El ataque de los machos blancos
La tensión de género, raza y clase marcó las elecciones en Brasil
La presentadora Fernanda Lima fue linchada en las redes sociales por terminar la edición de su programa Amor & Sexo del 6 de noviembre, en la televisión Globo, con el discurso abajo. Es mejor leerlo coma por coma, porque la cantidad de personas que lo comentan, juzgan y condenan sin ni siquiera leerlo se ha multiplicado más que las cucarachas. Y, a veces, con el cerebro de una. Fernanda dijo:
“Llaman loca a la mujer que desafía las reglas y no se conforma. Llaman loca a la mujer llena de erotismo, de vida y deseo. Llaman loca a la mujer que resiste y no desiste. Llaman loca a la mujer que dice sí y a la mujer que dice no. No importa lo que hagamos, nos llaman locas. Ya que nos llevamos la fama, vamos a echarnos en la cama. Vamos a sabotear los engranajes de este sistema de opresión. Vamos a sabotear los engranajes de este sistema homofóbico, racista, patriarcal, machista y misógino. Vamos a echar a la hoguera las camisas de fuerza de la sumisión, la tiranía y la represión. Vamos a libertarnos a todas nosotras y a todos ustedes. Nuestra lucha está solo empezando. Prepárense porque esta revolución no tiene vuelta atrás. ¿Vamos a sabotear todo esto?”
El programa había sido grabado en julio, como ella afirmó en las redes sociales, pero inmediatamente una horda de seguidores de Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL), interpretó el discurso de la presentadora como un manifiesto contra la elección de su “mito”. ¿Cómo es posible? Es bastante posible, e incluso previsible. Si la presentadora está convocando a las mujeres a luchar contra la homofobia, el racismo, el patriarcado, el machismo y la misoginia (odio a las mujeres), y los electores de Bolsonaro se ofenden y responden a lo que consideran un ataque personal a su líder, es porque entienden que el presidente electo defiende y proclama la homofobia, el racismo, el patriarcado, el machismo y la misoginia. Lo entienden muy bien.
Si Fernanda Lima invoca al público a combatir la sumisión, la tiranía y la represión, y los electores de Bolsonaro se ofenden, es porque entienden que Bolsonaro —y también ellos— defienden la sumisión (de las mujeres, de la comunidad LGBTQIA y de los negros), la tiranía y la represión. Ninguna novedad. Los que denuncian el proyecto autoritario de Bolsonaro ya lo sabían. A diferencia de parte del electorado del diputado profesional, quien se opuso a él creyó en la violencia que Bolsonaro propagó públicamente durante casi 30 años. Creyó en lo que dijo. Exactamente por creérselo, millones de personas lucharon contra su candidatura. Por cierto, esta es otra característica de estas elecciones: una parte de los electores decía que no creía que su candidato haría lo que decía que haría, y por eso le votaron. ¿Es difícil de entender? Sí.
Lo que tal vez todavía pudiera sorprender es que una horda de personas linchara verbalmente a alguien por defender valores fundamentales de la civilización, que ya parecían consolidados, como la lucha contra el racismo, el machismo, la homofobia y la tiranía. Pero hemos llegado a este nivel. Y seguramente seguiremos bajando mucho más. Ni siquiera estamos cerca del fondo del pozo sin fondo.
1) Cuando los “deslices” molestan
Uno de los más rabiosos con la lucha de Fernanda Lima contra el machismo respondió con la elegancia y el respeto que caracterizan a una parte de los seguidores de Bolsonaro, hechos a imagen y semejanza del “mito”. Así, el cantante Eduardo Costa se reveló al decir: “¡Más de 60 (sic) millones de brasileños y brasileñas votaron a Bolsonaro y ahora esta imbécil viene con este discurso izquierdista! Puede estar segura de una cosa, el choriceo se va a acabar, la cuerda siempre peta por el lado más débil, y el lado más débil hoy es el suyo. ¿Es que esta señora solo hace programas para fumetas, maleantes, izquierdistas derrotados y esos proyectos de artista como ella?”.
Que ser de izquierda signifique también combatir la tiranía, el machismo, el racismo, la homofobia y la misoginia, de acuerdo. Es bastante honroso. Pero dudo que una parte de la derecha no comparta estos mismos valores humanitarios básicos. Hay una derecha que sospecho que podría ofenderse por haberla apartado de estos valores. ¿Pero dónde está? Muda como una monja que ha hecho voto de silencio.
Los que no hacen voto de silencio son los pastores de ciertas iglesias evangélicas; aunque no todas, definitivamente no todas. Conocedor de sus fieles, el diputado Marco Feliciano se manifestó en la prensa góspel con la seguridad de que su público solo leería lo que él dijera, no lo que Fernanda efectivamente dijo. Y su público nunca lo decepciona. Entonces mintió: “En una de sus últimas presentaciones, (Fernanda Lima) vociferó críticas feroces y mentirosas al presidente electo Jair Bolsonaro. Su discurso denotaba un odio evidente y una falta de respeto hacia la mayoría del pueblo brasileño, entre los cuales hay muchos de sus espectadores, con un lenguaje de revolucionario clandestino, como si estuviera hablando desde alguna caverna de Afganistán”.
Lean de nuevo lo que dijo Fernanda Lima. ¿Cómo puede haber ofendido a Jair Bolsonaro? ¿Cómo pueden compararse las dependencias de la cadena Globo (!!!) con una caverna en Afganistán? Para que podamos dialogar, hay que mantener una afinidad mínima con los hechos. Aunque se sepa que Bolsonaro defiende el racismo, la homofobia, el machismo, la misoginia y la tiranía, tener ideas diferentes no es ofender, solo discrepar. En este caso, solo cumplir la ley, ya que el racismo, por ejemplo, es un crimen. Sin contar que a Bolsonaro jamás se le mencionó en el programa, grabado mucho antes de la primera vuelta de las elecciones.
Pero el discurso de Feliciano, un pastor que ya ha sido acusado de intento de violación y que ha afirmado que los negros descienden de un “ancestral maldito por Noé”, no sorprende a nadie. Lo que sorprende es que “denuncie” que alguien está en contra de la opresión de las mujeres y el racismo. ¿Su doctrina evangélica está a favor? Feliciano puede ser lo que es y responder por lo que dice y hace ante la justicia, pero no puede tratar su comportamiento como si fuera la manera correcta de actuar en una sociedad. Esta es la locura del momento: tratar comportamientos antiéticos e inmorales, algunos de ellos previstos en el Código Penal como crimen, como si fueran la forma correcta de actuar, o como si la elección de Bolsonaro hubiera bastado para rasgar la Constitución y defecar en el Código Penal.
Días después del ataque a Fernanda Lima, dos manifestaciones de hombres blancos y viejos aclararon un poco más el actual panorama brasileño. (Para dejarlo explícito desde este momento, quien me lee sabe que defiendo de manera contundente la vejez y critico expresiones como “tercera edad”.) Los dos hombres blancos y viejos tienen voces que pueden reverberar lejos, uno de ellos también tiene micrófono y concesión de televisión. Pero ambos tienen trayectorias bastante diferentes. Sin embargo, en este momento de tantas viejas novedades, se aproximan en el pensamiento.
Silvio Santos no es “gracioso” o “polémico”. Es un acosador, y también racista
El primero es Silvio Santos. En directo, por televisión, el presentador y dueño de la cadena SBT, al recibir a la cantante Claudia Leitte, afirmó que no la abrazaría. “Esto de dar abrazos me excita y no me gusta estar excitado”, dijo el presentador. Sorprendida por la falta de respeto, Claudia respondió: “En el buen sentido de la palabra, ¿no? De alegría, euforia, excitación”. Silvio, obviamente, perdió la oportunidad de redimirse en público: “No, no, no es euforia. Es excitación de verdad”. Y la cámara enfocó las piernas de la cantante, para dejar claro a los millones que veían el programa lo que dejaba a su jefe tan excitado sexualmente.
Silvio Santos es conocido al menos por dos características: hacerles la pelota a todos los gobiernos, dictatoriales o no, de manera vergonzosa, y creer que acosar y ofender a las mujeres es un derecho adquirido y lo “políticamente correcto” no se lo puede quitar. A propósito, esta expresión es la más odiada por personas como él, ya que creen que es injusto tener que frenar sus instintos en nombre de la convivencia y el respeto al prójimo. En julio, el dueño de SBT hizo el siguiente comentario con relación a Fernanda Lima: “Con esas piernas tan finas y esa cara de gripe, no tendría ni amor ni sexo”.
En una entrevista en la cadena Bandeirantes, Fernanda respondió: “Silvio, ¿por qué no te callas?”. Él dijo que no se callaría. Entonces, Fernanda utilizó sus redes sociales: “El cuerpo de la mujer no es un territorio público donde se puede meter la mano, evaluar, invadir, utilizar, agredir. Sigamos firmes y juntas construyendo un gran abrigo de protección para todas las mujeres contra cualquier violencia machista”. El choque entre la presentadora de Amor & Sexo y los machos alfa de la televisión no es nuevo, como puede verse. Que una mujer hable de sexo y amor a millones de telespectadores parece que afecta a las masculinidades inseguras.
En el programa Teleton, en 2017, tras la actuación de un grupo de bailarinas XXL, Silvio llamó a una de las chicas para entrevistarla. Salió con esto: “Eres muy graciosa. Aunque seas la única negra entre las blancas, eres bonita. ¡Bonita de verdad!”. Es probable que crea que reconocer la belleza de una negra, incluso con tantas blancas a su alrededor, sea un elogio, lo que ya es bastante impresionante. Pero él es especialista en empeorar las cosas todavía más: “Quien se case contigo tendrá dos placeres: uno a la hora de darle alegría al nene y el otro cuando sales de encima”.
Silvio Santos ya debería haber respondido por todas las veces que ha violado la ley en directo, ante millones de espectadores, en horario de máxima audiencia, desde hace mucho. Pero crece el número de personas que solo lo encuentran “gracioso”. Y de las que creen que todo esto solo es “normal”. Esta gente que normaliza lo que jamás podría considerarse normal no se da cuenta de que estos ejemplos —y su impunidad— repercuten en los actos cotidianos y se arraigan en las relaciones sociales, estimulando crímenes también contra el cuerpo. O sí que se dan cuenta. Y por eso lo apoyan.
Carlos Vereza se ofende con el cuerpo expuesto de “mujeres feas”
La manifestación más sorprendente vino del actor Carlos Vereza. Durante la dictadura civil y militar (1964-1985), era visto como uno de los artistas más activos y comprometidos contra la opresión. También se le considera uno de los más brillantes actores de su generación. Elector de Bolsonaro, hizo la siguiente afirmación, en una entrevista al periódico Folha de S. Paulo: “Una cosa que no entiendo es por qué, en cualquier protesta, tienen que desnudarse. Son cuerpos muy feos. (...) Son mujeres feas, con pelos bajo el brazo, con barriga. Las protestas tienen que hacerse con vaqueros y una camiseta Lacoste. Y no desnudos”.
Claro que Vereza es mucho más sofisticado al diseminar sus agresiones. Pero la declaración es bastante violenta. Para él, solo mujeres con determinado estándar de belleza tienen derecho a mostrar su cuerpo en público. A la vez, reverbera una mentira ampliamente difundida por WhatsApp. La última gran manifestación organizada por mujeres fue el movimiento #EleNão (Él No), el pasado 29 de septiembre, contra el autoritarismo que representaba la candidatura de Bolsonaro. Nadie se desnudó en aquella protesta. Pero, en WhatsApp, partidarios de Bolsonaro difundieron imágenes de otras protestas, algunas ni siquiera realizadas en Brasil. Como las televisiones desistieron de hacer periodismo en aquella ocasión, con una cobertura mínima de las manifestaciones, se convirtieron en “verdad”. Había incluso imágenes de mujeres rompiendo símbolos religiosos, lo cual no sucedió en el movimiento #EleNão.
Carlos Vereza no se refiere nominalmente al #EleNão, pero podemos sospechar que, como elector de Bolsonaro, pueda referirse a la mayor protesta contra su candidato en las elecciones de 2018. Aunque no se refiera a esa protesta, y aunque algunas mujeres se hubieran desnudado, ¿por qué el cuerpo femenino utilizado como expresión política sería tan ofensivo? ¿Quizás porque, para Vereza, el desnudo femenino solo es legítimo si sirve para el goce del hombre, como ha sido durante tantos siglos (y todavía lo es en muchos espacios)? ¿Quizás porque habría que pasar por una selección coordinada por Vereza para que nos diga si nuestro cuerpo es lo bastante bueno para exponerlo sin ofender su sensibilidad? ¿Por qué existe esta necesidad de atacar a las mujeres descalificando su cuerpo?
Y, entonces, llega la frase más elitista: “las protestas tienen que hacerse con vaqueros y una camiseta Lacoste”. Para quien no la conoce, Lacoste es una marca francesa, cara, y su producto más famoso son los polos. Es aquella del cocodrilo, que tanto piratean los vendedores ambulantes. Lo que Vereza está diciendo es que las protestas son para los hombres, que suelen ponerse más polos que las mujeres, para gente vestida con ropa de marca, brasileños que pueden pagarla. Las protestas, por lo tanto, no serían para los pobres, según el actor que fue un símbolo de resistencia contra el autoritarismo.
2) La polarización marcada por el género y la raza
No me parece que esta coincidencia de voces sea solo otro de los ataques que las mujeres sufren desde hace tanto tiempo. La elección de Bolsonaro, cuyas frases que desacreditan a las mujeres ya son muy conocidas, ha destapado el odio —y también el miedo— de cierto tipo de hombres, que sufren por perder sus privilegios. Incluso el privilegio de poder acosar a una mujer sin que lo repriman. Y no se ha destapado solo entre sus electores. Se ha destapado de manera general.
La dificultad de perder privilegios de género marca tanto a la derecha como a la izquierda, parte de ella también machista, misógina y homofóbica. Atraviesa varias clases sociales, y también las razas. A veces, el único “privilegio” de un hombre pobre es el de sentirse superior a la mujer y poder acosar a todas las que quiera libremente. Solo que, si eso se entiende como un privilegio, hay que empezar a entender que no es un privilegio. Es desigualdad y es violencia. Es inaceptable.
Los nuevos feminismos tienen la fuerte marca del creciente protagonismo de las mujeres negras
Este aprendizaje se ha conquistado con la lucha histórica de las feministas y, más recientemente, movimientos como #primeiroassédio (primer acoso), en Brasil, y #MeToo, en los Estados Unidos, al igual que Ni Una Menos, que se extendió por toda América Latina. Los avances recientes de las mujeres, con la emergencia de jóvenes feministas y el nacimiento de nuevos feminismos, con la fuerte marca del creciente protagonismo de las mujeres negras, señalan este momento. Ningún otro movimiento se ha mostrado tan fuerte y ha realizado tantas conquistas en los últimos años como el de las mujeres.
Bolsonaro también reacciona a eso. Jamás lo admitirá, pero él y sus seguidores temen a los “deslices”, expresión que utilizó para explicar cómo tuvo una hija mujer después de cuatro hombres. Bolsonaro es un macho destapado, que disfraza su ignorancia de “sinceridad” y “autenticidad”, que se enorgullece de poder decir cualquier barbaridad simplemente porque es hombre y es blanco. Es un macho que defiende con ferocidad su lugar en lo alto de la cadena alimentaria. El presidente electo mayoritariamente por hombres, pero también por muchas mujeres, representa a bastante gente, hasta a quien no confiesa que, en este punto, se siente secretamente vengado por él.
La ofensiva contra las mujeres no es algo colateral o secundario en las elecciones de 2018, como puede parecer. Es central. En mi opinión, la gran marca de estas elecciones es el género, la raza y la clase social. Como mostró la investigación de EL PAÍS, en la primera vuelta Bolsonaro ganó en las diez ciudades más ricas del país y Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), ganó en las diez ciudades más pobres. Como se sabe, en Brasil la mayoría de los más pobres son negros y la mayoría de los más ricos son blancos. En el sondeo de Ibope en la segunda vuelta, encargado por la cadena de televisión Globo y por el periódico O Estado de S. Paulo, Bolsonaro ganaba de mucho entre los hombres (54% a 37%) y perdía por poco entre las mujeres (41% a 44% que conseguía Haddad). El sondeo se realizó los días 26 y 27 de octubre, la víspera de las elecciones, con un margen de error de 2 puntos y un nivel de confianza del 95%.
El candidato de extrema derecha también ganaba de mucho entre los más escolarizados (el 53% frente al 35% de Haddad) y perdía de mucho entre los menos escolarizados (el 36% frente al 54%). El populista también perdía de mucho entre los que viven con hasta un salario mínimo (el 32% frente al 56% de Haddad) y ganaba de mucho entre los que cobran más de cinco salarios mínimos (el 63% frente al 29%). El candidato autoritario también ganaba de mucho entre los blancos (el 58% frente al 31% de Haddad) y perdía por poco entre los negros (el 41% frente al 47%).
Esta es la polarización que revela bastante sobre el actual momento del país y sobre el peso de las luchas identitarias en estas elecciones. No es la única variable determinante, pero, sin duda, es una de ellas. La religión, como ya había quedado claro, también es una variable fundamental. Según el mismo sondeo de Ibope, si entre los católicos hubo empate técnico de los candidatos, entre los evangélicos Bolsonaro ganó con diferencia.
Las mujeres no son un genérico: Bolsonaro perdió más entre las negras y las nordestinas
3) Las mujeres son la principal oposición a Bolsonaro
La gran oposición a Bolsonaro —y también la más visible— está representada por las mujeres. Pero hay que recordar que las mujeres no son un genérico. Bolsonaro perdió más entre las negras que entre las blancas, y más entre las nordestinas que entre las del Sur y Sudeste. La división regional, que ya había quedado clara en las elecciones de 2014, es otro indicador importante de la partición histórica de Brasil.
La mayor manifestación organizada por mujeres de la historia de Brasil fue #EleNão, que puso a centenas de miles de personas en las calles el 29 de septiembre. #EleNão también fue la mayor manifestación de las elecciones de 2018. La protesta fue contra Bolsonaro. Y empezó en una página de Facebook —Mujeres Unidas Contra Bolsonaro—, creada por Ludmilla Teixeira, una mujer nordestina de Bahía, de origen periférica y negra.
Negar la centralidad de este movimiento de mujeres en la oposición a Bolsonaro y al autoritarismo que representa, en las elecciones más complejas de la democracia brasileña, obedece a la misma lógica sexista, machista y patriarcal que el presidente electo representa. Una parte de la izquierda “culpó” rápidamente al movimiento #EleNão por el aumento de las intenciones de voto a Bolsonaro. Intelectuales inteligentes quisieron olvidar otras variables y también que la política no es un instante, sino un proceso.
Excluido el #EleNão, los brasileños que rechazaron a Bolsonaro tendrían poco que contarle al mundo, así como tampoco podrían afirmar que hicieron una oposición consistente al proyecto autoritario de poder. El #EleNão fue el principal movimiento de resistencia a Bolsonaro y, en un momento tan polarizado, consiguió unir a personas que hasta entonces ni siquiera se hablaban, mucho más allá de los partidos políticos. Probó algo transgresor en un contexto tan precario: que es posible convivir con las diferencias y luchar por lo que es común.
¿Cómo entra Fernanda Lima en esta historia? Ella, tan sudista, tan blanca, tan rubia, un modelo de belleza tan estándar que quizá lo aprobarían incluso los rigurosos criterios de selección de Carlos Vereza, el que no quiere ver “cuerpos feos” en las calles. Cuando empezó Amor & Sexo, en 2009, posiblemente muchos esperaban solo la excitación (en el sentido de Silvio Santos) de una mujer joven y guapa que hablaba de sexo con poca ropa. Fernanda demostró que se puede discutir sobre sexo con inteligencia y franqueza sin convertirse en cliché de revista “femenina” ni en una Barbie para el consumo masculino. Con una buena dirección y un buen equipo de redactores, Amor & Sexo es un programa que se fue volviendo cada vez más interesante.
Especialmente en las dos últimas temporadas, el programa ha sabido interpretar el momento político de las luchas identitarias y ha llevado el debate al plató. Pero no solo por boca de Fernanda. La presentadora blanca y heterosexual ha sabido entender su “lugar de habla”. Fernanda ha compartido el micrófono y el programa se ha convertido en un espacio para reverberar varias identidades de género y de raza. Y lo ha hecho en un momento en que otras voces, en especial la de pastores evangélicos neopentecostales y su bancada en el Congreso, negociaban poder y recursos públicos a partir de ideas como la de que solo existe un tipo de familia, la de un hombre con una mujer, o que la homosexualidad puede “curarse”, como si fuera una enfermedad.
Fernanda Lima despierta el odio de los bolsomachos porque no se ha dejado convertir en un objeto
De ser el objeto de deseo de los hombres del país, la Fernanda que no se dejó cosificar pasó a ser odiada por una parte de los machos nacionales, y nacionalistas. No solo hablaba de sexo sin ser para el goce de los hombres, sino que también repudiaba públicamente el acoso sexual. Al compartir el micrófono con otras identidades de género y raciales, la presentadora, en cierto modo, se convirtió en una traidora de su género y raza, en un país marcado por el racismo y la homofobia, que ahora también tiene un presidente declaradamente racista y homofóbico.
Fernanda Lima podría ser solo la madre de la familia que algunos consideran “perfecta”. Tiene un marido igualmente blanco, rubio y guapo, y unos gemelos igualmente blancos, rubios y guapos. Están listos para posar para las revistas del corazón, cosa que también hacen. Pero Fernanda se negó a desempeñar el que para muchos era su mejor papel, o el único, y utilizó el espacio que había conquistado para debatir otras posibilidades de existir en este mundo. Los electores de Bolsonaro la llaman “imbécil” precisamente por no ser la “imbécil” que esperaban que fuera. Si fuera “imbécil”, el cliché de la “rubia tonta”, el bolsomacho se estaría rascando la barriga de satisfacción, porque creería que todo había vuelto a su sitio.
4) De Dilma a Amélia, de Marcela a Fernanda
Fernanda es exactamente la que no se ha vuelto “bella, recatada y del hogar”, como fue descrita la mujer del presidente Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), en un perfil de la revista Veja. El alboroto que provocó la joven y rubia esposa de Michel Temer todavía tiene que estudiarse mejor. La vendieron como un personaje de propaganda de nevera de los años 60, pero muchos de sus admiradores, al hablar de ella, sonaban como personajes de una novela folletinesca patriarcal y picante. Quién es en realidad, el público no lo sabe.
El marido de Marcela traicionó a su compañera de lista, Dilma Rousseff (PT), la primera mujer presidenta de la historia de Brasil, que fue investida al lado de su hija y no de un marido. Temer, el vicepresidente conspirador, se estrenó como presidente por un impeachment, con un ministerio totalmente blanco y masculino, como si Brasil todavía estuviera en la República Vieja (1889-1930).
El desplazamiento del lugar de la mujer, de la primera presidenta, el papel de máximo protagonismo de un país, al de una primera dama clásica, la sombra tras el “gran hombre”, no es un dato cualquiera. El guion del impeachment tiene muchas caras, una de ellas es la de la expulsión de la primera mujer que asumió el poder en Brasil por la traición ética de un hombre que ocupaba un lugar subalterno y por la inmoralidad corrupta de un Congreso compuesto mayoritariamente de hombres. La tragedia culminó con la declaración del entonces diputado Jair Bolsonaro al votar a favor el impeachment: “A la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff...”.
En aquel momento, nadie afirmaría que, solo dos años después, Bolsonaro sería elegido presidente. Quizá su camino rumbo a la victoria haya empezado ahí, con la intersección de la tortura que durante la dictadura sufrió una mujer, la presidenta que con su voto ayudaba a expulsar del puesto para el que había sido elegida, y la apología a un torturador. Cuando no sucedió nada tras el discurso criminal y sádico de Bolsonaro, cuando el impeachment sin justificación consistente fue consumado, la sociedad brasileña cruzó un límite para el que ya no sabemos si hay vuelta atrás. En aquel momento, el impeachment dejó de ser un instrumento previsto en la Constitución. Bolsonaro lo convirtió en un nuevo episodio de tortura para Dilma Rousseff. Las instituciones contemporizaron con el crimen, y/o se inhibieron, demostrando que no estaban a la altura de la democracia.
Durante el proceso electoral, otra víctima de tortura fue atacada por los seguidores de Bolsonaro. De nuevo, una mujer. Y, de nuevo, no creo que el sexo y el género sean coincidencias. A Amélia Teles, el héroe de Bolsonaro primero mandó que le arrancaran la ropa. Después, le infligieron electrochoques en los pechos, la vagina, el ano, el ombligo, los oídos y dentro de la boca. En otra sala estaba su marido, también lo estaban torturando. Entraría en coma por los golpes. Cuando Amelinha ya se había orinado y vomitado, el militar mandó que trajeran a sus hijos: una niña de cinco años y un niño de cuatro. El niño no reconoció a su madre, por cómo la había desfigurado la tortura. “Solo te reconocí por la voz”, recordaría mucho más tarde. La niña preguntó: “Mamá, ¿por qué estás azul?”. Solo entonces Amelinha se dio cuenta de que los hematomas habían dejado todo su cuerpo azul.
En la segunda vuelta de la campaña electoral, a petición del equipo de Fernando Haddad (PT), Amélia y su hija grabaron unas declaraciones para el programa político en televisión, para explicar lo que vivieron. Al punto, los seguidores de Bolsonaro promovieron un linchamiento en las redes sociales: se inventaron que había descuartizado a dos militares cuando formaba parte de la resistencia a la dictadura. Crearon una ficción en que la víctima sería la torturadora y asesina. Invirtieron y subvirtieron la realidad. Y la amenazaron de muerte. A los 74, era como si Amélia fuera torturada una vez más. El poder judicial, que no hizo nada con relación a la apología al torturador, cometida por Bolsonaro, esta vez censuró la voz de Amelinha, prohibiendo el programa. La medida cautelar que la calló la dictó el magistrado Luis Felipe Salomão, del Tribunal Superior Electoral, con la justificación de que el programa promovía una “distopia simulada”.
Los torturadores reservaban “técnicas” especiales para las mujeres
Las declaraciones de las torturadas en la dictadura revelan que había un sadismo particular en el acto de infligir sufrimiento a las mujeres. Primero, muchas de ellas fueron violadas. O sea. La violencia sexual se utilizaba como tortura. Otra “técnica” habitual era meterles cucarachas y ratas en la vagina. Al relatar la tortura que sufrió durante el régimen de opresión, la periodista Miriam Leitão reveló que los torturadores pusieron una boa constrictor viva en su celda, apagaron la luz y la dejaron ahí. El presidente electo, Jair Bolsonaro, comentó en la ocasión: “¡Pobre serpiente!”.
Los electrochoques en los pechos, el ano y la vagina eran habituales. A muchas mujeres, como Crimeia Schmidt, las torturaron incluso estando embarazadas. Hermana de Amelinha, a Crimeia le dio una paliza el propio Ustra. Estaba embarazada de siete meses. Ustra la sacó de la celda por el pelo y empezó a darle bofetadas en la cara. La fue arrastrando por el corredor, sin dejar de pegarle. Se desmayó y, cuando recuperó la consciencia, ya estaba en la sala de tortura, toda orinada. Ese fue solo el primer día. En los siguientes, a Crimeia la torturó el equipo del coronel. Ustra solo entraba en la sala de tortura para darle algunas bofetadas y se iba. Este es el hombre que inspira a Bolsonaro y cuyo rostro estampaba las camisetas que sus hijos y seguidores llevaban durante la campaña electoral, sin que el poder judicial creyese que fuera un problema.
El odio a las mujeres que se atreven a salir del lugar que se les destina ha emergido con toda su fuerza en este momento, tras ser reprimido en los últimos años por lo “políticamente correcto”, que Bolsonaro y sus seguidores tanto abominan. Fernanda Lima es solo el blanco más reciente. Habrá muchas otras. Tras el episodio, una web anunció que Globo había decidido cancelar el programa Amor & Sexo cuando terminara la temporada. La razón sería la “baja audiencia”. Los seguidores de Bolsonaro rugieron de goce. Es lo que les pasa a las mujeres que se enfrentan al “mito”, vociferaban. No se ha confirmado oficialmente.
5) El silenciamiento de Marielle Franco
¿Cuándo empieza un estado de opresión? ¿Cuándo se instala la excepción? En El cuento de la criada, la excelente serie de televisión basada en un libro de Margareth Atwood, aparece un diálogo sobre esta cuestión. “Pero ¿cuándo empezó todo esto?”, pregunta el personaje. Y la respuesta: “Sucedió poco a poco y no nos dimos cuenta”.
Para quien no la ha visto, El cuento de la criada es la obra que más refleja el momento de Brasil, y de parte del mundo. Si solo han visto la primera temporada, no dejen de ver la segunda. Sumisión (Alfaguara), el tan comentado libro del francés Michel Houellebecq, es otra obra que hoy tiene mucho más sentido que ayer. Tanto en la serie como en el libro, la opresión de las mujeres es la base del régimen comandado por hombres. El poder se ejerce a partir del control de los cuerpos femeninos, del sexo y de la reproducción. La buena ficción solo mejora con el tiempo, porque es capaz de reverberar lo que solo se balbuceaba en los rincones de la realidad.
En Brasil, el abismo lo excavaron varios silenciamientos
Hay muchos comienzos para la eclosión del autoritarismo representado por la elección de Bolsonaro. Uno de ellos es la decisión de la sociedad brasileña y de las instituciones que la componen de silenciar los crímenes de la dictadura, dejando de castigar a los asesinos, torturadores y secuestradores del régimen que oprimió el país durante 21 años y abdicando de producir marca y memoria. En aquel momento, la democracia se corrompió y empezó a girar en falso. Otro comienzo, este decisivo para la victoria de Bolsonaro, fue el silenciamiento ante la apología a la tortura en pleno parlamento, vinculando a un torturador, Ustra, con la tortura sufrida por Dilma Rousseff, en el pasado y en el presente.
El tercer comienzo, esta vez definitivo, fue el asesinato de la concejala Marielle Franco, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), el 14 de marzo de este año. Negra, lesbiana y criada en la favela de Maré, en Río de Janeiro, Marielle reverberaba una multiplicidad de voces hasta entonces silenciadas. En el legislativo, representaba a varias periferias que avanzaban sobre el centro. Entonces la callaron con cuatro tiros en la cabeza.
La aterradora impunidad del crimen, sin solución desde hace ocho meses, con una investigación poblada de extrañezas y censuras, es otro silenciamiento. En el sentido simbólico de las fuerzas opresoras que se movieron en estas elecciones, la ejecución de Marielle puede considerarse el acto inaugural de la campaña de 2018. Más tarde, algunos seguidores de Bolsonaro arrancarían la placa de la calle de Río que la homenajeaba. Días después, los opositores distribuyeron mil placas con el nombre de Marielle.
El abismo vivido en Brasil lo excavaron varios silenciamientos. En particular, el silenciamiento de las voces de mujeres; en el caso de Marielle Franco fue literal. La mejor manera de enfrentar la opresión que se infiltra desde la cotidianidad, en los pequeños actos y en los pequeños desistimientos, día tras día un poco más, es hablar. Junt@s. Mujeres y hombres que aman a las mujeres: “nadie suelta la mano de nadie”. No sabemos cuándo terminará. Pero el fin de lo que solo ha empezado —o continuado— depende del tamaño de la resistencia. Y de la capacidad de volver a dar significado a las palabras por medio del debate y la confrontación de ideas. Brasil no puede tolerar más silenciamientos. ¿Cómo enfrentar la opresión? Negándose a silenciar.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de la novela Uma Duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum/ Facebook: @brumelianebrum
Traducción: Meritxell Almarza
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