La fábrica rusa de las mentiras está operativa y se extiende a nuevos continentes
La granja de desinformación que interfirió en las elecciones de EE UU en 2016, en una operación cocinada por un hombre del círculo de Putin, ha pasado a la ofensiva también en África
En un complejo de oficinas de San Petersburgo, en Montenegro o en centros de negocios en Ghana o Nigeria. La fábrica rusa de las mentiras, la granja de troles que sembró de bulos la política estadounidense durante la campaña electoral de las presidenciales de 2016, polarizó el debate e interfirió con su propaganda, no se ha desactivado. La granja original ha sido copiada y muchas de sus operaciones se han externalizado. Las operaciones de la máquina de propaganda, que dejó a la vista las vulnerabilidades del sistema y la magnitud y fuerza de las operaciones de injerencia y desinformación de Rusia, se han extendido por Estados Unidos, varios países europeos y algunos de África. Mientras, los gigantes de Internet y los Gobiernos occidentales tratan de plantarle cara; en algunos casos con técnicas no del todo limpias.
La técnica es la misma que la que practicó durante algunas semanas Vitaly Bespalov en 2015. El joven trabajó en un edificio de hormigón de cuatro pisos en la calle de Savushkina de San Petersburgo, sede de la llamada Agencia de Investigación de Internet (AII) y matriz de la granja de troles, para defender posiciones prorrusas durante uno de los picos del conflicto en Ucrania y más tarde sobre política estadounidense. “Se trataba de alimentar el discurso y sembrar las redes de comentarios falsos e interesados para beneficiar a Rusia”, comenta Bespalov, que hoy se trabaja en una organización para defender los derechos LGTBI. Detrás de torniquetes camuflados y protegidos por guardias de seguridad, trabajaba un grupo de blogueros, experiodistas y otros perfiles reclutados para poner en marcha el “carrusel de mentiras”, describe la activista e investigadora Liudmila Savchuk, que estuvo trabajando encubierta en la fábrica de troles de San Petersburgo a finales de 2014 y que contribuyó a desenmascarar el tinglado.
Aquella operación de desinformación se consideró exitosa y fue el germen de una nueva misión, diseñada para intervenir en las elecciones presidenciales de 2016, dirigida esta vez a la audiencia estadounidense. Un nuevo equipo de personas que hablaban inglés y recibían sueldos más jugosos crearon una rigurosa cuota de publicaciones incendiarias sobre la candidata Hillary Clinton, la justicia racial o Donald Trump, haciéndose pasar por estadounidenses. El entorno polarizado fue un terreno fértil para los troles rusos, que amplificaron la discordia que ya bullía.
Una máquina de propaganda que también se dedicó a comprar publicidad y poner anuncios sobre raza, inmigración o armas de fuego, que llegaron a unos 10 millones de personas en Estados Unidos. El ejército en línea de troles, acusado de interferir en los comicios de 2016 es, según Washington, una parte del imperio empresarial de uno de los oligarcas de la órbita más cercana al Kremlin, Yevgeni Prighozih, empresario de la restauración, sancionado por EE UU. El apodado como chef de Putin ya probó eficaz el sistema cuando en 2011 contrató a decenas de personas para que halagaran en los principales foros de discusión online rusos y medios de comunicación la comida de su catering, después de varias denuncias por su calidad.
Prigozhin, señalado en las investigaciones sobre la injerencia electoral del fiscal especial Robert Mueller, ha negado cualquier vinculación con la agencia y con las actividades de su máquina de propaganda. También el Kremlin ha rechazado las acusaciones.
Pese a las llamadas de alerta y los mecanismos de vigilancia puestos en marcha por los gigantes de Internet y las compañías de redes sociales tras el escándalo de 2016, las fábricas de troles rusas han seguido operando, aunque han cambiado un poco sus técnicas de publicación para reducir las posibilidades de ser detectados. Aun así, su influencia y su sombra son alargadas. Sus ambiciones y sus tentáculos también. Durante los últimos meses, Twitter ha informado de que había eliminado miles de cuentas vinculadas a la AII. En marzo, Facebook reveló que había descubierto una subsidiaria de la granja rusa de troles en Ghana y Nigeria, operada por personas locales pero vinculada a la AII de San Petersburgo, y que tenía como objetivo Estados Unidos. Y en septiembre eliminó otra tanda de cuentas, que estaba todavía en su etapa de desarrollo y centraba sus actividades en Estados Unidos, el Reino Unido, Argelia y Egipto. Y realizaba publicaciones en inglés y árabe sobre temas como el movimiento Black Lives Matter, la OTAN, Donald Trump, la campaña presidencial de Joe Biden o la conspiración del grupo ultra QAnon.
La intensa actividad ha llegado a derivar en los últimos meses en batallas de troles en África. Hace dos semanas, Facebook anunció que había identificado otra granja de desinformación rusa vinculada a la AII y dirigida a países africanos, y a otra francesa. Campañas rivales dirigidas sobre todo a las elecciones de este fin de semana en República Centroafricana ―donde Moscú tiene cada vez más intereses— y a otros 13 países de África que buscaban engañar a los usuarios de Internet y desenmascararse entre sí.
Es la primera vez que la red social ha identificado y bloqueado a un grupo de troles —vinculado a “personas asociadas con el ejército francés”— que actúan en interés de un Gobierno occidental. “No se puede combatir el fuego con fuego”, advirtió Nathaniel Gleicher, jefe de política de seguridad cibernética de Facebook. Y añadió: “Tenemos estos dos esfuerzos de diferentes lados de estos problemas utilizando las mismas tácticas y técnicas, y terminan pareciendo lo mismo”.
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