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¿Puede Gustavo Petro ser presidente de Colombia?

El candidato de la izquierda necesita cuatro millones de votos más de los que obtuvo el 27 de mayo para competir con Duque

Jorge Galindo
Gustavo Petro, Ingrid Betancourt y el senador verde Antonio Navarro Wolf.
Gustavo Petro, Ingrid Betancourt y el senador verde Antonio Navarro Wolf.Mauricio Dueñas Castañeda (EFE)

Gustavo Petro, candidato de Colombia Humana, obtuvo casi cinco millones de apoyos el pasado 27 de mayo. Iván Duque, aspirante del Centro Democrático, sacó un 50% más: hasta siete y medio. Dependiendo siempre de la participación, el umbral mínimo para asegurar la victoria en segunda vuelta se moverá entre los ocho y los diez millones de votantes. Así que la primera campaña netamente de izquierda que llega tan lejos en la historia de Colombia tiene un reto tan claro como complicado: ¿de dónde sacará cuatro millones de votos extra?

La primera respuesta en la que todos piensan es “de Sergio Fajardo”. La candidatura centrista obtuvo sólo 300.000 sufragios menos que Petro. Ahí están los votos que completan la mayoría absoluta: esos cuatro millones que faltan. Quizás por eso la última semana en el Twitter colombiano progresista ha consistido en una especie de mercado de apoyos, en los que eran los de Fajardo quienes se subastaban y se repartían entre Petro, la abstención, el blanco y la indecisión.

Pero, ¿cuántos votos pueden viajar de una plataforma de izquierda anti-establishment hacia otra de centro reformista? Aún asumiendo que Petro ha iniciado un cierto viaje hacia la moderación, precisamente destinado a ampliar su perímetro ideológico, no se trata de un camino con mucho recorrido. Por un lado, porque no parte de cero: fue guerrillero del M-19, senador, alcalde de Bogotá y dirigió una plataforma con un tono nítidamente distinto de las propuestas moderadas. Por otro, porque no puede alejarse demasiado de la base que tanto le ha costado construir, y que ha sido precisamente la que le ha llevado a la segunda vuelta.

Precisamente en la exploración de cómo se ha compuesto esa base se encuentra una alternativa interesante para sumar votos. En las encuestas pre-electorales veíamos cómo Gustavo Petro lograba un apoyo entre los estratos 1-2-3 que Fajardo ni siquiera rozaba.

La noche del 27 vino a confirmar que la candidatura del primero compensaba su ausencia de transversalidad ideológica con una capacidad de construir coaliciones socioeconómicamente diversas sólo equiparable a la del propio Iván Duque. Sus niveles de apoyo en cada municipio, departamento o región no parecen depender especialmente de las condiciones estructurales del mismo.

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Esto encierra una advertencia fundamental que, aunque parece obvia, a veces se nos olvida a los que vivimos pegados a la actualidad política: Twitter no es siquiera remotamente representativo del mundo real. Es probable que las tasas de abstención de los usuarios de la red sean mucho más bajas que las del conjunto de la población. Así, si uno toma el debate entre votantes de Petro y de Fajardo como referente de hasta qué punto puede Petro crecer, estará cayendo en una de las falacias más habituales del análisis político: pensar en los votantes como un sistema cerrado. La participación en la primera vuelta fue inusitadamente elevada, es cierto. Pero, aun batiendo récords, casi la mitad de los colombianos con derecho a voto no acudieron a las urnas. Ahí es donde Petro tiene otro río en el que pescar. No es descabellado que, igual que mucha gente pueda irse por el voto en blanco o incluso quedarse en casa porque no le convence ninguna de las dos alternativas, otros se vean llamados a votar precisamente porque la confrontación que queda es una entre modelos de país diametralmente opuestos.

Si incluir a los excluidos está en la base de la aproximación de Petro a la competición política, la palanca más potente que tiene para lograrlo se encuentra precisamente en ese retrato de las dos Colombias enfrentadas. Ahora que el centro está fuera del mapa, el ideal máximo en la apuesta de Petro consiste en convencer a algunos de sus votantes, sacar a otros de la elección e intentar que los resultados de la segunda vuelta se parezcan lo máximo posible a los de 2014, o al plebiscito de 2016. En otras palabras: si algo puede llevar a Petro en volandas hasta los ocho, nueve o diez millones de votos es la capitalización del “sí”.

Es por eso que su campaña se está centrando cada vez más en pintar la elección entre él y Duque como una decisión definitiva sobre la paz en Colombia. Lo cual, y esto es fundamental, funciona porque la división sí/no, Santos/Zuluaga, anti-uribismo/uribismo contiene en sí muchísimo más de lo que parece a simple vista. Es cierto que el debate en Colombia ya no va sólo sobre los acuerdos de paz con las FARC. Ni siquiera es el tema central. Pero esta división coincide con otras muchas: ideológicas (ya se vio en el plebiscito, cuando la campaña del “no” tuvo que hablar de varias cosas para lograr la victoria), pero también territoriales.

El pasado 27 de mayo, fue el porcentaje de voto recibido por Petro en cada municipio, y no el de Fajardo, el que más claramente correlacionó con los apoyos que se fueron al “sí” en 2016. Ese es su punto de partida: recoger en las localidades donde esa mitad anti-uribista (a falta de un concepto mejor) domina las dinámicas de votación. Eso quiere decir, por encima de todo, aparecer fuerte en la costa Caribe y en la región del Pacífico. Áreas donde Fajardo estuvo bastante débil (salvo en el interior del Valle del Cauca) en primera vuelta. De momento, la base sobre la que construir ya la tiene.

Históricamente, eso sí, esas regiones se han ganado con ayuda de las estructuras políticas tradicionales. Unas con las que ahora mismo no cuenta Gustavo Petro. Por eso incluso esta vía, la más prometedora, requiere de un esfuerzo titánico: el de darle la vuelta a las maquinarias y lograr convencer a estos los votantes de que el mensaje anti-establecimiento de Petro es creíble.

Pero, la verdad, es probable que ni siquiera eso fuese suficiente: Petro necesitaría redondear la cifra con lo que pueda absorber en aquellas áreas que le son más adversas, en el centro y el oriente del país. Para entender por qué resulta útil revisitar los resultados del actual presidente, Juan Manuel Santos, en 2014.

Entre primera y segunda vuelta, Santos creció en sus feudos costeños, es cierto. Pero también necesitó añadir apoyos en el corazón andino. Votos que al fin y al cabo también contaron para vencer al uribismo.

Los sistemas de dos vueltas obligan a los candidatos a ser transversales. Los cuatro millones que le faltan a Gustavo Petro están ahí fuera. Ya tiene la transversalidad socioeconómica, pero es probable que no le baste con eso. Para sumar, Petro tendrá que salir de su zona de confort ideológica y territorial.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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