_
_
_
_
Combat rock
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un soberano cacahuate

Los migrantes centroamericanos son los grandes perdedores de la negociación con Trump

Antonio Ortuño
Migrantes y residentes atraviesan el río Suchiate en la frontera entre México y Guatemala
Migrantes y residentes atraviesan el río Suchiate en la frontera entre México y GuatemalaPEDRO PARDO (AFP)

Donald Trump logró su objetivo. Y, como siempre, fue para mal. Su amenaza de tasar con un nuevo arancel las exportaciones mexicanas a Estados Unidos si México no endurecía aún más sus medidas para frenar la inmigración ilegal, puso de cabeza al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y la reacción fue rápida porque no quedaba más remedio. El canciller Ebrard viajó a Washington al frente de una comisión negociadora con la encomienda de conseguir un acuerdo y evitar el golpe.

Más allá de las anécdotas que dejó la semana (como la del funcionario que fue captado comiendo unos cacahuatitos en mitad de un encuentro de la misión nacional con la líder demócrata Nancy Pelosi y en el que las redes se cebaron, rebautizándolo como Lord Cacahuates, como si hubiera violentado alguna clase de sagrado protocolo), más allá del debate interno y la tensión palpable en el país, el hecho es que al gobierno no le quedó otra salida que ser realista y tragar la amarguísima píldora que Trump nos administró. El precio a pagar a cambio del acuerdo que “suspende indefinidamente” la aplicación de los aranceles, es tremendo. México tendrá que convertirse en una suerte de metáfora viviente del famoso muro que el presidente del país vecino aseguró que construiría para detener la inmigración y, así, “reducir drásticamente o frenar del todo” a los migrantes. El entrecomillado, claro, pertenece a Trump. Una vez más, el presidente de EU ha utilizado a México como piñata para fortalecerse políticamente. Hay dos consecuencias inmediatas de esta especie de pacto con el diablo que acabamos de firmar. La primera, y más visible, es que el gobierno de López Obrador ha desatado una operación de control de daños, cuyo lado más visible fue el acto masivo convocado por el presidente mexicano en Tijuana, que originalmente trataría de convertirse en una muestra de unidad nacional y que, tras anunciarse el acuerdo, se quedó en una ceremonia de celebración un poco aguada.

Sí: López Obrador, Ebrard y el gobierno pueden sentirse relativamente satisfechos por haber toreado el peligro inmediato. El problema es que al ha bercedido a un chantaje, otra vez, se le sigue dando carta abierta a Trump para recurrir a su sistema de extorsión infinitamente. Y él lo sabe. Su intención es conservar a México como un rehén que le permita ganar apoyos, imagen y votos (no olvidemos que el asunto de fondo,más que la inmigración ilegal en sí, es el rédito electoral que puede exprimírsele al tema y los republicanos ya piensan en la campaña de reelección). Para el gobierno mexicano, sin embargo, no es fácil presentar como un triunfo este episodio. Sí: la cosa pudo ser mucho peor. Sí: la reacción fue rápida y menos mal que se produjo. Pero la situación no está ni mucho menos resuelta. Nos tienen tomados por el cuello.

La segunda consecuencia es, con mucho, la peor, porque no se trata de la imagen de los gobiernos y de sus forcejeos, sino de la vida de miles de inmigrantes, en su mayoría centroamericanos, pero también de varias procedencias más. Si su paso por México ya estaba lleno de obstáculos y riesgos indecibles, la cosa no hará sino empeorar, ahora que el gobierno se ha comprometido a mandar a la recién creada Guardia Nacional a frenar en seco el tránsito desde la frontera sur (y, de paso, se complica con el despliegue la idea de convertir a la Guardia Nacional en la punta de lanza de la estrategia para frenar la violencia en el país).

Los migrantes son, fuera de toda duda, los grandes perdedores de la negociación. Porque Trump ganó la partida, el gobierno mexicano ganó un poco de tiempo y espacio, pero los migrantes solo perdieron. Y antes de que caigamos en la tentación trumpiana de satanizarlos y de convertirnos en papagayos que proclamen que ponen la“soberanía” nacional en riesgo, deberíamos comprender que la victoria de una política de migración restrictiva y policial equivale también a la derrota de la compasión, la solidaridad y la humanidad. Tres cosas que a Trump le valen, a él sí, un soberano cacahuate.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_