La crisis empujó a los españoles a Europa
Pese al aumento de las salidas, España está entre los países cuyos ciudadanos menos emigran a otros Estados miembros
Si hay un asunto que genera consenso en una Unión Europea fragmentada es la libertad de ir a cualquiera de los 28 países para vivir, buscar empleo o estudiar sin fronteras, plazos ni restricciones. Más que apoyo, genera entusiasmo: el 83% de los ciudadanos respalda este derecho a la libre circulación de personas, que está en el corazón de la construcción europea. De hecho, para el 59% de los ciudadanos, esta posibilidad —que se extiende a bienes y servicios— es el principal logro de la Unión, por delante incluso de la paz entre Estados miembros, según el último Eurobarómetro. Un 3,8% de los europeos en edad laboral (entre 20 y 64 años) vivía en 2017 en un país distinto del suyo, según datos de Eurostat, y hay grandes diferencias entre nacionalidades: mientras el 19% de los rumanos vive en otro Estado de la Unión, hay solo un 1% de alemanes en esa situación. España está en esta franja menos móvil, con el 1,6%.
La crisis de 2008 reactivó la emigración de españoles al resto de Europa, algo que se creía olvidado desde los años sesenta. “España, que es desde hace más de tres décadas un país de inmigrantes, volvió a registrar durante el fragor de la crisis cifras significativas de emigración”, explica Joaquín Arango, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense. Quienes se fueron sobre todo partir de 2011, cuando se vio que el túnel de paro y recortes era más largo y oscuro de lo que se creía, lo hicieron a un espacio común en el que tenían, al menos sobre el papel, los mismos derechos que cualquier europeo.
Entre 2008 y 2017 se fueron a vivir al extranjero 647.458 españoles, según los datos de flujos del Instituto Nacional de Estadística (INE). De esos, solo el 44% (283.448) se instalaron en algún país europeo, sobre todo en el Reino Unido y Alemania. Eso no significa que la mayoría de los españoles elijan América antes que Europa, sino que, como explica la demógrafa Amparo González, “en torno a un 35% de los que salen por la crisis eran españoles que no habían nacido en España. En muchos casos son inmigrantes llegados a finales de los noventa que adquirieron la nacionalidad y con la crisis, regresaron a sus países”.
Estos datos cuentan apenas una parte de la amplia, dinámica y compleja imagen de la movilidad intraeuropea. Solo reflejan la realidad de quienes viven más de un año en otro país y, además, se ha registrado en el consulado, algo que solo hacen en torno a la mitad de los que se van, según estiman varios expertos. “La estadística es muy deficiente y no nos permite saber cuántos son y cuál es su perfil”, apunta Arango. “Tenemos un buen sistema para contabilizar la inmigración, pero no la emigración”.
Las migraciones internas, en cualquier caso, no son tan voluminosas como podría esperarse de un continente que ve en la libre circulación su mayor conquista, según Arango. “Son inferiores a los que desearía la UE, que preferiría una migración más intraeuropea y menos de terceros países”, analiza. Hay una penumbra estadística, sin embargo, que impide traducir en números la magnitud real de la movilidad. “No medimos la circulación, los movimientos cortos, los que te permiten beneficiarte de las mejores condiciones de aquí y allá y de regresar cuando quieras. Es un éxito que no podemos dimensionar”, dice González.
Pero los euroescépticos y populistas de varios países, sobre todo en el Reino Unido, percibieron ese éxito como una amenaza que preparó el camino para el Brexit. La idea de que ciudadanos comunitarios pudieran ir a trabajar allí (y cotizar), beneficiándose de sus servicios públicos fue agitada con virulencia. “El Brexit es un ejemplo claro de la politización de la libre circulación”, explica Arango. “Hubo un intenso rechazo a la inmigración europea, de polacos, lituanos… cuando debía ser visto como una gran ventaja porque cubren lagunas en el mercado de trabajo. Lo ven como una amenaza a la soberanía, una inmigración que no pueden frenar ni impedir”.
La emigración española a Europa continúa pese a la mejora de la situación económica, y no ha vuelto a los niveles anteriores a la crisis. Lo que sí ha ocurrido es que, desde 2016 y sobre todo desde 2018, en España vuelve a haber más inmigrantes que emigrantes, explica Dolores López, profesora de Geografía Humana de la Universidad de Navarra.
Para Amparo González, uno de los efectos de la crisis es que “los flujos se han consolidado, pero son distintos. Nos hemos hecho más móviles, y parte de quienes salen ahora tienen expectativas diferentes a la de los que se fueron en 2011 con la crisis”. El Reino Unido es un ejemplo de esa transformación del emigrante español en los últimos años. “Quienes van allí ahora encajan con el nuevo perfil de emigrante español: de entre 20 y 35 años, que habla algo de inglés y tiene estudios universitarios”, afirma.
Para Arango, esos flujos de ahora hacia Europa reflejan una “mayor internacionalización” de los españoles. “Una cosa es la emigración que vimos en la crisis, de gente que se tiene que ir porque no tiene otra opción, a gente que decide marcharse porque vivimos en un mundo globalizado y porque en algunas carreras es mal síntoma si no hay movilidad”.
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