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Taller de cómic en una de las peores cárceles del mundo

Ramón Esono, crítico con el dictador ecuatoguineano Teodoro Obiang, relata su paso por Black Beach

Dibujo de la novela gráfica 'La Pesadilla de Obi', una de las obras que llevaron a prisión al ecuatoguineano Ramón Esono.
Dibujo de la novela gráfica 'La Pesadilla de Obi', una de las obras que llevaron a prisión al ecuatoguineano Ramón Esono.
José Naranjo

En la mesa de una tranquila terraza de un bar irlandés situado en un pueblo del interior de Valencia, el dibujante ecuatoguineano Ramón Esono saborea una pinta de cerveza negra. “Estoy muy bien de ánimo, pero me estoy haciendo un chequeo. Allí dentro estuve dos semanas enfermo y no recibí ningún tipo de atención médica, así que mejor prevenir”, asegura. Cuando dice “allí dentro” se refiere a la cárcel de Black Beach, una de las peores prisiones del mundo en la que estuvo encerrado más de cinco meses por su labor crítica hacia el dictador Teodoro Obiang, a quien se atrevió a caricaturizar en un cómic. Tras una intensa campaña internacional, Esono disfruta al fin de su libertad en España. “Ahora a seguir”, añade. El castigo no le ha doblegado.

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Tampoco ha perdido la sonrisa ni su peculiar sentido del humor. “Yo me fui de Guinea Ecuatorial a Paraguay en 2011 detrás de unas faldas y no volví hasta el año pasado. Tenía que hacerme un nuevo pasaporte para continuar detrás de esas faldas”, explica. Su mujer, de nacionalidad española, había sido destinada a El Salvador y Esono decidió regresar a Malabo para tramitar un nuevo pasaporte. “Sabía que podían detenerme. Mi familia me pidió que no volviera a Guinea pero no me quedaba otra opción”, apunta.

Fue detenido el 16 de septiembre pasado cuando cenaba en un restaurante de la capital ecuatoguineana con dos amigos españoles. “Nos ponen a todos las esposas y nos llevan a la Comisaría Central. Cuando comprueban que uno de ellos tiene pasaporte diplomático se dan cuenta de que no podían llegar al extremo conmigo”. Esono asegura que en ningún momento fue golpeado, que el trato fue correcto. Al día siguiente, la noticia ya estaba circulando por los medios de comunicación españoles y comenzaba a gestarse una campaña coordinada por la asociación EGJustice y en la que participaron grandes ONG como Amnistía Internacional y dibujantes de todo el mundo.

Ramón Esono, en Alicante.
Ramón Esono, en Alicante.

Sin embargo, eso no impidió que pasara casi seis meses en Black Beach, en Malabo, capital del país, bajo la falsa acusación de blanqueo y falsificación de dinero. “Aquello impresiona. Menos mal que he leído mucho cómic y mucho manga, pero esa cárcel supera todo. El primer día puse cara de malo, pero quien me salvó fue un sobrino que me reconoció y me llevó a zona segura. En ese lugar no se puede reinsertar a nadie, hay gente inocente mezclada con criminales, un montón de personas en celdas pequeñísimas que han perdido casi toda la esperanza de salir de allí”, recuerda.

La comida de presidio, a la que llaman naano, es tan mala que prácticamente todos tienen su propio infiernillo con el que cocinan a diario los productos que sus familias consiguen hacerles llegar. “Hay cucarachas y ratas por todas partes y las condiciones sanitarias son pésimas. El año pasado murió un chico y hubo un motín”, cuenta Esono, quien compartió celda primero con su sobrino y luego con dos de los narcotraficantes más importantes de la prisión. “Hay militares acusados de intento de golpe de Estado y militantes de la oposición: su única opción es que el régimen caiga, de lo contrario morirán allí dentro”.

Para matar el tiempo, Ramón dibujaba. “No es fácil conseguir un bolígrafo pero al tercer día ya tenía uno”, explica. Como tampoco les permiten tener papel, pintaba sobre cartones de las cajas de comida. De repente, se convirtió en el improvisado profesor de artes plásticas de una veintena de chavales. “Yo ponía los dibujos sobre mi cama, como si fuera una exposición, y ellos venían a verla. Traían bolis y más cartones y se sentaban a dibujar conmigo, me pedían que les enseñara. Creo que soy el único que ha impartido un taller de dibujo en Black Beach. Algunos llevan hoy tatuajes que les hice allí mismo. Eso me ayudó a sobrevivir mentalmente”.

Según pudo comprobar, hay torturas y palizas todos los días. “Escuchas los gritos y luego los ves sangrando o con algo roto. Al fin y al cabo la cárcel es como la propia Guinea, el régimen necesita dejar claro quién manda”, asegura. Sabe que de no ser por el apoyo de su familia (su padre fue ministro de Obiang) y por la gran movilización internacional, las cosas podían haber sido muy diferentes para él. “Sin esas dos cosas, olvídense de mí”, remata, “ya estaría muerto o pudriéndome allí dentro”. Tras su liberación a comienzos de marzo por falta de pruebas y dos meses y medio de bloqueo en Guinea Ecuatorial hasta que las autoridades le expidieron un nuevo pasaporte, Esono pudo al fin aterrizar en España donde impartirá varias conferencias a la espera de reencontrarse con su mujer y su hija en las próximas semanas.

“Ahora estoy metido de lleno en mi nuevo proyecto”, 218 Empire, un cómic futurista en el que lleva tres años trabajando. Pero no piensa renunciar a su activismo político. “Soy dibujante, esa es la base de todo. Pero sé que tengo una responsabilidad con mi país. El régimen no ha cambiado, sigue ahí, acaban de anunciar otro diálogo nacional, pero mientras Obiang siga al frente, nada cambiará”, añade Esono, quien está ilusionado con la posibilidad de participar en un movimiento ciudadano que, siguiendo el ejemplo de otros países africanos como Senegal, Burkina Faso o la RDC, trate de poner freno a los abusos del poder. “No me he movido un milímetro de mis posiciones”, apunta.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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