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Una crisis agazapada tras el virus en Buenos Aires

La cuarentena vela la gravedad del escenario económico que espera a Argentina

Una mujer camina en la villa 1-11-14, en Buenos Aires, el 18 de mayo.
Una mujer camina en la villa 1-11-14, en Buenos Aires, el 18 de mayo.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

Los argentinos están acostumbrados a las grandes crisis, casi una por década, pero aseguran que la que vive el país en este 2020 no se parece a ninguna otra. El país se encuentra desde este viernes en una situación de “default blando” de su deuda externa, pero el ambiente no es el mismo del de aquella gran debacle del corralito. “En Argentina las crisis se sienten en las calles. Siempre vienen acompañadas de movilizaciones, de marchas, de huelgas... y este contexto, por la pandemia, es inédito, la calle no está más como escenario. La sensación es que esta crisis corre por un río subterráneo”, dice Sebastián Ávila, profesor de Historia de 36 años, frente a una avenida apenas transitada de Buenos Aires, donde las pocas personas que caminan lo hacen tapadas con mascarilla y mantienen una distancia de al menos un metro y medio.

La cuarentena decretada hace 62 días por el presidente Alberto Fernández para impedir la propagación de la covid-19 paralizó una economía que arrastraba ya dos años de recesión. Con solo 10 días de confinamiento, la actividad de marzo se desplomó un 11,5% interanual, la mayor caída en 11 años. Se espera que las cifras negativas de abril no tengan antecedentes. Sin embargo, en la clase media argentina el miedo al coronavirus parece mayor al de una nueva cesación de pagos. “Creo que lo importante es mantener la pandemia controlada, de eso sabemos menos que de crisis”, señala Luis, dueño de una tienda de papelería en Chacarita, un barrio de clase media al oeste de la capital.

Como otros pequeños negocios, el de Luis reabrió después de permanecer casi dos meses cerrado y su facturación ha caído por debajo de la mitad, pero no prevé bajar la persiana: “Volvé en tres meses y te digo. Por ahora vamos a aguantar”, dice. El Gobierno ha congelado el precio de los servicios básicos, ha prohibido los despidos y ha concedido ayudas a trabajadores, desempleados y pymes, parches que amortiguan el impacto del confinamiento.

“Hay una enorme diferencia con 2001, porque el Estado está presente, atendiendo a la gente en un contexto mundial espantoso”, dice el historiador argentino Felipe Pigna. Cuando la economía saltó por los aires en 2001, el colchón estatal era casi inexistente, pero las enseñanzas de aquella crisis han perdurado. El Estado nunca desarmó del todo los programas de ayuda social y la sociedad mantuvo las estructuras mínimas que aquella vez permitieron la subsistencia, como los comedores populares, los clubes del trueque sin dinero y las cooperativas. “En Argentina hay una gran gimnasia para salir de situaciones críticas. Sorprende la cantidad de emprendimientos que han surgido sacando fuerzas de no se sabe donde para seguir trabajando. El argentino ya sabe cómo actuar”, dice Pigna.

La crisis no golpea, sin embargo, a todos con la misma fuerza. Es los barrios más pobres, la pandemia ha agudizado una situación que ya era crítica. La afluencia se ha duplicado en los comedores gratuitos de las villas, que no dan abasto, señala Carina Corbalán, referente de la Fundación El pobre de Asís en la villa 31, ubicada a unas pocas calles de los barrios más acomodados de la capital. Entre los 65.000 habitantes de esta barriada son mayoría los que están empleados en la economía informal. Peones de la construcción, personal doméstico, ayudantes de cocina y vendedores se quedaron sin trabajo de un día para el otro porque no tenían contrato. Dependen ahora de las ayudas estatales, los bolsones de alimentos y los comedores comunitarios para sobrevivir. La crisis se ensaña con especial virulencia con los más pequeños. En 2019, uno de cada dos menores era pobre y la cifra se disparará hasta el 58,6% a finales de año, según Unicef, es decir, 7,7 millones de niños y adolescentes, 700.000 más que hoy.

Buenos Aires y su extrarradio, donde vive un tercio de la población argentina, están en situación de espera. La crisis no se exhibe con la coreografía callejera de otros tiempos, pero todos saben que espera agazapada detrás del coronavirus. “Va a costar salir, pero saldremos. Será durísimo, pero están dadas las condiciones y hay voluntad para ver las prioridades: primero está que la gente no la pase mal y luego los acreedores, que pueden esperar a que se llegue a un acuerdo”, dice Pigna. La palabra default ha pasado, esta vez, casi desapercibida.

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