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Malí escoge presidente entre acusaciones de fraude y riesgo de una deriva violenta

El presidente IBK y su rival Soumaïla Cissé repiten el pulso de 2013 en un país intervenido militarmente y sumido en una profunda crisis

José Naranjo
Soldados malienses patrullan las calles de Bamako, la capital, el 27 de julio de 2018, a dos días de las elecciones presidenciales.
Soldados malienses patrullan las calles de Bamako, la capital, el 27 de julio de 2018, a dos días de las elecciones presidenciales. ISSOUF SANOGO (AFP)

Malí celebra elecciones presidenciales este domingo con dos opciones claras sobre la mesa: la continuidad representada por el actual presidente Ibrahim Boubacar Keita (IBK) y el cambio que lidera el candidato Soumaïla Cissé, conocido como Soumi. Se trata de los mismos aspirantes que en 2013. Sin embargo, la existencia de un censo electoral con 1.241.574 electores más de los previstos inicialmente, revelada por la oposición y reconocida a regañadientes por el Gobierno como un “error informático”, ha disparado las sospechas de fraude y el temor a una reacción violenta en la calle si IBK fuera proclamado vencedor en primera vuelta.

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“Nos quieren robar la República y no lo vamos a permitir. Son unos criminales. Estamos dispuestos a todo”. Bajo una persistente lluvia, el célebre locutor de radio y activista Ras Bath disparaba el pasado viernes por la noche toda su munición contra el Gobierno subido a un tráiler y en presencia de un millar de seguidores de Soumi. La campaña electoral más tensa que se recuerda en este país africano llegaba a su fin. “Estos cinco años han sido un accidente”, remata Soumala Cissé, “y ahora quieren mantenerse en el poder para seguir robando, pero haciendo trampas”.

La revelación de la existencia de un censo electoral con 1.241.574 electores más respecto a los 8.000.462 auditados por la Organización Internacional de la Francofonía (OIF), y aceptados por todas las partes, ha sido como un terremoto. El primer ministro, Soumeylou Boubèye Maïga, ha intentado reducir los daños en los últimos días con diversas reuniones con todos los candidatos y asegurando que los errores se iban a corregir con total transparencia, pero la oposición, convencida de que hay un pucherazo en camino, apela a las misiones de observación internacional para intentar impedirlo.

La distribución de carnés electorales biométricos y la posibilidad de retirarlos por delegación también están en el corazón de la polémica. El Gobierno asegura que se ha superado el 70% de reparto de los carnés, incluso en las regiones del norte, pero la oposición teme que estos registros no se corresponden con la realidad de un país donde el Estado está apenas presente en sus dos terceras partes, sobre todo en regiones del norte y centros como Gao, Menaka, Kidal, Tombuctú y Mopti, donde para decenas de miles de ciudadanos será imposible acudir a votar dada la inseguridad y la enorme cantidad de población desplazada.

Malí es, hoy por hoy, el país más amenazado, frágil e inestable de África occidental. Y uno de los más pobres. En enero de 2012, una coalición de rebeldes tuareg y grupos terroristas asentados en el desértico norte desde hace décadas iniciaron un conflicto que, lejos de extinguirse por la intervención militar francesa y la presencia de Naciones Unidas, adquiere cada vez más amplitud. A los continuos ataques yihadistas y atentados que han llegado incluso a la capital, Bamako, se une la violencia intercomunitaria, que ha causado más de 300 muertos en el centro del país solo en los últimos siete meses.

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En este contexto, los cinco años de IBK en el poder han sido decepcionantes para buena parte de los malienses. “No es sólo el problema del norte. El paro es imparable y los casos de corrupción han afectado a todos los Gobiernos que ha habido en los últimos años. La Educación no funciona y la Sanidad está casi paralizada por las huelgas de médicos”, asegura Makan Diabaté, un cargo medio de una empresa de distribución comercial. “No creo que ninguno de los candidatos pueda arreglar este país, es un desastre”, añade.

La desmotivación y el hastío de buena parte de la población podrían jugar en contra de quienes aspiran a un cambio mientras la coalición gubernamental en torno a IBK —corruptelas aparte— exhibe músculo con un poderoso despliegue de campaña que ha inundado de carteles con las fotos del candidato todas las ciudades del país, y pide a la oposición que no siembre dudas sobre unas elecciones que no duda en calificar de “limpias y transparentes”. La conocida empresaria del mundo de la moda Moussou Sora asegura que “los avances necesitan tiempo e IBK es la mejor opción" que tienen.

El presidente saliente cuenta en su haber con la baza de ser un aliado fiel de la comunidad internacional y de Francia en particular, país que mantiene un importante despliegue en el terreno y que apoya sin fisuras al recién creado G5 del Sahel, impulsado por Malí (entre otros). Con una amplia experiencia política, Boua (El viejo, en bámbara, la lengua nacional) cuenta con alcanzar un segundo mandato. Soumaïla Cissé, ingeniero informático nacido en Tombuctú, tiene un perfil más técnico. Presidente durante años de la comisión de la Unión Económica y Monetaria de África Occidental (Uemoa), lleva 16 años intentando ser presidente de Malí en sucesivas elecciones.

El pasado viernes, mientras el cielo se ennegrecía amenazando tormenta, un grupo de niños de apenas 12 o 13 años se asomaba a la carretera de Bako Djikoroni, en Bamako, con carteles de Cissé y gritando “IBK, IBK”, en un desafinado intento de cumplir con su tarea. A unos kilómetros de distancia, en el barrio de Hippodrome, seguidores del presidente repartían tres euros a cada joven que se cruzaba en su camino y llenaban el depósito de gasolina de sus motos Jakarta a cambio de una promesa de voto. Caída la noche, al final llovió, pero tampoco fue para tanto.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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