El éxito de los talibanes pone a Pakistán frente al espejo
El primer ministro celebra el cambio de Gobierno en Kabul pero la victoria de la milicia impone desafíos migratorios y una posible reprobación internacional a su país
Los dirigentes paquistaníes no han disimulado su alegría por el cambio de régimen en el vecino Afganistán. El primer ministro, Imran Khan, celebró que los afganos hubieran “roto las cadenas de la esclavitud”. Las simpatías no son nuevas. Los servicios secretos paquistaníes han apoyado a los talibanes desde sus orígenes, aunque luego también cooperaran con Estados Unidos en la lucha contra Al Qaeda. Pero el éxito de los islamistas radicales enfrenta a Pakistán a varios desafíos que amenazan con trasformar esa satisfacción en problemas.
El más obvio e inmediato es un éxodo de refugiados. A medio plazo, el triunfo talibán puede causar a Pakistán tensiones internas y externas, como las que ya vivió en la primera década de este siglo. Dentro, el posible efecto sobre sus propios talibanes, que ya cuestionaron al Gobierno de Islamabad en el pasado. Fuera, el eventual reproche internacional, en la medida en que los fundamentalistas afganos vuelvan a las andadas en su discriminación de las mujeres, desprecio a los derechos humanos o apoyo a otros islamistas violentos.
Pakistán siempre buscó un Gobierno afín en Kabul que le diera profundidad estratégica frente a la India, un rival con el que ha mantenido cuatro guerras desde la partición en 1947, tras la independencia del Reino Unido. Así que, tras haber nutrido a grupos yihadistas en la disputada Cachemira, sus generales vieron la oportunidad de utilizar esa misma ideología para acabar con la guerra civil de su vecino occidental y estabilizar la frontera común. Contaban con millones de refugiados afganos acogidos desde la invasión soviética, 2.640 kilómetros de frontera común, e importantes lazos tribales entre los habitantes de ambos lados.
El subproducto de aquella política fue un movimiento talibán autóctono (Tehreek-e-Taliban Pakistan, TTP) que llegó a hacerse fuerte en el noroeste del país poniendo en jaque al Gobierno de Islamabad. Desde entonces, las campañas militares, medidas políticas para desarrollar las zonas tribales (e incorporarlas a la legislación federal) y algunas concesiones, habían reducido significativamente la amenaza. Ahora, los analistas temen que la llegada al poder de los talibanes afganos envalentone al TTP y otros grupos similares.
También las afinidades tribales pueden viajar en sentido contrario. Aunque los talibanes afganos se presentan ahora como un movimiento de liberación nacional abierto al resto de las comunidades étnicas y religiosas, sus bases y sus dirigentes siguen siendo mayoritariamente pastunes, al igual que buena parte de los paquistaníes que residen al otro lado de la frontera. Ni los nacionalistas pastunes, en el norte, ni los separatistas baluches, en el sur, reconocen esa demarcación, la llamada Línea Durand, que trazaron los británicos en 1893.
Desde que Estados Unidos echó del poder afgano a los talibanes en 2001, el yihadismo también se ha extendido fuera de la región. El chute de moral que ha supuesto para otros grupos islamistas violentos y la posibilidad de que el nuevo régimen talibán les sirva de retaguardia, alarma no solo a los países occidentales, sino también a importantes aliados de Pakistán como Arabia Saudí y China. Es previsible que tanto Riad como Pekín presionen a Islamabad para que los talibanes dejen de apoyar a grupos yihadistas con objetivos fuera de las fronteras afganas.
A diferencia de cuando los talibanes se hicieron con el poder en 1996, Pakistán no ha decidido aún sobre un eventual reconocimiento del grupo, al que Naciones Unidas calificó de terrorista en 1999. Al día siguiente de la entrada en Kabul de la milicia, el ministro paquistaní de Información, Fawad Chaudhry, declaró que van a consultar antes con las potencias regionales e internacionales. Islamabad, precisó, no contempla una “decisión unilateral”.
Pakistán ya sufrió a finales del siglo pasado el peso de recibir a varios millones de escapados de la invasión soviética y de la guerra civil que desató. Todavía hoy alberga a 1,4 millones de los 2,7 millones de refugiados afganos que la ONU tiene registrados. Además, se estima que otro millón de afganos residen de forma ilegal en el país.
De momento, la decisión de Islamabad de no permitir la entrada al país sin visado (o tarjeta de residente) ha evitado las aglomeraciones que se vivieron en los puestos fronterizos de Torkham y Chaman en 2001 a raíz de la intervención estadounidense. Ambos pasos ya habían aumentado las restricciones de movimientos a causa de la covid. Pero a la vista de las escenas en el aeropuerto de Kabul y el inminente cierre de las operaciones de evacuación de Estados Unidos, es previsible que muchos de quienes quieren escapar del régimen talibán vuelvan a optar por las rutas terrestres.
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