Éxitos y fracasos de cinco años de Eurocámara
El Parlamento cierra la legislatura con importantes avances en la agenda medioambiental y de telecomunicaciones, pero con fiascos en inmigración y fiscalidad
Un mantra habitual de los portavoces de la Comisión Europea cuando Donald Trump suelta uno de sus improperios o se les pregunta sobre declaraciones controvertidas de un jefe de Gobierno es responder que no hacen comentarios sobre opiniones de otros líderes. El Parlamento Europeo es precisamente lo contrario. Dentro del hemiciclo, la diplomacia sutil del Ejecutivo comunitario deja paso a un debate sin tabúes, a veces bronco, que enfrenta a euroescépticos con federalistas, defensores del libre comercio con proteccionistas, brexiters y partidarios de la permanencia de Reino Unido en la UE, en un foro donde conviven voces tan diversas como las de animalistas holandeses, socialdemócratas suecos, conservadores alemanes o separatistas xenófobos flamencos.
La legislatura que ahora termina ha dejado riñas memorables. Entre sus escaños, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, invitado ocasional a la Eurocámara, espetó hastiado a la bancada del UKIP poco después de su victoria en el referéndum un contundente “¿por qué están ustedes aquí?”. La eurodiputada socialista Iratxe García plantó cara al parlamentario ultra polaco Janusz Korwin-Mikke cuando este teorizó sobre la menor inteligencia de las mujeres. Y un miembro del partido de Nigel Farage incluso acabó en el hospital por una pelea con un compañero durante una reunión de su grupo en Estrasburgo.
Pero la gran fuerza del Parlamento Europeo está casi siempre fuera de las trifulcas de tribuna, en grupos de trabajo, comisiones, y sesiones menos trepidantes pero de gran impacto para la vida cotidiana de los ciudadanos. En los últimos cinco años se han adoptado más de 2.000 textos que han culminado en la aprobación de más de 700 leyes.
Entre las normas aprobadas destacan las que facilitan la comunicación entre europeos, como el fin del roaming o la limitación del coste de llamadas entre países de la UE a 19 céntimos por minuto. Medidas para frenar el deterioro del planeta como las nuevas restricciones a las emisiones de vehículos, los objetivos más ambiciosos de energías renovables y la prohibición de los plásticos de un solo uso. Directivas como la de protección de datos que busca dar garantías a los usuarios de que la información personal que comparten en Internet no será vendida sin su permiso. O la nueva y controvertida reforma de los derechos de autor, una derrota para Youtube y Google al obligarles a pagar a creadores y editores cuando utilicen sus contenidos.
Hay muchas otras. La Eurocámara dio su beneplácito a equiparar los salarios de los trabajadores que se desplazan desde otro país europeo al de los nacionales, recomendó sancionar a la Hungría de Viktor Orbán por violar los valores fundamentales del club y presionó para que finalmente se acordara aumentar a 10.000 los efectivos de la guardia europea de fronteras (Frontex). Una parte de la paternidad del plan Juncker para reactivar la inversión corresponde a los europarlamentarios, y también de los nuevos pactos comerciales firmados con Canadá o Japón.
Junto a esa ristra de éxitos aparecen fiascos sonados. “El gran fracaso ha sido la parte migratoria: se ha constatado que el Parlamento sufre la misma fractura que los países entre el Este y el Oeste. No ha habido una política común. Y hemos sido incapaces de superar el bloqueo de los Gobiernos”, lamenta el eurodiputado socialista Ramón Jáuregui. Lo mismo ha sucedido en fiscalidad, donde las comisiones de investigación de los papeles de Panamá o Luxleaks se cerraron con críticas y recomendaciones, pero sin avances tangibles para frenar la competencia fiscal desleal o lograr la armonización del impuesto de Sociedades, muy complicada ante el derecho de veto de países como Luxemburgo, Holanda o Irlanda, con un marco fiscal más laxo.
Con los años, el Parlamento ha pasado de ser un asesor inofensivo a un colegislador en prácticamente todos los terrenos. Pero pese a su creciente influencia, sigue siendo la cenicienta de las instituciones comunitarias, y su poder es inferior al de la Comisión Europea, a la que corresponde proponer nuevas leyes, y al de los Estados miembros representados en el Consejo Europeo, con capacidad para paralizar cualquier idea salida de la Cámara.
Muchos de esos presidentes y primeros ministros han acudido al Parlamento en estos cinco años para pronunciar discursos. Algunos para cultivar su estatura de estadistas europeos, como el dúo de líderes del eje francoalemán, Emmanuel Macron y Angela Merkel. Otros, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, para responder a los eurodiputados en el proceso iniciado contra su falta de respeto al Estado de Derecho.
No todos causaron tanta expectación, la baja afluencia de eurodiputados al discurso del primer ministro maltés, Joseph Muscat, desató una monumental bronca de Juncker. "El Parlamento Europeo es ridículo, muy ridículo", llegó a protestar el presidente de la Comisión Europea, con lo que cosechó una seria llamada al orden del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani.
Participación a la baja
La paradoja de la Eurocámara es que su ascendente poder no va acompañado de un aumento de la participación. Desde la primera votación, en 1979, no ha dejado de caer. Y si sucede así este domingo, sumará cuatro décadas de descensos, con tasas de abstención inquietantes en Eslovaquia, República Checa, Croacia y Polonia, donde ni siquiera se superó el 25% de votantes en 2014. “Nada favorece hoy el entusiasmo hacia el parlamentarismo: existe una crisis de representación a la que se añade la percepción de una Europa alejada de las preocupaciones ciudadanas, cuando no hostil a sus intereses”, señala un informe del Instituto Delors, un laboratorio de ideas con sede en París.
La irrupción euroescéptica recoge parte de ese desencanto. La legislatura empezó en 2014 con docenas de diputados dando la espalda a la orquesta que interpretaba el Himno a la alegría en Estrasburgo. Y terminó con un representante esloveno tocando con una armónica la sinfonía de Beethoven entre aplausos. El cambio de eje de izquierda-derecha a proeuropeos-antieuropeos anticipa nuevos choques en el frente simbólico en los cinco años venideros.
Un Parlamento lejos de la paridad
Los datos de la Eurocámara permiten hacer una radiografía de sus miembros. La edad media de los parlamentarios al iniciar la legislatura en 2014 era de 53 años, seis años más que la de los diputados españoles que acaban de tomar posesión en el Congreso de los Diputados. Y la igualdad está lejos de ser un hecho: solo un 36,5% de los miembros del hemiciclo europeo son mujeres. La cifra ha ido en ascenso desde las primeras elecciones de 1979, cuando suponían menos del 20%, pero no alcanza la media de Cámaras como la española, donde son el 47,4%.
La gran mayoría de países de la UE no aplican cuotas de género en las listas electorales. Sí fijan ese suelo para evitar la infrarrepesentación Croacia, España, Francia, Italia, Eslovenia, Bélgica y Portugal. Finlandia es, por mucha diferencia, el país con más eurodiputadas, un 76,5% del total de sus cargos electos. Mientras que Chipre y Estonia están a la cola con el 16,7%, seguidos de países del Este como Bulgaria, Lituania y Hungría. España ocupa la sexta plaza con un 48,1% de mujeres.
Junto a la falta de paridad, otro de los grandes problemas que afrontan los candidatos es su menor visibilidad respecto a sus homólogos nacionales. Los nombres de los eurodiputados son desconocidos para la mayoría de ciudadanos, y los comicios europeos cargan con el estigma de ser unas elecciones de segunda categoría donde los temas domésticos deciden el voto. Desde la Eurocámara contestan el tópico de que se trata de un cementerio de elefantes donde políticos amortizados acaban plácidamente su carrera, y la consideran una escuela de líderes. Así lo atestiguan casos como el de la primera ministra rumana, Viorica Dancila, antes eurodiputada, igual que el ministro español Luis Planas, el dirigente de Podemos Pablo Iglesias, o el expresidente francés François Hollande.
La Eurocámara, aprovechando su rol de depositaria del voto de los europeos, ha tratado de erigirse en la institución comunitaria más cercana a la sociedad civil: recibe a un millar de visitantes cada día, y presume de que su coste anual por ciudadano, de 3,50 euros, es inferior a los ocho de la Asamblea Nacional francesa o los 9,20 del Bundestag alemán.
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