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“El clima de tensión con Irán no favorece los derechos humanos”

La abogada y activista Nasrin Sotudeh teme las consecuencias de anular el acuerdo nuclear

Ángeles Espinosa
La abogada Nasrin Sotoudeh, en Teherán en diciembre de 2014.
La abogada Nasrin Sotoudeh, en Teherán en diciembre de 2014.Kaveh Kazemi (Getty Images)

Cuando Nasrin Sotudeh da una cita y no responde ni al timbre ni al teléfono, es inevitable temer lo peor. Esta abogada iraní defensora de los derechos humanos ha sido encarcelada antes por su trabajo. Pero esta vez, hay una buena noticia detrás de su ausencia: ha ido a recibir a la salida de la cárcel a Shaparak Shajarizadeh, una de las mujeres detenidas por quitarse el velo en protesta por su obligatoriedad. Una gota en un océano de problemas que los activistas afrontan en Irán y que la crisis abierta por la salida de EE UU del acuerdo nuclear solo puede agravar. “No es positivo. Me preocupa”, admite la premio Sajarov de 2012.

“La firma del pacto había rebajado el riesgo de guerra y creado un clima de tranquilidad que ayudaba a [nuestras] actividades a favor de los derechos humanos. Ahora volvemos a respirar una atmósfera de confrontación”, explica Sotudeh, de 54 años. No se trata de una concesión al relato oficial. La abogada reparte responsabilidades. “¿Puedo culpar a Trump por eso viendo cómo actúan los políticos iraníes?”, se pregunta midiendo sus palabras.

Se queja de la falta de debate dentro de Irán. “En Europa los políticos tienen posiciones más equilibradas porque los intelectuales pueden criticarles, pero en Irán el ambiente no permite que los intelectuales adviertan al Gobierno [ante ciertos comportamientos]”, declara. “Ningún Gobierno puede comprometerse a nivel internacional y luego actuar ignorando esos compromisos. El Gobierno de Irán firmó el acuerdo nuclear, pero ha seguido con su programa de misiles balísticos”, subraya dando a entender que, aunque ese punto no estuviera en el pacto, viola el espíritu del mismo. “Lo que queremos es que tanto nuestro Gobierno como el resto cumplan su palabra”, subraya.

Mientras tanto, el día a día no deja respiro. La protesta de los pañuelos es el último desafío de una sociedad que se siente constreñida por las limitaciones del sistema islámico. Sotudeh ha defendido a varias de las detenidas, 29 según las autoridades. “No sé cuántas personas han protestado contra el velo y cuántas han sido detenidas, pero hay muchas bajo vigilancia policial”, declara. Además, dos han sido condenadas: Maryam Shariatmadari a un año de cárcel y Narges Hoseini, a dos.

Por un velo caído

“Ocúpense de sus asuntos”, respondió Shaparak Shajarizadeh cuando un matrimonio con aspecto religioso le advirtió de que se le había caído el velo. Shajarizadeh estaba grabando un vídeo para su Instagram en el Jardín del Fin de Kashan, donde se había refugiado con su hijo, tras su detención en Teherán en febrero por quitarse intencionadamente el pañuelo. Pero en lugar de seguir a lo suyo, la pareja se encaró con ella e incluso la agredió. La mujer, un ama de casa a la que sus amigos no conocen activismo alguno, colgó la grabación y la policía tardó poco en volver a detenerla. Durante los diez días que ha estado encerrada, ha mantenido una huelga de hambre.

Shajarizadeh, la mujer que quedó en libertad provisional el pasado miércoles, deberá comparecer ante el juez el próximo 10 de junio. Está acusada de “corrupción en la tierra” (fasad fil arz), una figura de la ley islámica de difícil traducción y uno de los mayores delitos del código penal iraní, que se aplica a quienes se apartan del camino de islam y amenazan la paz social y política.

Que las autoridades sientan como una amenaza el gesto de quitarse el velo, da una idea de la inseguridad del sistema surgido de la revolución de 1979. Una preocupación similar se intuye tras la detención una treintena de ciudadanos iraníes con una segunda nacionalidad, a los que rutinariamente se acusa de espías. ¿A qué se debe esa obsesión?

“El Gobierno de Irán está buscando a quien detener para justificar que todo el mundo está en su contra”, responde Sotudeh. “Cuando Shaparak fue detenida por primera vez hace tres meses, le dijeron que era una espía porque llevaba a su hijo a la Escuela Italiana. También a Nazanin, la han acusado de lo mismo”, relata en referencia a la británico-iraní Nazanin Zaghari-Ratcliffe, cuya liberación era esperada las pasadas navidades, pero nunca se concretó. “Nazanin trabajaba de forma abierta por los derechos civiles; Shaparak es ama de casa. Cualquiera con un mínimo de conocimiento sabe que el espionaje no funciona así”, añade incrédula.

Con ser graves, estos casos al menos suscitan la atención internacional. Pero para Sotudeh, la mayor preocupación en este momento es que “los acusados de delitos políticos y civiles no tienen derecho a elegir a sus abogados”. Sólo pueden tener letrados designados por el presidente del Tribunal Supremo y aun así, “en los tribunales revolucionarios se impide su presencia durante el juicio”. Es lo que está sucediendo estos días con los ocho miembros de una cofradía sufí que están siendo juzgados sin una defensa de su elección.

La propia Sotudeh sigue sin poder acudir ante el Tribunal Revolucionario e incluso cuando hace el seguimiento de casos en otros tribunales recibe amenazas. ¿Tan poco han mejorado las cosas bajo la presidencia de Hasan Rohani? “Yo tampoco tenía tantas esperanzas. No podemos llegar muy lejos mientras no obtengamos nuestros derechos como ciudadanos. En cualquier caso, Rohani es mucho mejor que las alternativas”, concluye.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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