“La corrupción es como el tango, se necesitan dos para bailarlo”
En su libro 'La raíz de todos los males', el autor describe con crudeza y rigor el sistema de negocios sucios e impunidad que se oculta en 'las cloacas' de Argentina
"El empresario, referente clave de la obra pública en la Argentina de las últimas décadas, toma su pluma Montblanc de mil dólares y da una lección sobre cómo-funciona-el-mundo. 'A ver, pibe, esto es así', dice, mientras toma una hoja en blanco, de alto gramaje, pesada, de calidad palpable. 'Lo único que te pido es que no cites mi nombre o te voy a buscar, ¿ok?", escribe Hugo Alconada Mon en La raíz de todos los males (Planeta - 2018) , una impactante radiografía de la corrupción en Argentina.
Transcribir la explicación que escucha entre amenazas demandará al periodista cinco páginas. Al final del relato, el lector sabrá por qué el Estado, el mismo que financia con sus impuestos, paga por autopistas, hospitales o puentes casi un 40% más de lo que debería. El empresario hablará de millones de dólares en sobornos, acuerdos ilegales entre contratistas, altos cargos enriquecidos, jueces que no ven, sindicalistas cómplices, periodistas mudos y policías corruptos. Todo ese coctel es lo que el autor llama "los sótanos" o "las cloacas" de la Argentina, el bajo fondo que carcome al país sudamericano desde los cimientos.
El libro de Alconada Mon, uno de los periodistas de investigación más respetados de su país, es una obra monumental sin fisuras. En sus páginas hay nombres, datos y cifras acumuladas durante más de 20 años de trabajo. Unas horas de lectura dejarán al lector con el ánimo por el piso, preguntándose cada mañana si vale la pena el esfuerzo de viajar en metro hacia el trabajo y estar al día con el fisco. "El libro es la radiografía de un sistema, la radiografía de la Argentina, y de cómo el poder montó un sistema para la corrupción y la impunidad, para enriquecerse y seguir impunes", dice Alconada Mon a EL PAÍS.
"La corrupción en Argentina ha llegado a un nivel de grosería apabullante"
La impunidad que existe en Argentina es cuantificable. "En 750 grandes causas por corrupción investigadas entre 1980 y 2007 sólo se condenó al 3% de los involucrados, con un desfalco estimado de 13.000 millones de dólares para las arcas públicas", escribe Alconada Mon. El sistema funciona a la perfección y se regula a sí mismo, en una red donde los eslabones de la cadena se protegen entre sí. En la radiografía que dibuja el autor todos son culpables. "La corrupción es como el tango, se necesitan dos para bailarlo. Hay ocasiones en la que es el político el que pide y hay otras en que es el empresario el que mueve la primera ficha, porque sabe que no puede ganar jamás si no fueran con un soborno. En otras el político te aprieta financieramente para que tengas que venir al pie", explica.
La corrupción no es una particularidad argentina, pero el autor la considera única en las formas, gracias al lento pero persistente perfeccionamiento de un sistema iniciado durante la colonia española, fortalecido durante las dictaduras militares y superviviente a todas las democracias. "Aquí es grotesca", opina, "hemos llegado a un nivel de grosería apabullante. Terminamos hasta riéndonos de un juez federal que tomamos casi como si fuese un bufón. Como los niveles de impunidad se fueron corriendo, nos acostumbramos a situaciones que en otro país serían inaceptables". El "juez bufón" se llama Norberto Oyarbide, famoso por su pelo corto platinado, su ostentación y su costumbre de bailar en televisión en los programas de variedades de la tarde. Oyarbide ya no es juez y enfrenta causas por presunto enriquecimiento ilícito. Pero el exhibicionismo del magistrado no es la regla en el corrupto perfecto, según el perfil que hace Alconada Mon.
"Creer que la causa de los cuadernos se limita al kirchnerismo es un gravísimo error".
El corrupto argentino "es un tipo educado, de bajo perfil, casado, sin grandes gastos, que no llama la atención y que paga los impuestos. Uno de los principios de un buen lavador es que paga los impuestos, para que no lo agarren como a Al Capone", explica. El sistema sabe elegir a sus hombres. "El que no sirve", dice, "es aquel que se puede estrellar con su auto, con una prostiuta a su lado y que cuando le abren el baúl encuentran un kilo de droga". Cada tanto, sin embargo, algún personaje rompe la regla, una anomalía que también es funcional al sistema. Alconada Mon los considera "faros en las tinieblas", aquellos que sirven para guiar a los otros corruptos hacia aquel que aceptará una oferta poco honorable. Ese funcionario vestirá con ropa cara y hasta podrá tener un avión, cuando meses antes "mostraba la suela de sus zapatos con agujeros", cuenta el periodista, que está pensando en Ricardo Jaime, el exsecretario de Transporte de Cristina Fernández de Kirchner, hoy preso.
"Supongamos que un empresario extranjero sabe que no es competitivo y que si hace una licitación honesta no puede ganar. ¿Con quién tiene que hablar? Jaime le dirá 'me estás ofendiendo", pero sabrá mandarle con otro", explica Alconada Mon. Esos faros agilizan los procesos, eliminan obstáculos y neutralizan riesgos. Pero ¿qué sucede cuando el sistema falla? Todo está calculado. Lo dice Alconada Mon en una de las páginas del libro: "Cuando la policía no 'reguló' a los criminales, cuando los servicios de inteligencia no detuvieron a tiempo la bomba, cuando los organismos de control no lograron dormir la pelota, ni la prensa paga pudo tapar el sol con las manos y el escándalo provocó la apertura de una investigación penal, llegó el momento de los jueces, de los fiscales, de los operadores, mezcla de mensajeros, titiriteros y matones".
En los tribunales, el sistema juega sus últimas cartas. Cada tanto, sin embargo, "la cloaca" necesita un fusible que salte, un condenado que será un mensaje. Hacia el sótano, advertirá a aquellos que pretenden salirse; hacia la sociedad, será un mártir que se inmola para calmar las ansias de justicia.
"El corrupto es un tipo educado, casado, sin grandes gastos y que no llama la atención".
Cuando Alconada Mon promediaba su trabajo de investigación, estalló en Argentina el caso de "los cuadernos de la corrupción". Vio entonces cómo mucho de lo que había escrito quedaba confirmado por un testigo ocular de buena memoria, el chófer de un viceministro kirchnerista que apuntó durante 10 años los viajes que realizó con millones de dólares sucios, fruto de la corrupción. La cloaca quedó al descubierto, con la confesión de una decena de empresarios arrepentidos y dos exfuncionarios que revelaron al juez los detalles de la ruta del dinero. Para Alconada Mon, el país sudamericano está ahora ante una oportunidad histórica.
"Creer que los cuadernos se limitan al kirchnerismo es un gravísimo error. Los cuadernos son una bitácora para vislumbrar como son los sótanos de este país. Aparecen los grandes empresarios de las últimas cuatro décadas en la Argentina", dice. Se declara, sin embargo, un "optimista cauto". "¿El sistema va a permitir que esto sea un dolor de cabeza para su propia supervivencia?", se pregunta. La respuesta, dice, está en la presión social, el factor que en Brasil permitió que avance del Lava Jato. "Un sistema de corrupción tan perfecto como el que tenemos en Argentina sólo se puede romper por la presión externa", advierte el autor, y llama a recuperar el espíritu combativo de, por ejemplo, las Madres de Plaza de Mayo contra la dictadura. Alconada Mon no pierde las esperanzas.
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