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Columna
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Colombia está en el mundo (Puerto Leguízamo, Putumayo)

De vez en cuando hay que acercarse a este país con ojos de extranjero

Ricardo Silva Romero

Si uno lo piensa con cuidado, ve, como una epifanía, que Colombia también queda en el mundo. Durante un par de siglos ha dado guerras civiles y ciudadanos devastados, hasta lograr que la excepción sea la regla y la selva sea la ley en su territorio inexplicable. Pero sí: su mapa está en el mapa de la Tierra. Tuvo sentido, pues, que un puñado de cineastas colombianos protestaran en la alfombra roja de Cannes con carteles en los que podía leerse que 162 líderes sociales han sido asesinados en menos de un año. Y aunque la derecha reaccione con su “métase en sus asuntos” de siempre, tiene lógica que The New York Times revele, como lo hizo, una directriz del ejército nacional semejante a la que condujo a las ejecuciones extrajudiciales de hace catorce años, y pida que se respete el “milagroso” acuerdo de paz con las FARC.

Es que una guerra aquí es una guerra en el mundo. Es que, como dice el editorial del jueves de The New York Times, un fracaso de la paz con la guerrilla “sería un desastre para el país, para la región y para la causa de la democracia”. Es que Human Rights Watch (HRW) publicó el reporte Colombia, nuevos comandantes del ejército asociados con asesinatos. Y, en contravía de los deseos de Trump, el Congreso gringo acaba de aumentarle la ayuda a Colombia a 457 millones de dólares con la condición de que se implemente lo pactado con las FARC, y 79 congresistas demócratas han pedido a su secretario de Estado que frene el terco saboteo al pacto: “Las iniciativas del Gobierno colombiano para debilitar o anular los compromisos asumidos en el acuerdo deben ser opuestos de forma enfática”, le reclaman.

Quizás en la próxima carta puedan decirle “Señor Pompeo, no obligue a ese pobre pueblo a seguirse matando en su guerra contra las drogas”.

Mientras tanto, cierta senadora del partido de Duque, admiradora del indigno descaro de Trump, en solo un par de días llamó al prestigiosísimo The New York Times “el rey de las fake news”, puso en riesgo a Nicholas Casey, el periodista que reveló las “órdenes de letalidad”, tras acusarlo de haber recibido dinero de las FARC, y atacó al senador Patrick Leahy cuando él le pidió las pruebas de las barbaridades que ella había soltado por ahí. El Gobierno de Duque se le quejó al periódico de Nueva York y despreció a la ONU y ratificó a su inexcusable ministro de Defensa. Pero el ejército retiró la directriz del mal después del informe de Casey, la cancillería pidió una cita con la junta editorial del diario y aparecieron artículos en Le Monde, El País, BBC Mundo y The Washington Post, que insisten en el posible regreso de los “falsos positivos”.

Fue The Washington Post el diario que en 1996, luego de la sanguinaria toma guerrillera de la base militar de Las Delicias, en Puerto Leguízamo, Putumayo, tituló “Colombia está en guerra civil”. Sí, de vez en cuando hay que acercarse a este país con ojos de extranjero. De tanto en tanto hay que asumir que la humanidad está primero que la idiosincrasia: “Yo le expliqué que acá hablamos es otro lenguaje –dijo cierto ministro colombiano, en febrero de 2010, luego de una reunión sobre el resurgimiento del paramilitarismo con el director de HRW–, le dije que acá hablamos es paisa”. Algún día, cuando el mundo sea un logro humano, será revaluada esa peligrosa obsesión con dar resultados que ha vuelto vengadores a tantos periodistas, a tantos vigilantes, a tantos jueces, a tantos soldados.

Mientras tanto, Colombia puede dejar de ser víctima de esa élite negacionista, a punto siempre de meter a su pueblo en la peor de las guerras civiles, que los extranjeros han retratado desde el siglo XIX: debe dejar de ser esa sociedad que no le recibe al mundo su crítica, sino su caridad.

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