Nabil Karui, el millonario “antisistema” que aspira a presidir Túnez
El mayor magnate de la comunicación en Túnez anunció esta semana su candidatura. Según las encuestas, es el favorito con un 30% de intención de voto
No hay duda de que Nabil Karui, el mayor magnate de la comunicación en Túnez, sabe construir relatos y venderlos. Después de casi dos décadas ofreciendo sus ideas para el beneficio de sus clientes -posee junto a su hermano la principal compañía de publicidad del Magreb- ahora ha decidido venderse a sí mismo. Su objetivo, anunciado esta semana, es convertirse en el próximo presidente de Túnez. De acuerdo con los últimos sondeos, no es una quimera. Medio año antes de los comicios, lidera las estimaciones de intención de voto con más del 30%. Karui no cuenta con el apoyo de un partido político, sino con un arma aún más poderosa: Nessma, la televisión más vista del país.
A falta de un programa preciso, que un elenco de 40 eminencias grises está aún preparando, Karui vende su biografía, sazonada con punzantes críticas a la clase política tunecina. A sus 55 años, pertenece a la saga de ricos empresarios con aspiraciones políticas que lanza a la población un mensaje muy simple: sé cómo ganar dinero, votadme, y os haré prosperar también a vosotros. Algunos lo comparan con el decano europeo de esta especie, Silvio Berlusconi. Curiosamente, su compañía Mediaset entró en el accionariado de Nessma en 2009.
No obstante, Karui se desmarca de Il Cavaliere : “No lo he visto en 7 años”. Su referente, dice, es más bien el expresidente brasileño Lula da Silva, si bien él no ha sido nunca comunista u obrero metalúrgico, ni se enfunda una camisa de cuadros. Tampoco Karui ha sido condenado por corrupción, aunque ha tenido problemas con el fisco.
La elección de su álter ego deriva del que define como “punto de inflexión” de su vida: la muerte de su hijo Khalil en 2016 a causa de un accidente de tráfico. A modo de homenaje, Karui creó la ONG Khalil Tunis, que se ha convertido en un auténtico imperio benéfico. Según sus propios números, la asociación ha ayudado ya a más de medio millón de beneficiarios si se suman las donaciones de ropa, de cajas de comida, de libros para estudiantes o las 3.000 familias a quienes han reparado sus precarias viviendas. Una cifra considerable en un país de unos 12 millones de habitantes. “He visitado todas las provincias del país, y he descubierto que mucha gente vive en una situación de pobreza muy dura. Luchar contra ella es mi prioridad”, afirma.
Su cruzada humanitaria no habría levantado suspicacias si no hubiera sido televisada en directo por Nessma. Cada día, en horario prime time, Karui ha contado con un espacio en el que “ponía en contacto al donante con el receptor”. El empresario le dio la vuelta a aquel viejo refrán sobre la caridad cristiana, pues su mano izquierda no solo sabe lo que hace la derecha, sino que la filma con el smartphone. Cosas de la caridad en la era del selfie ... Al menos, eso sí, Karui trufa su discurso de expresiones religiosas, si bien poco después de la Revolución de 2011, cuando su cadena emitió la película Persépolis, se convirtió en la bestia negra de los islamistas.
¿Un caso de neoclientelismo?
En abril, de repente, Karui se disparó en las encuestas, y desde entonces arrecian las críticas de sus detractores. Se le recrimina el haber explotado Khalil Tunis y la situación de escasez que viven muchos hogares tunecinos con fines políticos. Karui no es el único. Hace un año apareció otra engrasada y misteriosa asociación benéfica, Aish Tunis, que también pretende ahora presentarse a la próxima cita electoral. El analista Zied Krishan ha bautizado este fenómeno como “neoclientelismo”. “Aún perdura en muchos tunecinos la mentalidad derivada de la estrategia de la dictadura de Ben Alí para crear una base de apoyo usando el clientelismo. Mucha gente ve la política como una fuente de servicios o ayudas”, sostiene.
Esta es una vieja estrategia en la región, a la que muchos observadores atribuyen, por ejemplo, las victorias electorales de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Ahora bien, al espabilado de Karui nadie le puede echar en cara el haber utilizado su fortuna para comprar voluntades. Si acaso, lo habría hecho con el dinero de otros. Su ONG se financia sobre todo a gracias a la empatía y a las contribuciones de los millones de telespectadores de Nessma.
El Gobierno y los “políticos”, así en general, son el blanco preferido de las críticas del magnate. Quizás por eso, en abril, una nutrida patrulla policial se presentó en la sede de Nessma y confiscó material electrónico de la cadena, lo que dificultó sus emisiones durante algunos días. Según las autoridades, la emisora no cumple con la normativa. La defensa de Karui ante las acusaciones de usar Nessma para influir en la opinión pública es tan curiosa como sincera: nadie se quejó cuando ya lo hizo en 2014 para aupar al actual presidente Béji Caïd Essebsi. Además, argumenta, ya no es el director de Nessma, si bien su compañía continúa siendo accionista.
Y es que, aunque Karui se presente como un antisistema, fue uno de los fundadores del partido gobernante, Nidá Tunis, de ideología conservadora. De hecho, se dice que Nidá se fundó en su despacho. “Estuve poco tiempo en Nidá. Vi que no funcionaba, y me marché”, matiza ahora. El truco podría funcionar. No sería el primer presidente de un país que, en plena ola populista mundial, gana unas elecciones con un discurso contra la élite política a pesar de haberse gestado en sus entrañas.
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