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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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El contraveneno (Corferias, Bogotá)

Es claro que en los lugares de la cultura no ha sido bien recibido un Gobierno empeñado en sabotear un acuerdo de paz

Ricardo Silva Romero

Quien se haya dedicado a verlo todo con cuidado, quien haya ido del plano general al primer plano, y además se haya acercado a escuchar qué estaba pasando en aquellos salones, seguro cayó en la cuenta de que en la gigantesca Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2019 se llevó a cabo una reivindicación de los acuerdos de paz con las FARC. A la ultraderecha criolla, que esperaba que el regreso del uribismo al poder fuera también una venganza y un sometimiento de los progresismos, no le caerá en gracia la idea de un país enorme dentro del país que –como si hubiera descubierto una vocación– no cree en pacificaciones atroces, sino en acabar con la guerra palabra por palabra. La ultraderecha criolla, que es menos grande de lo que se cree, pero manda, reducirá el asunto a “embeleco” o “engaño” de la izquierda. Pero esta feria fue sobre esa paz.

Ha habido señales desde el comienzo del año: siempre las hay. El domingo 3 de febrero en el Hay Festival de Cartagena, en una presentación de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie ante la comunidad afrodescendiente del barrio Nelson Mandela, la ministra de Cultura fue abucheada desde que pronunció las palabras “el presidente Duque…”. El miércoles 6 de marzo, en la inauguración del Festival de Cine de Cartagena, la vicepresidenta de la República fue silbada –bajo la mirada vigilante e inédita de la policía– desde que la presentadora del evento pidió un aplauso para ella. Es claro que en los lugares de la cultura –a fin de cuentas los lugares en donde se ha estado narrando la guerra, como lanzando un contraveneno, mientras por fin llega la justicia– no ha sido bien recibido un Gobierno empeñado en sabotear un acuerdo de paz.

Desde el uribismo obstinado podría pensarse, con el deseo, que se trata del desvarío de un gremio ínfimo e intrascendente: “Los mamertos de la cultura”. Pero el sábado 27 de abril el exnegociador de paz Humberto de la Calle fue recibido por el imponente auditorio de la Feria, en la presentación de su recuento Revelaciones al final de una guerra, como la estrella de rock que lideró el acuerdo: el hombre que tendría que ser el presidente. Y el miércoles 1º de mayo el expresidente Juan Manuel Santos no solo no fue abucheado ni entorpecido en el lanzamiento de su libro La batalla por la paz, que narra el proceso con las FARC, sino que fue ovacionado desde el principio hasta el final por un público agradecido que rompió los récords de asistencia que habían roto las apariciones inverosímiles de los youtubers.

Esta Feria del Libro fue sobre esa paz: en los 3.000 metros cuadrados del pabellón de honor de Corferias, el gigantesco centro de eventos en el occidente de Bogotá, se celebró como “país invitado” a la Colombia que está cumpliendo dos siglos –doscientos años de tratados de paz traicionados– con una cuestionadora exposición llena de objetos, de sonidos de ultratumba, de imágenes recobradas e inesperadas que recrean esta cultura despojada por las guerras.

Yo, de ser un consejero del Gobierno, dejaría de menospreciar a ese país que se desacostumbró al conflicto armado, a ese mundo de la cultura que se ha valido de los lenguajes del arte para resistir la violencia colombiana, a ese progresismo que ha vivido en mora de comunicarse con esa parte de la ciudadanía que sigue sintiéndose amenazada por la palabra “izquierda”, pero que no deja de ser un síntoma de una sociedad harta de los políticos que creen que gobernar no es una forma de la solidaridad, sino de la caridad. Yo, de ser un consejero del Gobierno, propondría respetar a la oposición; sugeriría aprovechar los tres años que quedan en algo diferente a negar que hemos engendrado un Estado hostil; hablaría de dejar en paz la paz.

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