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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Estupidez inconcebible

Macron escribe bellísimos discursos, pero debería pasar a la acción para evitar inconcebibles estupideces

El presidente francés, Emmanuel Macron, durante su discurso sobre el fututo de Europa en el Parlamento Europeo, Estrasburgo (Francia), el pasado 17 de abril.Vídeo: Vicent Kessler (Reuters). REUTERS-QUALITY
Claudi Pérez

En su relato de los orígenes de la I Guerra Mundial, el historiador Max Hastings cita la conversación entre un estudiante y un alto mando británico. El estudiante sugiere que “solo una estupidez inconcebible por parte de los estadistas” puede precipitar la guerra. “Esa estupidez inconcebible es justo lo que vas a tener”, replica el alto mando. Emmanuel Macron explicó ayer que el “nacionalismo egoísta” gana terreno y puede meter a Europa en un ambiente de “guerra civil”, entre democracias liberales y gobiernos autoritarios. Los grandes países de la UE habían logrado contener los populismos y que pareciera que ese era un fenómeno anglosajón, hasta que Italia nos despertó de ese ensueño. Macron mienta la bicha porque le ha visto las orejas a Le Pen, pero su análisis vale para el continente entero. Porque hay dos escenarios posibles. Europa puede salir de la Gran Recesión con recetas de corte socioliberal y reformista, en un remedo del consenso que emergió tras las guerras mundiales. O quedarse de brazos cruzados viendo cómo la rabiosa espuma populista pone en peligro la UE, la construcción más audaz del último medio siglo: una nueva estupidez inconcebible.

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Mientras eso se decide, el aire se carga de contradicciones y la política protagoniza un giro sentimental, romanticoide, con el miedo como motor. Toda Europa se rasga las vestiduras con Trump, pero acepta que Turquía siga siendo el patio trasero de la UE. Toda Europa echa pestes de los populistas, pero nadie le pide explicaciones al PP europeo por dar cobijo a Viktor Orbán. Toda Europa abomina del muro entre EE UU y México, pero mira a otro lado con el de Bulgaria y Turquía. Toda Europa, en fin, se echa las manos a la cabeza por la madre de todas las crisis: la ruptura de la relación gobernante-gobernado, el colapso gradual de la democracia liberal, al que paradójicamente Macron —la expresión más lograda del nuevo orden o caos post-liberal— puede haber contribuido como enterrador de los grandes partidos.

Dicen que cualquiera puede convertir un loro en un gran economista: basta con enseñarle las palabras oferta y demanda. A veces pasa que para quedar como un gran estadista parece valer con decir reforma, democracia, refundación, esas cosas. Macron ha sido un loro estupendo: domina los conceptos de oferta y demanda, de democracia y reforma. Le queda lo más difícil, triunfar donde los demás han fracasado y convencer a Merkel de que el euro necesita algo más que parches para que la próxima crisis no se lo lleve por delante; esa sería la invitación definitiva a los populistas, el fin de la UE. “El que puede actuar, actúa. Y el que no puede y sufre por no poder actuar, ese escribe”, decía Scott Fitzgerald. Macron escribe bellísimos discursos (a veces con un extraño y melancólico clima Fitzgerald, por cierto), pero en lo que respecta a Europa debería pasar a la acción para evitar inconcebibles estupideces.

Su problema es que Merkel es más de Tolstoi que de Fitzgerald. “Todo el mal procede del hacer”. Esa frase del genio ruso es el leitmotiv de la canciller desde hace años.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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