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ESTAR SIN ESTAR
Columna
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Lo sabe el mar

Javier Colina y Pepe Rivero se entregan a la recreación intacta de un tiempo que me permite evocar un amor que en realidad no he vivido

Fui invitado como callado testigo a una inesperada epifanía: Javier Colina al contrabajo y Pepe Rivero al piano, juntos en un estudio de acústica perfecta, sin mapa previo, pero con la secreta coreografía de un ánimo compartido que marca la ruta. Se juntaron para cuajar un disco de una sola sentada, lo que dura la mitad de un día en perfecta conversación musical de sus instrumentos. Ahora consta que dos voces pueden zurcir en el aire y el diálogo impalpable de su perfecta armonía; cuatro cuerdas de un contrabajo que se multiplican en todas las cuerdas posibles de un piano, por milagro de los virtuosos que se entienden con la mirada y convierten el pentagrama en paisaje. Ahora me consta que Javier Colina y Pepe Rivero son capaces de hilar en las nubes el secreto idioma de las olas, entre ambos se reúne el mar de la dulce melancolía y melodía feliz que a veces canta la amargura y a menudo, transpira pura alegría. Ahora me consta que se juntan sin ensayar y cuajan una obra maestra en casi una docena de canciones que llevan en la memoria ya impregnada de imaginación.

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Cierro los ojos y miro siempre Tu sonrisa, en esa partitura de encajes viejos que parecen la repostería con la que alguien confeccionó El pañuelo de Pepa, ese pedazo de tela inmaculada donde se guarda los Ayes del Alma como lágrimas de un aerostato geográfico para alcanzar Las alturas de Simpson y bajar al inframundo de una Invitación con 3 golpes de síncopa. Rivero sabe danzar sobre las teclas del piano como quien advierte que Me matas con las mismas Tres palabras que alguien murmuró en la madrugada, en la terraza de un palacio blanco que mira hacia el mar en una noche de luna llena donde Los muñecos bailan como autómatas en un vals soñado en el salón donde así pocos instantes la Big Band de Colina y Rivero, la orquesta de dos genios a cuatro manos que se crece desde el contrabajo y el piano de cola, interpretaron Night and Day como nunca la había imaginado, salvo en la lejana sombra de Fred Astaire volando a través de los espejos del tiempo y en un rincón cercano al guardarropa te hace guiños La quejosita, la coqueta fantasma señorita decimonónica que fue cortejada por los compositores en sepia que conforman el lánguido repertorio de este pañuelo seco donde se congeló hace ya tanto tiempo una sola lágrima… al agitarse entre la neblina de una vieja estación de trenes como una despedida.

Consta que dos virtuosos se entregan a la recreación intacta de un tiempo que me permite evocar un amor que en realidad no he vivido, Aquí está el recuerdo de un beso que creo no haber dado y el rostro perfecto de una mujer que no he conocido… y sin embargo, la imagino en cada arpegio del piano y en la cintura del contrabajo que se acaricia por la yema del arco. Música que evoca una nostalgia aún por vivirse, porque el tiempo es no más que va y viene del exacto instante que ha de convertirse en siglo… y eso lo sabe bien el mar.

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