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Trump llama, pero Irán no contesta al teléfono

Teherán se niega a renegociar el pacto nuclear, como quiere la Casa Blanca, con un presidente que ha llevado la situación al límite

Trump saluda a su llegada al aeropuerto JFK de Nueva York,
Trump saluda a su llegada al aeropuerto JFK de Nueva York,LEAH MILLIS (REUTERS)

Existe un patrón en la estrategia de política exterior de Donald Trump, que muchos sitúan en su experiencia en el mundo de los negocios. “El presidente primero lanza una fanfarronada, luego intimida y provoca una crisis, para forzar a la otra parte a ceder y llegar a un acuerdo que será, por mínimas que sean las concesiones, ‘el mejor del mundo”, explica Mark Cancian, del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, con sede en Washington. “Ese método de fanfarronada e intimidación es muy diferente as los métodos tradicionales de la diplomacia”, añade. Así presentó, por ejemplo, su renegociación del NAFTA, el acuerdo comercial con México y Canadá: las pequeñas realizadas por los dos países ante la amenaza de una ruptura convirtieron un acuerdo “horrible” en “el mejor de la historia”, que justifica la tensión que lo precedió y el deterioro de la confianza entre los socios.

A ese patrón parece obedecer su estrategia con Irán: el presidente siempre confió en que llevando la situación al límite lograría atraer a Irán a la mesa negociadora. Pero en este complicadísimo frente, puede haber ido demasiado lejos. El líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, declaró el pasado martes que su país “no busca una guerra” con Estados Unidos. En medio del redoble de tambores por su refuerzo militar en el golfo Pérsico, Trump hizo saber dos días después que él tampoco quiere que la lección que pretende dar a la República Islámica llegue tan lejos. En su habitual estilo, el inquilino de la Casa Blanca ha pasado su número a los dirigentes iraníes y se proclama seguro de que Teherán “estará dispuesto a hablar pronto”. Todo indica que su teléfono no va a sonar.

Los apoyos internacionales del presidente norteamericano son escasos. Con la relación transatlántica cada vez más maltrecha tras dos años de desplantes de Trump, sus aliados europeos no dan signos de querer acompañar a Estados Unidos en una escalada bélica basada en una inteligencia poco transparente, que inevitablemente evoca a las circunstancias que rodearon la invasión de Irak de 2003. No obstante, la preocupación que han causado los ataques esta semana contra cuatro petroleros en aguas de Emiratos Árabes e instalaciones de bombeo de crudo en Arabia Saudí, han llevado a rey saudí a convocar una reunión de urgencia de los líderes árabes el próximo día 30 en La Meca.

El mundo pide calma. Y, a 18 meses de las elecciones presidenciales en EE UU, lo último que le conviene a Trump es enfangarse en un endiablado conflicto con Irán que le distraiga de su mensaje de “América primero”. Así que la Casa Blanca trata de echar el freno. Según oficiales anónimos citados por The Washington Post, el Gobierno estadounidense contempla un plazo de seis meses para que las sanciones obliguen al régimen iraní a buscar un acuerdo o enfrentarse a una revuelta en las calles. El presidente aseguró el miércoles por Twitter que confía en que “Irán va a querer hablar pronto”.

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La diplomacia busca la manera de abrir vías de diálogo, pero todas esas rutas secundarias parecen estar cortadas a un Gobierno estadounidense cada vez más aislado en el mundo. “No, no hay posibilidad de negociaciones. No sé por qué el presidente Trump se muestra tan confiado, pero está completamente equivocado”, respondía el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, al ser preguntado al respecto.

Tal ha sido el objetivo declarado de Trump desde que el año pasado sacara a Estados Unidos del acuerdo nuclear de 2015, por el que Irán aceptó limitar su programa atómico a cambio del levantamiento de las sanciones que castigaban su economía. El presidente norteamericano estimó que el pacto era insuficiente para impedir que Teherán desarrollara armas nucleares y no frenaba ni su programa de misiles balísticos, ni su interferencia en los países vecinos. De ahí que, con el objetivo de forzar a Irán a renegociarlo, Washington intente impedirle exportar su petróleo y haya fomentado un clima prebélico.

“Ni Jamenei ni [el presidente Hasan] Rohani van a telefonear directamente a Trump”, afirma Luciano Zaccara, profesor de la Universidad de Qatar, con larga experiencia en Irán. “El líder ha dicho muy claro esta semana no a la guerra y a las negociaciones. Irán siempre ha subrayado que no va a sentarse a hablar bajo presión y nunca lo ha hecho. Después de que se filtrara que Trump había dicho a sus asesores que no quería llegar a un conflicto armado, hay quien considera que si cesa a [su consejero de Seguridad Nacional John] Bolton y Estados Unidos cambia de actitud, Jamenei podría dar el visto bueno para rebajar el tono; es una visión optimista que no me convence”, resume en conversación telefónica.

En efecto, el líder supremo, que tiene la última palabra en los temas de seguridad nacional, se ha manifestado tajante: “Negociar con Estados Unidos es veneno, y con la actual Administración, doble veneno”. Sin embargo, su elección de términos remite a otra situación que también parecía irresoluble. Irán aceptó poner fin a la guerra con Irak en 1988 después de que un misil norteamericano derribara un avión comercial iraní con 290 personas a bordo. El ayatolá Ruhola Jomeini, fundador de la República Islámica y predecesor de Jamenei, dijo que era una decisión “más mortal que ingerir veneno”; aun así, optó por encomendarse a Dios y “beberlo para su satisfacción”.

Desde el entorno de Jamenei, se ha tachado de “guerra psicológica” que EE UU haya enviado al golfo Pérsico un portaaviones, bombarderos B-52 y misiles Patriot. No obstante, la presión económica está teniendo efecto. El presidente Rohani ha llegado a comparar la situación actual a aquel conflicto con Irak. “Al menos entonces no teníamos un problema con nuestros bancos, las ventas de petróleo o las importaciones y exportaciones, y sólo había sanciones sobre la compra de armas”, dijo recientemente.

La reimposición de sanciones no sólo ha golpeado gravemente su economía (espantando a los inversores extranjeros, depreciando la moneda y disparando la inflación), sino que ha dado alas a los sectores más intransigentes del régimen que nunca vieron con buenos ojos el acuerdo nuclear. Pero incluso los moderados recelan de las intenciones del presidente norteamericano.

"Nadie en Irán está dispuesto a negociar con Trump, ya que no hay ninguna confianza en él. ¿Cómo podemos negociar con un Gobierno que anuncia oficialmente que su objetivo es el cambio del sistema iraní?", explicaba Kamal Kharrazi, asesor de Jamenei que fue ministro de Exteriores con el reformista Mohamed Jatamí.

De momento, no hay señales de que Teherán busque volver a negociar. Los dirigentes parecen interpretar que Estados Unidos ya ha jugado todas sus cartas y que ahora es su turno de presionar con la reanudación escalonada de las actividades nucleares, tal como ha anunciado Rohani. Todo ello sin dejar de prepararse para una eventual agresión exterior, tal como alardea la Guardia Revolucionaria.

En EE UU, la situación alimenta el temor a una guerra que el comandante en jefe del país nunca quiso. En su reunión del jueves en la Casa Blanca, el ministro de Defensa en funciones, Patrick Shahanan, y su equipo presentaron al presidente una serie de opciones militares para un conflicto que se antoja muy diferente a la guerra de Irak. Un país mucho más grande y poblado, sin unas fuerzas armadas muy poderosas pero con numerosas milicias repartidas por la región que podrían plantear una imprevisible guerra de guerrillas.

El mensaje de Trump al Pentágono entraña un aviso a los dos halcones, Mike Pompeo y John Bolton, secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional, a quienes responsabiliza de haberle arrastrado a dos encrucijadas, en Irán y en Venezuela, hasta la fecha estériles y de pronóstico poco claro. El presidente aseguró en Twitter que “no hay peleas internas”, sino que “se expresan diferentes opiniones” y después él mismo toma “la concluyente decisión final”. Las tensiones de Pompeo y Bolton con el Pentágono resultan evidentes, y ahora también existirían fisuras, según publicaba Politico el viernes, entre los dos halcones. El objetivo de Pompeo sería apretar a Irán hacia la negociación, mientras que Bolton es profundamente escéptico sobre el valor y la posibilidad de un diálogo.

La reimposición de sanciones no sólo ha golpeado gravemente la economía iraní (espantando a los inversores extranjeros, depreciando la moneda y disparando la inflación), sino que ha dado alas a los sectores más intransigentes del régimen que nunca vieron con buenos ojos el acuerdo nuclear. Pero incluso los moderados recelan de las intenciones del presidente norteamericano.

"Nadie en Irán está dispuesto a negociar con Trump, ya que no hay ninguna confianza en él. ¿Cómo podemos negociar con un Gobierno que anuncia oficialmente que su objetivo es el cambio del sistema iraní?", explicaba Kamal Kharrazi, asesor de Jamenei que fue ministro de Exteriores con el reformista Mohamed Jatamí.

Los dirigentes iraníes no son los únicos que desconfían. “Si Trump realmente quiere hablar [con Irán] debería cesar a Bolton, anular su política de cero exportaciones de petróleo, dar margen de maniobra a Teherán y abrir una vía de comunicación”, sugiere Ellie Geranmayeh, especialista en Irán del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas inglesas). Entonces, ¿es posible el diálogo? “Es posible, pero en este momento no parece probable, ya que resulta muy difícil que Estados Unidos cumpla esas condiciones”, argumenta por teléfono.

Ambas partes han llegado tan lejos en su escalada verbal y de gestos que cuesta ver cómo van a salir de la situación. Geranmayeh considera “naif pensar que Irán va a sacar la bandera blanca; desde la perspectiva del liderazgo iraní, sentaría un peligroso precedente de que responde a la presión”, señala. “Sería un signo de debilidad cuando, por mucho que Rohani haya descrito una situación casi de guerra, ni siquiera se ha disparado un tiro”, concurre Zaccara.

Para Geranmayeh otro problema es el carácter de Trump. “Busca una cumbre pública al estilo de las que ha mantenido con los líderes chino y norcoreano; eso pone las cosas muy difíciles para los iraníes, ya que la política interna no permitiría a Rohani una reunión de ese tipo tras el fiasco del acuerdo nuclear”, explica la investigadora del ECFR, que recuerda que si el presidente iraní no llegó a reunirse con Obama difícilmente va a hacerlo con su controvertido sucesor. En su opinión, una cumbre con Trump no garantizaría a Rohani el levantamiento de las sanciones y el coste interno sería muy peligroso. “Su gobierno no puede arriesgarse a otro fracaso diplomático”, asegura.

Existe un amplio consenso en la necesidad de activar en las próximas semanas un canal de comunicación que permita mantener contactos discretos con resultados tangibles. A este respecto, Geranmayeh ve como una oportunidad perdida por ambas partes la visita que Zarif hizo a la ONU en abril, antes de la escalada, y en la que ofreció a EE. UU. un intercambio de los ciudadanos de cada país presos en el otro. “Se necesita una plataforma que permita abordar cuestiones concretas distintas de la nuclear. Hoy por hoy, parece muy difícil que las dos partes puedan reunirse sobre el asunto nuclear porque las posiciones están demasiado enfrentadas”, resume.

En cuanto qué países puede ayudar a establecer ese canal discreto de comunicación, que Omán ofreció en los prolegómenos del acuerdo nuclear, Irak encabeza la lista. Por un lado tiene línea directa tanto con Teherán como con Washington. Por otro, ya ha actuado como tal durante la reciente visita del secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, que sirvió para comunicar las líneas rojas de ambas partes y evitar malos entendidos.

Geranmayeh defiende que también algunos países clave en Europa, “aquellos con más huella en Oriente Próximo como Francia y el Reino Unido, incluso Alemania, que estuvo con ellos en el inicio de las negociaciones nucleares, podrían utilizar sus canales de comunicación al más alto nivel para establecer un mecanismo que disminuyera la tensión”. Sugiere que, por ejemplo, podrían utilizar sus fuerzas navales en el golfo Pérsico y aledaños para prevenir errores.

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