La ultraderecha se consolida en las urnas en Estonia
Los populistas del EKRE aumentan de siete a 19 diputados, según los datos finales, que serán revisados el lunes, quedando como tercera fuerza del país. Reforma, de centro derecha, vence los comicios
El auge del populismo de ultraderecha ha tocado también a Estonia. El pequeño país báltico, de 1,3 millones de habitantes, ha celebrado este domingo elecciones parlamentarias en un ambiente de lo más aburrido: sin pósters electorales, sin colas en los colegios, en definitiva, sin movimiento. Pero esa relativa calma inicial se ha empezado a romper conforme avanzaba la noche. Según los resultados finales, que serán revisados el lunes, los populistas del Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE) escalan hasta ocupar el tercer puesto con 19 diputados en el Riigikogu (Parlamento), de 101 escaños. Reforma, el principal partido de la oposición, obtiene 34 sitios y Centro, del actual primer ministro, Jüri Ratas, 26. La participación total ha sido del 63,1%, según la Oficina Electoral.
Pese a que ninguna formación obtiene la mayoría absoluta, “los dos grandes partidos ya han dicho que no negociarán con el EKRE para formar un Gobierno”, asegura Mart Nutt, diputado de Pro Patria (conservador), partido en el Ejecutivo de coalición de Ratas junto a Centro y Socialdemócratas, que se desploman desde los 15 hasta los 10 escaños. Muchos sostienen ya que lo más razonable en este escenario sería una Gran Coalición a la alemana de los dos grandes partidos, ambos socios en la UE bajo el paraguas liberal de ALDE. "Sería una coalición estable. Si hay una coalición de pequeños partidos, será muy difícil de manejar", sostiene Georgi Beltadze, del diario decano estonio y de tirada en los bálticos Postimees. Pero pese a esa apariencia de autocontrol, todas las miradas están puestas en el auge del EKRE, el partido que más crece.
A mediodía y el sol asomaba en Paldiski, una ciudad de 4.000 habitantes a orillas del Báltico de mayoría rusoparlante, elevando los termómetros por encima de los 0 grados centígrados. Incluso cuatro o cinco ancianos caminaban por la orilla de la playa, en la que aún hay nieve. Toomas Toom, un carpintero de 49 años ataviado con un gorro de lana tradicional, está a punto de depositar la papeleta. Es uno de los que apoya al EKRE porque dice que "Estonia va primero". Con una sonrisa prominente, aunque escasa dentadura, este nacionalista ha asumido una de las consignas del EKRE: "La Unión Europea y Bruselas son el diablo". "El diablo", repite. Ese es precisamente el motivo (un Estexit, referéndum de salida de Estonia de la UE) por el que Ahto Eesmäe, funcionario de 45 años casado y con tres hijos, no les ha votado hoy en Keilas, su pueblo natal.
Eurófobo, homófobo y xenófobo, el EKRE, liderado por Mart y Martin Helme, padre e hijo respectivamente, defiende la “supremacía” de la soberanía de los pueblos de Estonia “sobre las instituciones supranacionales”, según su manifiesto. Y si fuera necesario, continúa, someterán a un referéndum la pertenencia de Estonia a la UE. “El auge de partidos populistas, independientemente de su inclinación ideológica, supone un desafío para las democracias liberales. Introducen una tensión en el juego político que genera incertidumbre”, explica por correo electrónico Ricardo Lenoir-Grand Pons, doctorando y profesor adjunto de la Universidad Carlos III de Madrid, y experto en los países bálticos. "Son muy extremos, pero no estoy preocupada", asegura Kate N., estudiante de Enfermería de 22 años.
Los populistas, como en muchos países de la UE, están utilizando la inmigración para cosechar apoyos. “Nuestra situación demográfica no permite ninguna nueva inmigración masiva en nuestros países”, reza el manifiesto del EKRE. La realidad es que sólo 50 migrantes (principalmente de Ucrania, Egipto y Bangladés) solicitaron el asilo en Estonia el año pasado, según Eurostat. "No hay muchos migrantes ahora. Pero los habrá", vaticina la esposa de Toom, que no quiere dar su nombre. Además, los datos revelan que Estonia pierde población de una manera sostenida desde el año 2000, según Index Mundi, lo que contradice de lleno las tesis del EKRE.
Muchos acusan al EKRE de no tener ideología más allá de ir en contra de todo. “Su xenofobia y eurofobia es sólo una máscara a los problemas”, explica la candidata a primera ministra de Estonia 200, Kristina Kallas, otro partido-protesta que coincide en el dignóstico de los problemas del país con el EKRE, pero dice disentir en las soluciones. “La gente con ingresos bajos no se ha recuperado de la crisis. Y es culpa de los conservadores y socialistas el hecho de que Marine Le Pen crezca, o que el EKRE crezca”, dice una enfadadísima Kallas, que se ha quedado a las puertas del Parlamento. La tasa de desempleo es del 5,7%, según la OCDE, que proyecta un crecimiento del PIB del 3,5% para este año y de un 2,3% para 2020.
Los votantes del EKRE son, en su mayoría, hombres de mediana edad, según fuentes del Ejecutivo. No existe un bastión del EKRE como el Norte de Francia, hogar de los Le Pen, o el Este alemán (antigua RDA) para AfD, aunque sí parece claro que el voto viene de las zonas rurales con ingresos más bajos, especialmente en el sur. En el bosque que rodea Tallin, donde solo se ven pinos y alguna casa de madera tradicional del siglo XIX con el jardín completamente helado, la afluencia a los colegios electorales como el de Laulasmaa —que consisten en una sola sala con media docena de mesas— era mayor que otros años. Fuentes de la Oficina Electoral aseguran que en esta pequeña localidad, lugar de retiro de la gente adinerada —y paradójicamente lugar de veraneo de las élites del Partido Comunista en la época soviética durante los 60—, los vecinos se han "movilizado" porque temen el auge del EKRE. "Hay un sector de la gente que empieza a estar inquieta", sostiene el funcionario tras devorar un kama, el postre nacional hecho a base de polvos de cereales bañados con yogur y coronado con frutas del bosque.
A pesar de ser el día señalado para acudir a las urnas físicas —Estonia estableció en 2005 el i-voting—, la sensación en Tallin, la capital, es de completa calma. No hay ni pancartas, ni pósters electorales que cuelguen de las farolas. Lo único que mueve el intenso y gélido viento del mar Báltico son las omnipresentes banderas a rayas azules, negras y blancas —representan el cielo, el bosque y la nieve— del país que hace 100 años se independizó de Rusia. Quizás influye el hecho de que casi un tercio del censo ya haya depositado su voto por internet.
La relación con Rusia
El EKRE podría tomarse como un “negocio familiar”, explican fuentes del Ejecutivo. Está liderado por Mart Helme, antiguo embajador de Estonia en Moscú entre 1995 y 1999, y por su inseparable hijo Martin, de 42 años.
Ambos lideran una formación que año tras año cuenta con más apoyos. Cada vez son más los asistentes a la noche de las antorchas, una manifestación nocturna ultranacionalista que marcha por las calles del centro histórico de Tallin.
Quizás por la relación diplomática de Helme padre con Moscú, algunos críticos, como el diputado de Reforma Lalle Palling, aseguran que el EKRE es cercano al Kremlin. Otros, opinan que el ultranacionalismo que profesan es tan profundo, que necesariamente son anti-Rusia.
Pero lo que fuentes del Gobierno, y militares, aseguran es que cualquier movimiento que desestabilice a la UE —como la subida del EKRE y su consiguiente influencia en la vida pública estonia—, beneficia a los intereses del presidente ruso, Vladímir Putin.
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