Cuando se interrumpa la verbena
El resultado del intento de reforzar la arquitectura del euro ha sido el mínimo que se había previsto
Magro resultado, magro en el intento de reforzar la arquitectura del euro. Apenas el mínimo previsto.
A saber, un cortafuegos para el fondo de reconversión y liquidación de los bancos (la segunda pata de la unión bancaria, tras haberse acordado la supervisión común). La promesa de reforzar el fondo de rescate (MEDE). Y un plan para que los ministros económicos reestudien (¡se harán sabios y aprobarán cuando sean Matusalén!) su tercer y decisivo pilar, el fondo de garantía de depósitos.
Y, aún, la devolución del proyecto de presupuesto de la eurozona a esos mismos ministros del Eurogrupo, fanáticos de la austeridad cuando ya no se lleva. Conjurados, en suma, para boicotear a Emmanuel Macron. Con bastante éxito.
Si juzgamos en función de las expectativas, de la brutal campaña del reaccionario frente de rechazo a los planes de Bruselas y París (encajados a media asta por Berlín), el resultado no es tan catastrófico: era esperable, y no se movió del último borrador de conclusiones.
Pero si lo relacionamos con la vida real, con las necesidades de la eurozona de disponer de todas las herramientas para poder afrontar con menos sufrimiento la próxima crisis, cuando esta llegue —acaece siempre interrumpiendo una verbena—, entonces hasta los más acendrados optimistas deben torcer la mueca de la frustración.
Algo agrava, además, los resultados concretos del Consejo Europeo, siempre contemplables desde las ópticas contrapuestas del vaso medio vacío o del medio lleno. Consiste en recordar cómo se ha llegado a ellos, tanto en el capítulo migratorio como en el monetario.
Nunca hasta ahora la división interna llegó a este grado de insidiosa fragmentación: con la canciller alemana desafiada por una poderosa sección de asalto de su propia familia política (bávara) en aras, en el fondo, de la pureza racial y religiosa. Nunca un grupo, como el frente de rechazo a la profundización federal de la unión monetaria, prodigó tantas cartas, tuits y proclamas tan frontales (aunque en este caso sin insultos) contra los presuntos “dilapidadores” del Sur. Nunca dirigentes de un país fundador, como Italia, espetaron invectivas tan ruidosas como las lanzadas contra Macron.
La brutal paradoja de esta escena es que no se corresponde con la realidad. Las migraciones mediterráneas son trágicas: sobre todo para los fugitivos del hambre o la guerra, por supuesto. Pero afectan decrecientemente a los europeos, al haberse reducido en un 96% desde el pico de 2015 (44.000 migrantes en lo que va de 2018, contra un millón).
Y el riesgo económico es muy inferior al de 2008-2012: la eurozona lleva cuatro años creciendo, creando empleos (nueve millones), reduciendo déficits públicos (de una media del 6,6% del PIB a otra del 1,6%). No hay motivo real alguno para ninguna cruzada interna. Salvo los políticos e ideológicos del extremismo.
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