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La triste suerte de los negacionistas de la covid-19

Los líderes reacios a adoptar medidas para controlar la pandemia, como Trump y Bolsonaro, se enfrentan ahora a cifras récord de afectados por el coronavirus

Donald Trump, el pasado jueves en Washington. En vídeo, declaraciones del Presidente de Estados Unidos el pasado 1 de julio. ATLASVídeo: PATRICK SEMANSKY / AP

En la crisis del coronavirus, en la mayoría de los casos al principio había desconocimiento, después dudas, más tarde desconcierto y, por último, acción. Pero, en este tránsito, algunos políticos han seguido negando la dimensión de la catástrofe y reaccionando tarde y débilmente, una posición abanderada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que todavía rechaza ponerse la mascarilla en público, a pesar de gobernar el país que lidera la cifra mundial de fallecidos con 130.000 (casi uno de cada cuatro en el mundo). Le sigue en la estela su homólogo en Brasil, Jair Bolsonaro, que este martes ha dado positivo en la prueba de la covid-19 y se pasea entre los mercados sin respetar la distancia social en un país que acumula más de 65.000 víctimas mortales, según datos de la Universidad Johns Hopkins. “Los Gobiernos que adoptaron políticas más estrictas, y lo hicieron más rápido, han visto un crecimiento más lento de las muertes. La acción rápida ha sido esencial para aplanar la curva de contagios de coronavirus”, señala Thomas Hale, líder de la herramienta de rastreo de las respuestas de los Gobiernos al coronavirus de la Universidad de Oxford.

“En estos dos países, los políticos han esperado demasiado para tomar el problema en serio. Esto ha permitido que el virus se establezca ampliamente y que se necesite mucho tiempo para reducir la tasa de infecciones. De hecho, vemos que el brote persiste, probablemente porque las restricciones se han levantado prematuramente”, añade Hale. Ambos líderes han minimizado la enfermedad, obviado los datos, burlado a la ciencia e instituciones e ignorado las experiencias vividas en otras latitudes ―Boris Johnson, en el Reino Unido, por ejemplo, comenzó la gestión de forma dubitativa pero no negó la gravedad de la pandemia y acabó dando un golpe de timón―, para priorizar la actividad económica y hacerse fuerte para antes de las elecciones: la de Trump este noviembre y la de Bolsonaro, en 2022.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se pone una mascarilla durante una ceremonia oficial, el 9 de junio de 2020, en el palacio do Alvorada, en Brasilia (Brasil). En vídeo, declaraciones de Bolsonaro el pasado 12 de mayo en un acto con estudiantes.

Pero sus estrategias tienen fisuras. Estados Unidos ya registra casi tres millones de casos y Brasil ha superado los 1,6 millones. Son los dos países con más contagiados. La población ha visto cómo han abierto grandes fosas comunes en sus suelos, cómo sus presidentes se han enfrentado a los gobernadores de sus Estados que han optado por medidas para evitar contagios, o cómo, en el caso de Brasil, han perdido a dos ministros de Sanidad en menos de un mes por discrepancias con los criterios de distanciamiento social y cuarentena. Casi cada día salta una noticia que explota contra los dirigentes: un juez brasileño ha advertido a Bolsonaro de que le multará si aparece sin mascarilla en público; la UE ha vetado a los viajeros de Estados Unidos y Brasil, el epidemiólogo de la Casa Blanca ha replicado a Trump sobre la necesidad de hacer más test, después de que EE UU rompiera relaciones con la Organización Mundial de la Salud (OMS) por su supuesta cercanía a China, a quien acusa de presionar para que el mundo infravalorara el coronavirus.

En este trance, Estados Unidos ha visto su tasa de desempleo aumentar hasta el 14,7%, que bajó en junio ya al 11,1%. En el caso de Brasil, el Fondo Monetario Internacional prevé que su PIB se contraiga un 9% este año. “Cuanto antes se logre frenar el virus, más rápida y vigorosa será la recuperación”, recomienda su directora, Kristalina Georgieva. “El enfoque de la economía primero es una visión de muy corto plazo. No poner la salud pública en el centro de los planes de acción gubernamentales no salva a la economía”, indica Juan Pablo Bohoslavsky, experto en Derechos Humanos y deuda externa y coautor del informe Covid-19: Políticas económicas y sociales irresponsables en Brasil ponen en riesgo millones de vidas, recogido por la Oficina del Alto Comisionado de la ONU.

La alianza de los avestruces

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“Habrá que ver la situación, pero sin una estrategia seria, sin un plan pospandemia, sin datos fiables… el mensaje que lanzan a la comunidad internacional y a los inversores es de desconfianza. Se pierde la credibilidad en ellos”, apunta Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundação Getulio Vargas de São Paulo. Para él, los negacionistas se circunscriben a los líderes de Brasil, Bielorrusia, Turkmenistán y Nicaragua, para los que ha acuñado la fórmula La alianza de los avestruces, por fingir que el problema no existe. “Ignorarlo les permite hablar de cosas buenas o de cómo se recupera la economía. Precisamente, lo que tienen en común es que no sabemos lo que pasa en sus países, y para ellos eso es buenísimo. No se sabe lo que ocurre, y eso es lo que consideran importante”.

Brasil ha pasado por un apagón informativo de datos; en Turkmenistán ni siquiera ofrecen cifras de afectados, y su presidente, Gurbanguli Berdimujamédov, ha desterrado la palabra coronavirus de las Administraciones. En Bielorrusia, con cerca de 450 fallecidos declarados entre una población de 9,5 millones de personas, el presidente Aleksander Lukashenko ha mantenido los actos multitudinarios y ha calificado la pandemia como psicosis. “Nuestra prioridad debe ser y es nuestra economía. Todo esto pasará, como ya vemos que sucede en Europa. Sin embargo, la economía permanecerá para siempre”, declaró a Euronews.

“Los líderes de Turkmenistán o Bielorrusia tienen miedo de parecer demasiado humanos ante la población. No tienen capacidad de gestión pero a la vez piden lealtad a sus seguidores, y muchos les creen”, apunta Stuenkel, que alerta de las repercusiones que pueden tener sus acciones, no solo en la salud física o en la economía de la población, también en su salud mental. “Se habla menos del impacto que tendrá la incertidumbre y la inestabilidad de estar liderados por gobernantes que no gestionan de forma coherente, aunque se equivoquen. El coste emocional para las sociedades donde los líderes no son serios es incalculable y difícilmente medible. La desesperación, la falta de liderazgo y sentirse a la deriva es una cuestión muy grave”, apunta el profesor.

Efectos colaterales en la ciencia

Los efectos colaterales en los países liderados por gobernantes negacionistas van más allá de los contagios o la economía. La falta de credibilidad de los políticos en la ciencia y su vinculación con determinadas ideologías políticas es una de las preocupaciones más reiteradas de los expertos. El economista Paul Krugman recuerda en la columna La realidad de la covid-19 tiene un sesgo liberal, del New York Times, que la derecha estadounidense rechazó hace tiempo la política basada en evidencia a favor de la evidencia basada en política, “negando hechos que pudieran interferir en una agenda predeterminada”.

“Ha habido un fracaso entre la comunidad científica y la política para forjar una alianza efectiva”, señala Vania Figueroa, vicepresidenta de la Red de Investigadoras de Chile y doctora en neurociencia. “En Alemania o Nueva Zelanda los consejos científicos han sido vinculantes, al contrario que en Estados Unidos, donde Trump ha desactivado la evidencia y ha cometido aberraciones peligrosas. Esto es una contradicción en un país que lidera la investigación mundial. E igual ocurre en Brasil”, añade la experta. “La ciencia es la herramienta más valiosa que tenemos para enfrentar las noticias falsas y el negacionismo”, concluye.

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Sobre la firma

Ángeles Lucas
Es editora de Sociedad. Antes en Portada, Internacional, Planeta Futuro y Andalucía. Ha escrito reportajes sobre medio ambiente y derechos humanos desde más de 10 países y colaboró tres años con BBC Mundo. Realizó la exposición fotográfica ‘La tierra es un solo país’. Másteres de EL PAÍS, y de Antropología de la Universidad de Sevilla.

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