como se conoce a los habitantes de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Días después de la emergencia, Duque habló de un plan para reconstruir la isla en 100 días. Los isleños comenzaron una cuenta regresiva que no se cumplió. El Gobierno dijo después que la fecha de partida a la que se refería el Gobierno era enero de 2021. Tampoco así dan las cuentas. Los mismos isleños saben que la distancia con el continente hace aún más costoso y difícil el traslado de materiales. Pero le tomaron la palabra. Tampoco cayeron bien las palabras de la gerente para la Reconstrucción de San Andrés y Providencia, Susana Correa, que dijo en la radio local que los isleños eran impacientes y que no aceptaron los modelos de casas prefabricadas que quiso instalar el Gobierno.
Menos les gustó que el presidente estampara su firma sobre la pared de un jardín infantil con la frase: “To the Divine Providence, with my eternal love”, justo cuando apenas había dos casas en pie. Ahora, los muros hablan. En muchos aún se ven las marcas de los números de las casas que aún están a la espera de construirse y en otros, como si fuera una respuesta a Duque, está escrito: “Pura pintura, puro maquillaje”.
Tras las denuncias de los medios de comunicación, la Defensoría del Pueblo y la Contraloría por el lento avance, ahora ha aumentado la velocidad de la reconstrucción. De 1.787 casas que deben levantarse de nuevo o repararse, se han entregado 894 y hay 280 frentes de obra abiertos, con contratistas corriendo para llegar a entregar al menos 1.160 viviendas para el aniversario. “De las 910 casas nuevas, 486 están en diferentes etapas del proceso y se han entregado 269″, informa la Financiera de Desarrollo Territorial (Findeter) a este diario.
Mientras, aún hay 84 familias viviendo en carpas. Judith, su madre con cáncer y su padre enfermo están entre ellos. “Ni por ser familiar de uno de los dos fallecidos nos han dado prioridad”, cuenta. Ante la espera, ella consiguió una donación de ladrillos y está construyendo una vivienda, pero le preocupan sus padres. “Les empezaron a construir en junio y nada. Las cosas van super lentas y no hay dónde meterse”.
El tiempo se convierte en una medida más desesperante cuando se vive a la intemperie. Arelis Fonseca, antigua gloria del softbol, duerme y se baña dentro de la carpa en la que lleva ya casi un año con sus hijas. Antes de entrar a ella hay que atravesar el esqueleto de lo que alguna vez fue su casa blanca. Imaginar la sala donde arreglaba manos y cejas, el lugar donde estaba la cocina y ahora solo hay una lavadora o los restos del que fue el baño.
Minutos antes de que la lluvia se desgaje sobre la casa sin techo, la ha ido a visitar la funcionaria de una de las muchas constructoras que hay ahora en la isla. Le muestra el plano de cómo será su casa, le pregunta cuál era su lugar preferido, le habla de arquitectura participativa. Arelis ya ha escuchado de todo y solo quiere saber una cosa: ¿Y la zona segura dónde va a quedar? La funcionaria habla de los baños, el lugar donde instintivamente se apiñaron los isleños para no salir volando durante el huracán.
Pero Arelis no está convencida. Su mayor preocupación y la de muchos en la isla es que pasará “si el huracán vuelve a ocurrir”. “No se puede vivir en los baños. Eso no es dignidad”, dice.
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