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El fiasco del gigante digital que Alemania no quiso ver

La caída de la empresa de pagos electrónicos Wirecard tras destaparse un agujero de 1.900 millones desata un debate sobre el cuestionable papel los supervisores y reguladores nacionales

Ana Carbajosa
El ex consejero delegado de Wirecard, Markus Braun.
El ex consejero delegado de Wirecard, Markus Braun.Getty

“Un completo desastre”. Las palabras elegidas por el supervisor financiero alemán podían hacer pensar en una catástrofe sobrevenida, impredecible y repentina. Pero el megaescándalo de Wirecard, la admirada empresa de pagos digitales que se ha derrumbado esta semana tras admitir un agujero contable de 1.900 millones de euros, ha sido una hecatombe financiera muy anunciada. Para quien quisiera oír.

Wirecard se declaró el jueves en suspensión de pagos y Markus Braun, su consejero delegado durante el escándalo, se entregó tres días antes en Múnich. La Fiscalía acusa a la firma de pagos electrónicos de falsear el balance con el objetivo de hacer la empresa más atractiva a ojos de los inversores y clientes. El dinero, supuestamente alojado en entidades filipinas, se evaporó.

Los sistemas de alarma, encabezados por BaFin, el supervisor alemán, han fallado consistentemente. Las insistentes revelaciones de denunciantes anónimos y la exposición del fraude en la prensa desde hace más de un año no dieron paso en Alemania a la acción en contra de la estrella del capitalismo digital. Miles de accionistas, acreedores y empleados se ven ahora afectados por la debacle financiera, pero el caso Wirecard trasciende con creces a la compañía y reverbera por todo el gran sistema financiero continental, en el que llueve sobre empapado. El engaño masivo de Volkswagen con el dieselgate y los escándalos encadenados del Deutsche Bank, dos estandartes del tejido empresarial y financiero alemán y ahora Wirecard, sumen a la economía alemana, pese a su fortaleza, en una cierta crisis de identidad.

En este contexto de autoestima alicaída aterrizaron las acusaciones contra Wirecard, que había despuntado como un producto de éxito made in Germany. No era además una empresa cualquiera. Era una compañía de pagos online, ligada a la economía digital y por lo tanto prometedora frente a la vieja economía industrial alemana, pendiente de reestructuración en sectores cruciales como el automóvil o la anquilosada banca tradicional. Permitir pagos seguros online a todo tipo de empresas, desde el ordenador, el teléfono, el reloj o el iris, si hacía falta, era su misión. El glamour de la start-up bávara, crecida al calor del boom del comercio electrónico, pero sobre todo la complejidad de sus actividades dentro y fuera de la Unión Europea contribuyeron a nublar la vista de los supervisores, según coinciden diversos analistas.

El ministro de Finanzas, Olaf Scholz, considera el caso Wirecard “un escándalo sin precedentes”, que debe ejercer de “señal de alarma, que demuestre que necesitamos más controles”, también para “estructuras empresariales internacionales complejas como Wirecard”. El ministro socialdemócrata defendió al supervisor financiero alemán, que estos días está en el ojo del huracán, por considerar que “trabajaron duro e hicieron su trabajo”, pero a la vez adelantó que la caída en desgracia de Wirecard tendrá consecuencias de largo alcance. “Tenemos que repensar nuestras estructuras de supervisión”, dijo Scholz. El propio Felix Hufeld, al frente de BaFin reconoció los errores el lunes. “Un completo desastre”, dijo. “No hemos sido lo suficientemente efectivos para prevenir que algo así pasase”.

“Es un absoluto desastre para la Alemania empresarial. No recuerdo nada similar en los últimos 40 años. El impacto va a ser enorme”, vaticina Bernd Ziesemer, exdirector del diario económico alemán Handelsblatt y prestigioso analista. “Las autoridades que tenían que supervisar fallaron”, añade. La complejidad de la estructura empresarial y del modelo de negocio hizo que para muchos de los que tenían que tratar con Wirecard fuera muy difícil comprender de qué se trataba. “Tal vez decidieron confiar en Wirecard, porque sentían que era demasiado grande como para caer”, interpreta Ziesemer.

“El supervisor se preocupó más por la estabilidad del sistema financiero que por los inversores. Cundía la sensación de que todo era una conspiración de los británicos para derribar una empresa exitosa, pero fue un error alinearse con la empresa y no investigar a fondo las acusaciones”, sostiene Jan Krahnen, director del Instituto Leibniz de investigación financiera (SAFE) de Fráncfort. “Esta empresa es un nuevo tipo de animal, complejo. La cuestión es si hay voluntad para aprender y desentrañar esta nueva realidad”, añade.

Los avisos de que algo olía muy mal en la empresa de las afueras de Múnich han sido sonoros a lo largo de los meses. Fue hace más de un año cuando BaFin recibió el chivatazo de un informante de que algo no iba bien en las fiduciarias asiáticas de Wirecard. En enero de 2019, el Financial Times publicó el escándalo del fraude contable en la rama del negocio en Asia, después de ser contactado por un informante anónimo provocando la incredulidad del establishment germano.

Wirecard negó las acusaciones en todo momento y acusó a los británicos de connivencia con movimientos especulativos en los mercados que se agitaron tras la publicación de las acusaciones. BaFin comenzó a investigar, pero también se hizo eco de las alegaciones de la empresa y acusó al diario británico de manipular los mercados. Es entonces cuando impone una prohibición de dos meses para ventas en corto, en teoría para garantizar la integridad del mercado y frenar los movimientos especulativos contra los que alertaba Wirecard. 18 meses después, los auditores se negaron a firmar el balance de 2019 y la propia Wirecard se veía obligada a dar la razón a los británicos y admitía la madrugada del lunes en un comunicado que los pagos “probablemente no existen en la gran mayoría de los casos”.

“BaFin ha fallado completamente con Wirecard, pero no me sorprende. Sucede después de una serie de escándalos en los que BaFin actuó mal y tarde, de manera muy formalista fijándose en asuntos menores, pero sin ser capaz de ver lo que ocurría. Wirecard ha crecido enormemente y BaFin lo ha analizado principalmente desde el prisma bancario. Han fracasado a la hora de entender la importancia de la empresa como un conglomerado global”, sostiene el economista Gerhard Schick, exdiputado de los Verdes y ahora al frente de Finance Watch Deutschland.

Schick explica que más de la mitad de la actividad de Wirecard se desarrolla fuera la UE. “Hay que comprender la importancia de las adquisiciones de terceros, su colaboración con otros actores locales. Eso también hay que controlarlo. Alguien tiene que ser capaz de comprender todo el sistema de negocio y BaFin no lo hizo”, añade. Tampoco en 2018, cuando Wirecard entró por primera vez en el prestigioso DAX de Fráncfort.

Este economista añade otro elemento. “El gran cambio de los auditores que se suponía que se iba a acometer tras la crisis financiera en 2009 no se ha hecho. El modelo de negocio no ha cambiado”. EY, que desde hace año auditaba a la empresa, rechazó finalmente certificar las cuentas de 2019 y denunció “indicios claros” de “un fraude sofisticado que implica a varios actores por todo el mundo”, dijo en un comunicado.

Ziesemer habla de cambios pendientes. “La estructura del BaFin y del Bundesbank están atrasadas. Hay muchas autoridades, pero cada una es responsable de una parte, pero nadie es responsable de la empresa en su conjunto. BaFin se encarga de la parte bancaria, pero después hay instituciones burocráticas regionales que son responsables de otras partes del negocio y que no comprendían qué sucede de forma global”. Krahnen habla sin embargo también de oportunidad. “Es la ocasión de que discutamos abiertamente la integración del mercado de capitales en la UE y de un supervisor único europeo con poder ejecutivo y capacidad de garantizar la integridad del mercado”.

Un visionario digital

El austriaco Markus Braun dirigía desde hace 18 años la empresa creada en 1999 y que cuenta con 6.000 trabajadores. La caída de Mr. Wirecard, como se le conocía, ha sido estrepitosa. Cuando el visionario vienés, conocido por sus jerseys de cuello vuelto a lo Steve Jobs, aterrizó en la compañía, esta se parecía poco al gigante actual. Era pequeña y proporcionaba medios de pago a páginas de juego y de porno. En 2018 sin embargo, Wirecard entraba en el prestigioso Dax de las 30 grandes, desplazando al Commerzbank.

El rutilante empresario, mago de las finanzas digitales, se presentó el lunes a la policía en Múnich, después de que se hubiera emitido una orden de detención en su contra. Horas después se decretaba la libertad bajo fianza de cinco millones de euros. La Fiscalía de Múnich consideró en un comunicado que el acusado infló el balance de la empresa y el volumen de ventas de Wirecard, probablemente en cooperación con otras personas. En definitiva, acusaban a Braun, el hombre que una vez dijo que aspiraba a “hacer los pagos invisibles”, de cumplir su objetivo, según recuerda ahora con ironía la prensa alemana.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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