Alemania, ante el vértigo de un nuevo mapa político
La marcha de Angela Merkel deja un voto muy fragmentado, múltiples posibilidades de coalición y la necesidad de negociar un tripartito inédito en medio siglo
Los alemanes irán a votar el próximo domingo con una sensación extraña. Por primera vez en 16 años no está escrito quién va a liderar el país los próximos cuatro años. La omnipresencia de Angela Merkel había taponado algunos fallos del sistema que ahora quedan al descubierto. La canciller eterna transmitía una sensación de solidez y previsibilidad, de confianza en sus decisiones, que ahora, cuando se acerca la cita con las urnas, ninguno de los candidatos puede reemplazar. La estabilidad merkeliana se acaba con ella. El voto fragmentado, las múltiples posibilidades de coalición y la ausencia de un líder fuerte cambian por completo el mapa político alemán. La certidumbre deja paso al desasosiego.
A una semana de las elecciones, todo es posible. Y más aún con el elevado porcentaje de indecisos. Aunque las encuestas conceden una ligera ventaja al socialdemócrata Olaf Scholz, nadie descarta que el democristiano Armin Laschet mantenga la cancillería que su partido ha ostentado durante 52 de los 72 años de la historia de la República Federal. También resulta imposible anticipar qué partidos entrarán en el Gobierno. Desde los liberales a los poscomunistas de Die Linke, pasando por los Verdes -los novios dispuestos a ir a cualquier boda con tal de lograr el anillo- todos pueden formar parte de la coalición que gobierne Alemania. Todos, menos los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AfD) vetados por el resto de partidos para cualquier tipo de colaboración.
Otra novedad es que el líder no se presente a la reelección. A los cancilleres los echaban, nunca se iban voluntariamente. Así, Merkel iguala el récord de Helmut Kohl en el poder, 16 años. Pero al contrario que él, se va sin haber perdido unas elecciones. “Alemania nunca había vivido unas elecciones tan abiertas. Lo único seguro es que camina hacia un tripartito y que la posibilidad de una canciller verde se ha evaporado”, resume la profesora de Política Europea Ulrike Guérot.
La sombra de Merkel es muy alargada. Su presencia atraía a la Unión Cristianodemócrata (CDU) votos centristas que ahora queda claro que eran prestados. Si las encuestas no se equivocan, su partido recibirá algo más del 20% de los votos, una absoluta catástrofe para una formación que consideraba que su suelo estaba en el 30%.
El Partido Socialdemócrata (SPD) podrá ganar —e incluso elevar a Olaf Scholz a la cancillería— pero tampoco tendrá un gran resultado: el 25% que le dan los sondeos sería el tercer peor resultado de su historia, muy lejos del 38% de Gerhard Schröder la última vez que el SPD ganó unas elecciones. Estos porcentajes implican la práctica desaparición del concepto de partidos de masas. Las siglas parecen no importar demasiado ya. Las fronteras se han difuminado. Y las encuestas muestran que entre Scholz y Laschet, el menos malo es el primero.
A los votantes no les gusta ninguna de las tres opciones que pueden elegir el día 26. Scholz, vicecanciller y ministro de Finanzas del Gobierno de gran coalición, “es lo que más se aproxima a ser un sucesor de Merkel”, señala Uwe Jun, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Trier. “La estabilidad es un factor muy importante en Alemania. Le conocen, lleva 30 años en política”, añade. De Laschet “no se fían porque no ha sabido demostrar capacidad de liderazgo”, concluye. La candidata de los Verdes, Annalena Baerbock, carece de experiencia y ha cometido errores durante la campaña —amplificados por la oposición y los medios de comunicación— que han dejado la percepción de que no es profesional. Si dependiera solo de los votantes más jóvenes (entre 18 y 29 años), Alemania tendría este año su primera canciller verde.
¿Marcan estas elecciones la entrada de Alemania en un periodo de inestabilidad? No necesariamente. Los partidos allí llevan en el ADN la necesidad de pactar. Y aunque esta sea la primera vez que vaya a haber un tripartito en el Gobierno federal, esta fórmula es habitual en los Estados. Será más difícil, pero no imposible. “Alemania entra en la fase de reinventar el funcionamiento del sistema. Si finalmente son esos los resultados electorales, tendrán que encontrar los mimbres necesarios para formar Gobierno”, opina el exeurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit.
Solo queda el candidato
Las nuevas generaciones cada vez se identifican menos con los dos grandes partidos que han liderado el país desde 1949. Si a ello se suma que en esta campaña no ha existido un tema central que polarice, como ocurrió en 2017 con la crisis migratoria y la entrada de AfD en el Parlamento, el resultado es que “solo te queda el candidato”, resume Jun. La crisis climática, la cuestión más importante para los alemanes según las encuestas, no está jugando ese papel determinante porque todos los partidos están de acuerdo en que se trata de la mayor amenaza para el país; solo se diferencian en los métodos que emplearían para ponerle solución.
“Antes había una sintonía entre el candidato y el partido. El candidato siempre ha sido importante e influía en el voto. Pero este año es diferente. Scholz es mucho más popular que el SPD. Él tira de su partido, no al revés”, señala Peter Matuschek, jefe del departamento de investigación política y social del instituto demoscópico Forsa. Al contrario, la CDU tenía antes la ventaja de un candidato fuerte. Los expertos calculan que al menos 10 puntos de voto para los conservadores se debían exclusivamente al efecto Merkel. Sin ella, ese apoyo se ha evaporado.
La fragmentación se va a traducir en meses de complicadas negociaciones para formar Gobierno, coinciden los analistas. Nadie descarta que Merkel siga siendo canciller cuando llegue 2022. Un tripartito, además, complica la gestión. “Los alemanes somos muy legalistas y en los contratos de coalición se deja todo por escrito”, explica Matuschek. “Esto puede llevar a una cierta parálisis los próximos cuatro años. Los partidos pactarían unos mínimos, acordarían lo esencial al principio. Pero después sería difícil negociar más allá, es decir, gobernar”.
Laschet y Scholz, en una montaña rusa
No han sido estas semanas fáciles para Laschet. La intención de voto de su partido se ha desplomado desde que se confirmó que sería él, y no el más popular líder bávaro, Markus Söder, el que aspiraría a la cancillería. Sus risotadas captadas por una cámara mientras el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, se dirigía a las víctimas de las riadas fueron un clavo más en el ataúd. Los dos debates de televisión -la noche del domingo llegará el tercero y último- tampoco le han ayudado. Y esta semana ha tenido un nuevo tropezón con una entrevista infantil, en la que se le vio perder la paciencia ante las incisivas preguntas de dos niños de 11 años.
Pero conviene no subestimarlo. Lo hicieron en 2017 cuando se presentó a las elecciones de Renania del Norte-Westfalia, el Estado más poblado del país y joya de la corona de los socialdemócratas. Y congeló la sonrisa de sus rivales con una victoria que las encuestas no habían anticipado. También logró imponerse este año en las primarias para dirigir la CDU, superando al favorito del flanco conservador, Friedrich Merz.
La campaña también ha sido de vértigo para Scholz, que durante meses estuvo tercero en intención de voto, por detrás de los Verdes y muy alejado de los conservadores. Parecía que su partido se asomaba a la irrelevancia. Hasta que a mediados de agosto empezó a remontar y a finales ya superó a la CDU. Cuando los votantes fueron conscientes de que en los carteles electorales ya no estaba Merkel, se giraron hacia el candidato más parecido a ella. Como dice Ralph Bollmann, autor de una biografía reciente sobre la canciller, solo ha necesitado “jugar a ser el imitador de Merkel para llegar a la cúspide”.
Se le podría complicar el último tramo de la campaña. El lunes deberá comparecer ante el Parlamento para dar explicaciones sobre un escándalo financiero conocido dos semanas antes de los comicios. La Fiscalía de Osnabrück, dirigida por un antiguo político de la CDU, registró el Ministerio de Finanzas y el de Justicia en el marco de una investigación contra una oficina gubernamental que persigue el lavado de dinero. Aunque Scholz no es el objeto de las pesquisas, el caso le puede hacer daño, especialmente porque recuerda otros escándalos ocurridos bajo su mandato, como el fiasco de Wirecard, por el que también tuvo que declarar, o el caso de fraude fiscal conocido como Cum-Ex.
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