Brasil, la venganza de los resentidos
Tras la elección de Bolsonaro, los demonios interiores salieron a jugar
Estaba acompañando a una amiga al aeropuerto, en São Paulo. Los ascensores que llevan al aparcamiento de las terminales tardaban. Cuando finalmente entramos en uno, estaba abarrotado. Un hombre con un bebé en brazos, posiblemente su nieto, gritó: “¡Cuando Bolsonaro asuma el cargo, esto irá rápido!”. Y añadió: “¡Pam!, ¡pam!, ¡pam!”. Abrí la boca para preguntarle: “¿Le está disparando a su nieto?”. Y entonces me di cuenta de que no podría hacerlo sin arriesgarme a sufrir violencia. El hombre y la familia que lo rodeaba con cara de fanáticos realmente creen que Bolsonaro lo arreglará todo, desde los “comunistas” como yo a la velocidad de los ascensores.
La elección de Jair Bolsonaro, el populista de extrema derecha que será el próximo presidente de Brasil, ha liberado algo en el país. Un resentimiento contenido hace mucho, por muchos. Todo tipo de represión ha emergido de las cloacas del inconsciente y hoy desfila eufóricamente por las calles, escuelas, universidades, organismos públicos, comidas familiares.
A las mujeres que visten de rojo, color asociado al PT de Lula, las insultan los conductores al pasar, a los gais los amenazan con darles una paliza, a los negros los avisan que tienen que volver al barracón, a las madres que dan el pecho las inducen a esconderlo en nombre de la “decencia”. Aquel amigo de la infancia de quien se guardaba un buen recuerdo escribe en Facebook que ha llegado el momento de contar cuánto te odiaba en secreto y que te exterminará junto a tu familia de “comunistas”. Aquel conocido que siempre has creído que se merecía tener más éxito y reconocimiento del que tiene, ahora desparrama la barriga en el sofá del salón y vocifera su odio contra casi todos. Otro, que siempre se ha sentido ofendido por la inteligencia ajena, se siente autorizado a exhibir su ignorancia como si fuera una cualidad.
La atmósfera tóxica del Brasil actual puede resumirse al fragmento de una carta que llegó a una universidad: “¡Bienvenidos al fascismo! Ahora nos toca a nosotros, ahora es nuestro momento, tendréis que aguantarnos porque vamos a pasar por encima de cada uno de vosotros, cada gay, cada lesbiana, negro y negra. Vamos a exterminaros a todos”. Mensajes en Facebook anuncian que van a cazar a los opositores y a ponerlos de patitas en la frontera. A los que se oponen a Bolsonaro esta multitud rabiosa los trata como si fueran extranjeros y el país hubiera dejado de pertenecerles. Como si las palabras se vaciaran de sentido en Brasil, “comunismo” y “comunista” se han convertido en denominación de todo y todos a los que se odia, ya sea por la orientación sexual, por el color de la piel o por la actuación política. El término ya no tiene ninguna relación con su concepto, pero se lo han apropiado como si fuera el pecado de la parte de la población que denunció el autoritarismo criminal de Bolsonaro, un apologista de la tortura y de los torturadores. Y así, Brasil inaugura otro tipo de guerra fría.
El pacto civilizador, que permitía la convivencia, ya se estaba rompiendo en los últimos años en el país. Ahora lo han rasgado por completo. Esta es la primera señal.
Traducción: Meritxell Almarza.
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