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La memoria, última trinchera de la guerra de Bosnia

Los grupos étnicos que se enfrentaron en el conflicto mantienen, más de veinte años después, un pulso en torno a los monumentos conmemorativos a las víctimas

Antonio Pita

A la entrada del cementerio serbio de la ciudad de Konjic, en el centro de Bosnia, hay una placa en homenaje a dos niños serbobosnios asesinados en la guerra que desgarró el país en los años noventa. La colocó el pasado agosto un bosniaco, Anis Kosovac. Los dos pequeños, Peter y Pavle, eran serbobosnios, dos etnias que se enfrentaron en el conflicto. Se conocieron en un sótano en el que se refugiaban juntos de los bombardeos.

Anis Kosovac, el pasado octubre en el cementerio serbobosnio de Konjic.
Anis Kosovac, el pasado octubre en el cementerio serbobosnio de Konjic.ANTONIO PITA

Kosovac, un comerciante de 47 años que se encarga de cuidar el cementerio, pagó y puso la placa solo. No hubo ceremonia, ni autoridades ni cortinilla que retirar porque fue un gesto exclusivamente privado. En un país sin legislación estatal sobre cómo honrar a los 100.000 muertos que dejó la guerra (1992-1995) y profundamente dividido más de un cuarto de siglo después sobre quién merece los adjetivos de héroe, víctima o verdugo, los monumentos conmemorativos se han convertido en una prolongación simbólica del campo de batalla, con el pulso por la memoria en manos de Ayuntamientos o, directamente, de ciudadanos normales y corrientes como Kosovac.

"Al tratarse de niños y por la manera en que fueron asesinados, nadie se ha quejado de la placa. Muchos me lo han agradecido”, asegura con gesto serio en la tienda de bebidas y productos de limpieza que regenta. Peter y Pavle tenían 7 y 5 años en julio de 1992, tres meses después del estallido bélico. Fueron sacados de casa con sus padres —dos conocidos académicos serbobosnios—, trasladados a pocos kilómetros y disparados por unidades especiales de policía que estaban al mando de las autoridades leales bosniacas (bosnias musulmanas). Peter sobrevivió y logró llegar herido a un puesto policial y contar lo sucedido. Lo devolvieron a sus captores, que lo remataron. Uno de los responsables, Miralem Macic, pasó 12 años en la cárcel -donde falleció en 2012- por este crimen.

“Al empezar la guerra le dieron armas a gente que no tendría que haberlas recibido. Criminales, mafiosos... En las ciudades, las minorías de otra religión morían sin importar si eran hombres, mujeres o niños”, cuenta Kosovac en su pequeño despacho lleno de facturas y albaranes, del que cuelgan un calendario y un retrato de Tito, el mítico líder autoritario que mantuvo unida la Yugoslavia socialista durante casi cuatro décadas, hasta su muerte en 1980. “Los políticos honran a los que deciden que son importantes. Hay muchos muertos inocentes que nunca tendrán una placa”, añade mientras se sirve rakia artesanal, un licor típico de los Balcanes y Europa Central.

La placa colocada por Anis Kosovac en recuerdo a los niños Peter y Pavle en el acceso al cementerio serbobosnio de Konjic.
La placa colocada por Anis Kosovac en recuerdo a los niños Peter y Pavle en el acceso al cementerio serbobosnio de Konjic.ANTONIO PITA

- Y si cada bosnio pusiese una placa en honor a los muertos de la guerra que considera, ¿no se desataría una guerra de símbolos?

- Si se pusieran placas a todas las víctimas de la guerra habría más paz

Todos los muertos son unos 100.000, casi la mitad civiles, en un país de entonces cuatro millones de habitantes. El trauma va mucho más allá de los cementerios. El conflicto generó 1,8 millones de refugiados y desplazados, es decir, cerca de uno de cada dos bosnios. Al menos 20.000 mujeres fueron violadas en un estallido bélico iniciado en 1992 por la agresión serbobosnia, dirigida en lo político por Radovan Karadzic y en lo militar por Ratko Mladić, condenados respectivamente a 40 años de prisión y cadena perpetua por el genocidio de Srebrenica —en el que fueron asesinados unos 8.000 varones musulmanes— entre otros delitos.

Los acuerdos de paz que pusieron fin al enfrentamiento en 1995 dividieron Bosnia en dos entidades: la Federación —habitada casi exclusivamente por bosniacos y bosniocroatas— y la República Srpska, serbobosnia en su gran mayoría. Las memorias colectivas del conflicto de estos tres colectivos son prácticamente opuestas. “La guerra ha continuado a través de los monumentos, que se han convertido en un instrumento para marcar el territorio del pueblo mayoritario y discriminar a otros”, lamenta Edvin Kanka Ćudić, director de la Asociación para la Investigación Social y Comunicaciones (UDIK), ONG que documenta violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y actos de genocidio en el país.

“En todos los bandos puede encontrarse negación de los crímenes propios y énfasis en la condición de víctima, pero con diferentes inflexiones. Las narrativas serbobosnias van a menudo acompañadas de un discurso de queja según el cual todo el mundo habla solo de las víctimas bosniacas mientras que las serbias son ignoradas u olvidadas. Entre los bosniacos se encuentra a menudo la actitud de que no debe hablarse de los crímenes cometidos por bosniacos porque sería ponerlos al mismo nivel que los de serbobosnios o bosniocroatas”, escribe Nicolas Moll, doctor en Historia Contemporánea y coordinador de un laboratorio de memoria transeuropea, en un artículo publicado en el Foro de Culturas de la Historia de la Universidad Friedrich Schiller de Jena (Alemania).

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A falta de narrativa y legislación común, son las autoridades locales las que —en función de la identidad étnica de quienes estén al frente— dictan qué víctimas trascenderán a su tiempo. “Donde los bosniacos son mayoría, no hay monumentos a serbios o croatas (o muy pocos, sobre todo pequeñas placas). Y viceversa”, resume Kanka Ćudić.

Una de las dos entidades de Bosnia, la Federación, carece de normativa sobre el tema. También los diez cantones que la conforman. En la República Srpska sí la hay, la de Guerras de Liberación, pero no menciona los homenajes a no serbios y deja el registro de monumentos conmemorativos en manos de los Gobiernos locales en colaboración con la Iglesia serbia ortodoxa, por lo que la Comunidad Islámica, de los bosniacos, y la Iglesia católica, de los croatas, quedan excluidas. Solo en Brčko, un distrito independiente que no pertenece a ninguna de las dos entidades anteriores, hay una Ley de Símbolos y Monumentos que trata a las víctimas por igual. La mayoría de placas y monolitos del país sobre la guerra son, de hecho, técnicamente ilegales, según Kanka Ćudić.

El caso de la ciudad de Prijedor, en la República Srpska, es paradigmático. Allí fueron asesinadas más de 3.000 personas en una campaña que empezó con la obligación a los no serbios de identificarse con un brazalete blanco. Los autores de esta limpieza étnica fueron condenados en total a 770 años de cárcel. Las imágenes que pueblan la urbe son, en cambio, de soldados serbios que perecieron en combate.

Placa en recuerdo de Suada Dilberović y Olga Sučić, las dos primeras víctimas mortales del cerco de Sarajevo, en el puente de Suada y Olga en la ciudad.
Placa en recuerdo de Suada Dilberović y Olga Sučić, las dos primeras víctimas mortales del cerco de Sarajevo, en el puente de Suada y Olga en la ciudad.ANTONIO PITA

El recuerdo selectivo alimenta la sensación cruzada de agravio. En Sarajevo, en la larga avenida del Mariscal Tito, un cuidado parque en una loma llora a los niños que murieron en los 1.425 días del cerco que las tropas serbobosnias impusieron sobre la ciudad. Sus nombres están escritos en unos cilindros, pero no los de los pequeños serbios que perecieron en esos días en los ataques a la parte de la ciudad que controlaban las tropas serbobosnias. “Cuando los serbios preguntaron por qué los nombres de sus niños no estaban inscritos en el monumento, políticos bosniacos dijeron que no querían que apareciesen juntos en la misma plaza los nombres de sus niños muertos con los de los niños que fueron agresores. ¿Cómo se puede decir que los niños fueron agresores?”, subraya el director de UDIK.

El Ayuntamiento tampoco ha puesto aún una placa en honor a los serbios y croatas que acabaron en una fosa común en Kazani, a las afueras de la localidad, donde el entonces miembro bosniaco de la presidencia, Bakir Izetbegovic, depositó una corona de flores en 2016. En las montañas de la parte oriental serbia desde las que se disparaba sobre la urbe durante el cerco figura una placa en homenaje a Mladić, "Los monumentos conmemorativos que glorifican a criminales de guerra, como Karadžić [que da nombre desde 2016 a una residencia de estudiantes en la localidad de Pale, en República Srpska] y Mladić, pueden ser vistos como una forma de negación del genocidio, que es también una forma de tortura psicológica hacia los supervivientes al negar la realidad de los crímenes que sufrieron las víctimas", señala por correo electrónico David Pettigrew, profesor de Estudios del Genocidio y del Holocausto en la Universidad Estatal del Sur de Connecticut (EE UU) y autor de varios textos sobre el caso bosnio.

Un resquicio legal

Para poder honrar a sus muertos, las minorías han aprovechado un resquicio legal. Como está prohibido retirar monumentos en terrenos privados, los bosniacos en la República Srpska los suelen erigir en la mezquita o el cementerio musulmán y los serbobosnios de la Federación, en recintos propiedad de la Iglesia ortodoxa. No siempre es suficiente. En 2014, policías de la República Srpska entraron en un cementerio propiedad de la Comunidad Islámica en Visegrado —escenario de una de las mayores masacres de bosniacos— y borraron la palabra “genocidio” de un monumento que había instalado la asociación de víctimas.

Los representantes de musulmanes, ortodoxos y católicos sí coinciden en la localidad de Vareš en su apoyo a la retirada de un monumento situado frente al Ayuntamiento que lamenta, sin distinción, a todas las víctimas de la guerra. De momento sigue en pie.

Moll defiende que esta brecha entre el “ellos” y el “nosotros” está relacionada con la forma en que acabó la guerra: sin una victoria militar. La paz de Dayton frenó el derramamiento de sangre, pero legó una estructura administrativa basada en criterios étnicos a la que —sin estar libre de tensiones entre comunidades— era la república más diversa de Yugoslavia. “La fundamental y controvertida pregunta en torno a la cual se combatió (¿cómo debe ser Bosnia Herzegovina?) aún domina hoy la vida política", señala Moll. "Tampoco se ha alcanzado un consenso en torno a la pregunta: ¿qué tipo de guerra peleamos en los noventa?". Las respuestas dentro del mismo país siguen siendo hoy profundamente diferentes.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.

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