Donald Trump: política exterior, mirada interior
Los frentes internacionales del presidente de EE UU apelan a sectores específicos de votantes que pueden ser determinantes para su reelección el año que viene
Aliados y enemigos tradicionales de Estados Unidos asisten igualmente atónitos a una escalada en los frentes internacionales de la Administración Trump, sin comprender bien el hilo conductor de la narrativa. No están solos. Un reciente estudio del Center for American Progress, una organización de investigación política, concluye que los votantes estadounidenses, de uno y otro partido, comparten la perplejidad ante la agenda exterior del 45º presidente. “La investigación cualitativa revela importantes lagunas en la comprensión básica entre los votantes de los objetivos en política exterior de Estados Unidos y una generalizada confusión sobre lo que la nación intenta conseguir en el mundo”, dicen los autores.
Pero el propio estudio proporciona también algunas pistas. “Grandes porcentajes de votantes quieren que el Gobierno se concentre en ‘nuestros propios problemas”, concluye. “Quieren que Estados Unidos se ocupe de sus propias necesidades económicas y de seguridad antes de abordar problemas globales que no puede controlar”.
Trump supo escuchar ese deseo de repliegue que se instalaba en los votantes tras la Gran Recesión. El presidente prometió poner fin al “ciclo destructivo de intervención y caos” y no lanzarse a “derribar regímenes de los que no sabemos nada”. Pero dos años y medio después, su Administración maniobra indisimuladamente para acabar con tres regímenes, en Venezuela, en Cuba y en Irán, al tiempo que se enfanga en una inquietante guerra comercial con China.
A primera vista parecería un alejamiento, inexplicable a 18 meses de las elecciones, de su mensaje ganador del America First. Pero ese foco en la política doméstica que reclaman los votantes sigue existiendo, si acaso matizado por el desgaste de dos años y medio en el poder: de “América primero”, a “Trump y el partido primero”.
“Su discurso, que no se caracteriza por la firmeza en los principios, tuvo dos ideas claras desde la campaña. Una, que los aliados tradicionales se han aprovechado de Estados Unidos. Y dos, que el país necesita más empleos en el sector industrial y que debe proteger sus fábricas. La primera entronca con su rechazo al multilateralismo y a la OTAN, y la segunda explica la guerra comercial con China”, sostiene Mark Cancian, consejero del programa de seguridad internacional del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos, con sede en Washington.
La firmeza con China apela al rust belt, el "cinturón de óxido" que llenó de industria pesada una franja del noreste del país, desde la costa atlántica hasta Wisconsin oriental. El voto de esos trabajadores, dejados atrás por la globalización, fue clave en la victoria de Trump en 2016 y lo será para sus opciones de reelección en 2020. Su retórica de proteger los empleos industriales sedujo al desencantado rust belt. Ahora, entre golpes como la reciente decisión de General Motors de cerrar su gran fábrica en Lordstown (Ohio), crece la presión sobre Trump para cumplir sus promesas.
Este viernes, al defender su última ronda de aranceles a Pekín, el presidente parecía tener en mente su campaña política para 2020. “La razón de la retirada de China y el intento de renegociación el acuerdo comercial es su sincera esperanza de que podrán renegociar con Joe Biden o alguno de los muy débiles demócratas”, tuiteó Trump, en referencia a sus posibles rivales el año que viene. No es solo Estados Unidos contra China: es Trump contra el exvicepresidente y ahora aspirante a candidato demócrata, a quien llamó en otro tuit algo así como “asqueroso y adormilado Joe”.
Su reciente ofensiva en Venezuela y en Cuba, con sanciones, maniobras diplomáticas y un endurecimiento del embargo (en el caso cubano), también permite una lectura electoralista. “Hay un cálculo claro de que esto ayudará a galvanizar a sus bases en Florida”, explica Ric Herrero, director ejecutivo del Grupo de Estudios de Cuba en Washington. “Son votantes que podrían estar alienados por la retahíla de escándalos en la Casa Blanca, y la presión a Cuba y Venezuela ayuda a mantenerlos activados. La idea es que la actuación en los dos países ofrece un tres por uno: las sanciones acabarían con Maduro, dañarían al régimen cubano y procurarían ganancias electorales en Florida. La principal preocupación de Trump es su reelección: que los votos que obtuvo en 2016 sigan en 2020. Y sus asesores le vendieron esta campaña como un retorno político seguro”.
"En Florida, cada voto cuenta"
Hay alrededor de un millón de exiliados cubanos y 250.000 venezolanos en Florida. Y se trata de un Estado clave para la reelección de Trump. En las elecciones del pasado noviembre, el gobernador republicano ganó por 32.000 votos y el senador Rick Scott, por apenas 10.000, después de varios recuentos. “En Florida, cada voto cuenta”, advierte Herrero.
Respecto a la escalada casi bélica con Irán, hay quien ha querido ver una estrategia de desviar la atención de los problemas internos. Pero Cancian no cree que sea el caso: “Trump tiene controversias en casa desde el primer día”, recuerda. Sí coincide con otros analistas en que el apoyo incondicional al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que afianza el respaldo a Trump del electorado más conservador, “sí ha podido ser un factor”. “Los republicanos nunca apoyaron el acuerdo con Irán y están contentos con la postura dura de la Administración Trump”, señala Cancian.
Todos los presidentes han tenido periodos en que los problemas de política internacional se han intensificado, desviando la atención y los recursos de la agenda doméstica, que suele ser la determinante para la reelección. En el caso de Trump, las crisis suceden a 18 meses de las presidenciales, y ambas agendas están muy relacionadas.
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