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Estar sin estar
Columna
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FILEY del más fuerte

La Feria Internacional del Libro Yucatán (Filey) no es de divas ni de mentiritas, sino la pura plata de ley que llevan en sus ojos los lectores que justifican toda literatura

J.F.H.

Vine a Mérida para celebrar que el poeta David Huerta ha sido merecidamente reconocido con el Premio José Emilio Pacheco y aunque no pude abrazarlo, quiero que conste que mi admiración no estorba la gratitud que le guardo por haberme salvado la vida en más de un sentido y con más de un verso. Poeta, hijo de poeta y contemporáneo de fantasmas del Siglo de Oro, el incurable David Huerta es un arcángel sutil que a veces parece hablar en murmullos, un guía que señala sobre el lienzo de un endecasílabo perdido el secreto sentido de una palabra entrañable y el amigo de veras que ilumina la noche cuando parecería que no habrá amanecer. Para él, el Premio que lleva el nombre del poeta Pacheco que fue cuentista ejemplar, novelista sin par y cronista admirable, sin dejar de palpitar siempre como el pensador andante que encontraba poesía en el pétalo más insólito o en medio de un mar de libros. Ambos, Pacheco y Huerta, han sido generosos para contagiar libros y lecturas, imágenes multiplicadas y datos como joyas. Ambos, autores de los libros que se han vuelto los más fuertes volúmenes en el estante entrañable que llevamos sus lectores tatuado en la memoria.

Los poetas, José Emilio Pacheco y David Huerta, han sido generosos para contagiar libros y lecturas, imágenes multiplicadas y datos como joyas

Vine a Mérida para celebrar el más reciente libro de Juan Villoro cuyo título facilita el elogio con el que tampoco pude abrazarlo. La utilidad del deseo (Anagrama, 2017) es precisamente un juego de palabras o anagrama indescifrable para desear que cada año se pueda leer un nuevo libro de Villoro, cada semana una crónica y por lo menos un tuit al día. Por lo mismo, vine a Mérida para presentar el primer poemario de Fernando Rivera Calderón, cronista musical de toda una generación, compositor de rolas imborrables y capaz de transformar Las Mañanitas de un festejo en himno psicodélico de Pink Floyd. Llegamos tarde a todo (Almadía, 2017) se llama el hermoso volumen diseñado por Alejandro Magallanes donde los versos de un rockero son ya tatuaje de un hálito común: entre sílabas y retruécanos se esconde la voz cantante de un poeta que siempre sonríe con los ojos a media luz y todo el hilo del tiempo convertido en experiencia elástica.

También por eso vine a Mérida invitado por la Universidad de Guanajuato para empezar a celebrar los primeros noventa años de eternidad de Jorge Ibargüengoitia con la ilusión de que hoy mismo nazca un nuevo lector de sus crónicas interminables, sus novelas perfectas, sus cuentos como páginas de una biografía compartida y su obras de teatro a escenificarse cada vez que se nos ocurra ponerle un telón a la realidad que nos rodea. Vine por él que lo llevo siempre en conversación y para que conste que amo a Joy Laville más allá del mar y de los tiempos, en un lienzo de colores pastel que se diluyen con el calor de las palmeras entre la brisa rápida… y confirmar un año más, que la FILEY del más fuerte es precisamente las filas inagotables de lectores maravillosos, mayas hasta en el pequeño guiño con el que terminan cada frase, que no dejan de llenar todos los espacios de esta feria que no es de derechos ni de negociaciones, no es de divas ni de mentiritas, sino la pura plata de ley que llevan en sus ojos los lectores que justifican toda literatura.

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