Matanza en Pittsburgh: El antisemitismo siempre desemboca en tragedia
La ofensa verbal contra los judíos se ha normalizado, el odio contra el Estado de Israel como nueva forma de antisemitismo se ha institucionalizado
El asesinato indiscriminado de once personas en la sinagoga Árbol de la Vida de Pittsburgh a manos Robert Bowers el pasado sábado pronto dejará de ser noticia. Como han dejado también de ser noticia los atentados mortales contra judíos en Toulouse, Paris, Bruselas, Copenhague o Jerusalén en el último lustro.
Es normal, debemos pasar página y curar las heridas; sin embargo, mientras olvidamos, cuando la sangre de los inocentes esté seca, continuarán circulando las teorías conspirativas, los mitos y las manifestaciones contra los judíos que han posibilitado esta masacre estremecedora. Porque así opera el antisemitismo desde el amanecer de los tiempos: las expresiones de odio y las calumnias desembocan siempre en tragedia. Como dijo el gran Rabino Abraham Joshua Heschel, activista histórico por los derechos humanos en los Estados Unidos, “el Holocausto no empezó con tanques y hornos crematorios, empezó con palabras malvadas, con lenguaje difamatorio y propaganda”. Las palabras —el ataque de Pittsburgh lo demuestra una vez más— son la antesala de la violencia.
Ciertamente, este asesinato en masa es el resultado del odio expresado en las redes sociales, de los bulos propagados por las noticias falsas, de la vorágine populista que se ha extendido por las sociedades democráticas en los últimos años, y de la falta de prevención de las autoridades, y en algunos casos laxitud, ante las amenazas proferidas contra comunidades judías. Bowers es un antisemita confeso y seguidor de la absurda creencia de que los judíos dominan el mundo; acribilló a personas inocentes al grito de “¡Todos los judíos deben morir!”. Nunca escondió sus intenciones y las dejó plasmadas en su perfil en las redes sociales.
En este sentido, la mayor masacre contra judíos en la historia de los EE UU, se podía haber evitado. El asesino puede responder al perfil de un lobo solitario, radicalizado en internet y apelado a actuar en su loco convencimiento de que los judíos son el mal. No obstante, la enajenación y la radicalización online son insuficientes para explicar lo sucedido. Existen más razones y es necesario incidir sobre ellas para prevenir futuros ataques letales contra los judíos y contra otras minorías.
El ataque de Pittsburgh, pues, no es casual, sino causal. Durante los últimos años, la ofensa verbal contra los judíos se ha normalizado, el odio contra el Estado de Israel como nueva forma de antisemitismo se ha institucionalizado —no olvidemos que el movimiento BDS aspira a crear “espacios libres de apartheid israelí” como así ha quedado reflejad en muchas mociones en ayuntamientos en España—, los intereses políticos y económicos en el conflicto de Oriente Medio y las condenas al Estado de Israel, el único estado democrático y libre de la región, han sido constantes y sistemáticas, y la hipocresía y la política de apaciguamiento frente a los radicalismos de extrema derecha y extrema izquierda que crecen al albor de prejuicios contra los judíos han sido norma y no la excepción.
A pesar de la lúgubre historia de la primera mitad del siglo XX, sobre los judíos, como ente anónimo y sin distinción personal, siguen pesando acusaciones falsas y prejuicios. Los colegios judíos y las sinagogas de toda Europa siguen estando bajo protección militar y policial porque los judíos seguimos amenazados de muerte por el hecho de serlo.
El Occidente de 2018 no es el Occidente de 1930, es cierto. Sin embargo, las leyes contra el antisemitismo o el despliegue de fuerzas de seguridad no serán suficientes para evitar futuros Bowers. La prevención policial, la repulsa al lenguaje calumnioso y violento, y la educación basada en el respeto al diferente serán esenciales para que no volvamos a ser testigos, o víctimas, de un crimen de odio.
Y, sobre todo, será un error fatal subestimar el antisemitismo porque siempre, siempre, desemboca en tragedia.
Isaac Querub es presidente de la Federación de Comunidades Judías de España.
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