El pacto necesitará fórceps
Macron y Merkel tienen recetas contradictorias para el acuerdo europeo que deben trabar ambos líderes
No hay pacto, pero lo habrá. Será estupendo, pero mediocre. Nos encontraremos a medio camino, pero nadie exultará. El lenguaje del encuentro entre la canciller alemana y del presidente francés es el preludio de que el parto para reforzar la unión monetaria necesitará fórceps.
El bucle diabólico consiste en que se entrecruzan las amenazas de los respectivos populismos políticos. Y los riesgos que entraña la previsión de una futura crisis económica, que dejaría pequeña a la Gran Recesión de 2008. Al cabo, en cada uno de los dos grandes Estados miembros de la Unión, las recetas económicas para afrontar los populismos políticos divergen.
Por sus contrafiguras, las que a largo plazo amenazan a Angela y a Emmanuel, los conoceréis. Sus contrafiguras ultras, xenófobas y antieuropeas parecen idénticas, y en sus resultados lo son. Pero difieren por su génesis, son incluso opuestas.
Alternativa para Alemania (AfD) es la quintaesencia del nacionalismo de ricos, de quienes temen que su patrimonio —o su ahorro de toda la vida— sea consumido o dilapidado por una colectivización dictada por los necesitados.
Se oponen pues a toda mutualización del riesgo, a toda unión de transferencias permanentes, a la solidaridad incondicional con los menesterosos. AfD es hijastra del electorado de la democracia cristiana, pero en modo menos cristiano y apenas demócrata.
Al revés, el Frente Nacional, tan facha como su colega alemán, es hijo de los electores tránsfugas comunistas y socialistas franceses. Los de Marine Le Pen nutren un frente del populismo de los desheredados, hambrientos de techo, de apoyo y de subvenciones de los nacionalistas ricos.
La dificultad del pacto que deben trabar ambos líderes para junio, si es que quieren salvar la actual primavera europea (frente al gélido invierno norteamericano) no solo estriba en el carácter contradictorio y hasta opuesto de las recetas que a unos y otros convienen.
Ocurre que la canciller es una dirigente en declive; débil frente a la ultraderecha euroescéptica porque no se quiso enfrentar a ella (o rebajó sus recetas proinmigratorias liberales); con un aliado alicorto tras la autolesión socialdemócrata del europeísmo de Martin Schult; y que gravita en el ámbito del recelo nacionalista.
Mientras que el presidente francés es un líder emergente que se atreve a retar a los centrismos de todo el continente; fuerte frente a Marine Le Pen tras haberla desafiado con éxito en televisión; desprovisto de aliados domésticos y controvertido en la calle; y que gravita en el área del abierto desafío europeísta.
Esa fraternal batalla política se librará en términos económicos: de cuánta garantía europea habrá para los depósitos bancarios; de cuán europeo será el Fondo Monetario Europeo para los futuros rescates; de cuánto presupuesto común adicional se habilitará. Dos meses y medio de escaramuzas económicas hasta la cumbre de junio. Hiperpolítica: el ser o sestear de Europa.
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